3 de julio de 2015

“Siendo Jesús el Señor de la vida, se nos convoca a proteger la vida temporal como anticipo de la eterna y definitiva”


Los textos bíblicos que hemos proclamado ponen el acento en Dios como Señor de la Vida, tanto en el Antiguo, como en el Nuevo Testamento.
De allí que el libro de la Sabiduría (1,13-15.2, 23-24) afirma “Dios no ha hecho la muerte ni se complace en la muerte de los vivientes”.
A continuación, el autor sagrado, inspirado por Dios, asegura que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, es decir, inteligente y poseedor de una voluntad libre para realizar el bien.
En la primera oración de esta misa, por otra parte, dirigida a Dios, se afirma que fuimos elevados en dignidad, mucho más que ser imagen y semejanza, ya “que por la gracia de la adopción quisiste hacernos hijos de la luz”. Prosigue la oración pidiendo además se nos conceda por el hecho de esta filiación divina, el que “no seamos envueltos en las tinieblas del error” de manera que “permanezcamos siempre en el esplendor de la verdad”.
El llamado al hombre es por lo tanto claro: debe procurar vivir en la verdad y alejarse de las tinieblas del error, del pecado y la mentira  que son manifestaciones del espíritu del mal, el demonio.
Precisamente el libro de la Sabiduría refiere que “por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo, y los que pertenecen a él tienen que padecerla”, alterando el plan de Dios “que creó al hombre para que fuera incorruptible”, “que ha creado todas las cosas para que subsistan” ya que “las criaturas del mundo son saludables” y “no hay en ellas ningún veneno mortal”.
No obstante esta realidad humana que perturba al hombre, Jesús se presenta en el texto del evangelio como Señor de la vida (Mc. 5, 21-24.35-43), resucitando a la hija de Jairo, coincidiendo con la enseñanza del Antiguo Testamento, que Dios quiere la vida temporal, y más todavía, siguiendo los ejemplos del Señor, la vida de la gracia aquí y, la eterna después de la muerte.
De manera que aunque estemos sujetos a la muerte temporal por envidia del demonio, ésta no tiene la última palabra en nuestra existencia, ya que estamos llamados a participar de la eternidad de Dios.
Para nosotros esta realidad de Jesús como Señor de la vida, es un llamado concreto a laborar en la defensa de la vida temporal como anticipo de la eterna y definitiva.
El Papa Francisco en relación a esto, ha hablado varias veces de la reinante ideología del descarte, por la que el hombre es considerado como desechable en medio de una sociedad opulenta, y así, los pobres, los enfermos, los prescindibles para el mundo, los débiles, los niños por nacer o ya nacidos, son víctimas elegidas por la cultura de la muerte para su eliminación.
A tal punto llega esto, que el hombre es ya considerado una cosa que se utiliza y luego se descarta abiertamente.
Por eso, en la última Encíclica “Laudato Si”, el Papa francisco se refiere también al cuidado de la ecología humana, tantas veces vulnerada por la anticoncepción, el aborto o la eutanasia. Es un llamado a proteger la vida humana por medio de la guarda del “hábitat” de la creación en el cual estamos llamados a crecer y dignificarnos como personas.
Lamentablemente en nuestra Patria, quienes gobiernan han optado por la ideología del descarte, no sólo ignorando y minimizando el sinnúmero de pobres, sino también decidiendo dar vía libre al aborto según lo requiera toda mujer por cualquier motivo y con sólo solicitarlo. 
Con la aprobación de la presidente de los cuarenta millones de argentinos –menos de los  niños a los  que no se les permite nacer en adelante-, se llega a afirmar que existe un “derecho” al aborto, agravando aún más el protocolo abortista ya existente desde hace unos años.
San Juan Pablo II ya había dejado su profunda enseñanza en la encíclica Evangelium Vitae, defendiendo la vida y alertando sobre la cultura de la muerte presente en la sociedad, que se atribuía la potestad de decidir sobre quién debía morir y quién vivir, prescindiendo del verdadero autor de la vida.
Esta situación penosa nos hace entender, que tanto los políticos como los ideólogos del descarte humano según su antojo, no son más que instrumentos y servidores del demonio, por cuya envidia entró la muerte al mundo.
Desde siempre el demonio odia al hombre, porque hombre se hizo el Hijo de Dios cuando toma nuestra carne en el seno de María Santísima, y por lo tanto por ese hecho nos enaltece, situación que el espíritu del mal no acepta.
El Apocalipsis (12, 1-6ª.10ab) enseña que el demonio busca devorar al Niño que nacerá de la mujer, y como no pudo hacerlo, su principal acción será destruir a los que se gestan en el seno materno.
Al respecto se conoció hace poco la carta enviada por la última vidente de Fátima, sor Lucía, al Cardenal Caffarra, hace ya tiempo, en la que profetizaba que el enfrentamiento final entre el Señor y el reino de Satanás será sobre la familia y sobre el matrimonio, añadiendo “No tenga miedo, porque quien trabaje por la santidad del matrimonio y de la familia será siempre combatido y odiado de todas formas, porque este es el punto decisivo”.
De esta mentalidad abortista no escapa tampoco nuestra provincia, en la que se hace alarde de favorecer el aborto, y donde los profesionales de la salud son presionados, como se advirtiera en estos días,  para someterlos a la triste misión de homicidas, pretendiendo además que quienes desean en el futuro trabajar en el ámbito público han de estar dispuestos a ser instrumentos del maligno.
De allí la necesidad de volver nuestra mirada al Señor de la vida, que es Jesús, para sacar de Él  el ejemplo de velar por la vida humana, cada uno desde el lugar que ocupa en la sociedad, entendiendo que defendiendo la vida ajena testimoniamos la dignidad de la propia.
No olvidemos que por desgracia no son pocas las personas que piensan que el hecho de que sea legal matar niños, el mal se convierte en bien.
¡Hace poco charlando con una persona, que yo pensaba que era católica seria, me decía que desde la provincia no se podía  proteger la vida del no nacido porque desde la Nación se imponía otro criterio! 
¿Se dan cuenta de lo mal que estamos? Si muchos católicos tienen este criterio y defienden el obrar político, ¿Qué podemos esperar de las personas que sostienen que la vida humana carece de importancia?
Para lograr esta “conjura contra la vida”, de la que habla san Juan Pablo II, se trata además de neutralizar la enseñanza y el obrar de la Iglesia Católica, siguiendo los consejos políticos del filósofo italiano Gramsci, ya que es la única que defiende con ardor la dignidad de la persona humana.
Queridos hermanos, pidamos con fervor al Señor la gracia de lo Alto y la fuerza necesaria para defender la vida humana y tengamos presente para nuestro obrar diario, el que “no seamos envueltos en las tinieblas del error” de manera que “permanezcamos siempre en el esplendor de la verdad”.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIII “durante el año” Ciclo “B”. 28 de junio de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com







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