22 de julio de 2015

“Aún faltando el pastoreo de las mediaciones humanas, contamos con la presencia de Jesús que se ocupa verdaderamente de nosotros”


En el Antiguo Testamento se testimonia que Dios es el Pastor de su pueblo, y que lo conduce de diversas maneras a través del tiempo.
Pero llega un momento en que reclaman un rey, salido de entre ellos, para que los conduzca visiblemente, como sucedía con los pueblos vecinos.
Dios accede al pedido e instituye la monarquía eligiendo a  Saúl como el primer rey de todo el Israel unido, hasta que con la división provocada por  Roboam, hijo de Salomón, se forman los reinos del Norte  (Israel) y el del Sur (Judá), siendo los reyes prolongación  de Dios en el pastoreo.
Este encuadre sociopolítico nos ayuda a entender las durísimas palabras del profeta Jeremías (23, 1-6) dirigidas contra los últimos reyes del reino de Judá y  los falsos profetas “¡Ay de los pastores que pierden y dispersan el rebaño de mi pastizal!”, y más aún, “Ustedes han dispersado mis ovejas, las han expulsado y no se han ocupado de ellas”, ya que en lugar de guiar al pueblo y ayudarle a vivir en fidelidad a la Alianza, se han desinteresado de las personas, llevándolas a la muerte por la desorientación provocada, acciones estas que no quedarán sin castigo, según vaticina el profeta. 
Será Yahvé, según el oráculo, quien reunirá y guiará nuevamente al pueblo dándole lo necesario para su bienestar, colocando al frente a quien cuide y proteja al resto  elegido, anuncio éste con un contenido claramente mesiánico.
El apóstol san Pablo, igualmente, anuncia la unión de los pueblos separados que realiza Cristo (Ef. 2, 13-18). No ya entre Israel y Judá, sino entre los judíos todos y los paganos que estando alejados por la enemistad  fueron “acercados por la sangre de Cristo. Porque Cristo es nuestra paz: él ha unido a los dos pueblos en un solo, derribando el muro de la enemistad que los separaba” y más todavía “creó con los dos pueblos un solo Hombre nuevo en su propia persona”, restableciendo la paz, y los reconcilió con Dios en un solo cuerpo”.
Si tomamos, a su vez, el texto del evangelio (Mc. 6, 30-34), advertimos que el Pastor anunciado por Jeremías y que unirá al pueblo disperso, es el mismo Mesías, el Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo. 
El pasaje proclamado refiere al regreso de los apóstoles que habían sido enviados a predicar, a sanar enfermos y a expulsar demonios.
Jesús invita a los apóstoles a retirarse a un lugar apartado, a descansar, ya que no tenían tiempo ni para comer, ni para compartir sus experiencias con Él.
La gente que intuye el trayecto a seguir por Jesús y los suyos, se les adelanta por tierra, de manera que al desembarcar se encuentran con una muchedumbre.
Ante esta realidad que los enfrenta, dice el texto evangélico que “Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor”, manifestando de esa manera la mirada profunda del Señor sobre las circunstancias y angustias que pesaban sobre cada persona, repitiéndose la situación del tiempo de Jeremías, en el que la gente sencilla estaba desorientada, sin que líder político o religioso alguno, colmara las expectativas del corazón humano, siempre ávido de atención y afecto.
Advertimos, por cierto, en este pasaje bíblico, que el actuar de Jesús nos interpela y convoca a  imitarlo en la vida cotidiana. 
Está diciendo ya a la conducción política como a la religiosa, a los padres de familia, docentes, líderes de los distintos ámbitos de la vida social, que mirando a la gente descubrimos sus necesidades.
 Y así, descubierto el interior de cada persona que se nos ha encomendado y según nuestro deber de estado, constituirnos cada uno de nosotros en pastor o guía, para brindar a todos la posibilidad de encontrarse con su Dios y con los demás, trabajando cada uno en la formación de una sociedad más humana.  
Cada bautizado, llamado de alguna manera a ser pastor de los demás, no sólo debe guiar “a los pastos eternos” a sus hermanos, sino también servirlos a ejemplo de Cristo que no vivo a ser servido sino a servir.
De este modo, en todos los campos de la vida civil, política, social o religiosa, la preocupación debiera ser el prolongar con generosidad a Jesús pastor, que mira el corazón de cada uno, y descubriendo la ausencia del pastoreo y el desconcierto humano del abandonado, siente profunda compasión.
Ahora bien, al mismo tiempo que se percibe la carencia de pastores, verdaderos guías de la comunidad, se destaca también la necesidad de las ovejas de poner su mirada en Cristo Nuestro Señor, especialmente cuando los pastores elegidos para conducirlas como prolongación suya, no siempre conforman o  descubren las carencias más profundas del ser humano.  
Como no siempre  hay una preocupación profunda por el otro, o no se sabe cómo atender las necesidades ajenas en los distintos campos de la vida humana, se hace necesario no perder de vista la referencia exigida de contemplar al salvador que siempre se preocupa por todos y ofrece diferentes soluciones, aún en aquellas situaciones que parecieran no poder resolverse.
Y esto, porque además, las mediaciones humanas nunca llegan a tener una mirada completa de lo que el hombre necesita, siendo Cristo, como Dios que es, el único que puede entender y percibir en su totalidad lo que anida en el interior de cada uno, pudiendo otorgar una respuesta adecuada.
Aún faltando el pastoreo de las mediaciones humanas, hemos de estar convencidos que nunca  nos faltará la presencia de Dios hecho hombre que se ocupa verdaderamente de nosotros, ya que “Él vino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz para ustedes, que estaban lejos, paz también para aquellos que estaban cerca. Porque por medio de Cristo, todos sin distinción tenemos acceso al Padre, en un mismo Espíritu”.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XVI durante el año. Ciclo B. 19 de julio de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com










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