10 de julio de 2015

“Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los que Yo te envío”.


Si tomamos los tres textos bíblicos de este domingo nos encontramos con características similares, ya sea en el ámbito en que se desarrolla la evangelización, es decir, en relación con quienes reciben el mensaje divino, ya sea en quien cumple la misión de profeta, ya sea en Aquél que envía a predicar, a llevar el mensaje de salvación en diferentes momentos de la historia humana.

Si tenemos en cuenta a aquellos que reciben el mensaje divino, observamos el rechazo a Dios como elemento común en los tres pasajes de la Sagrada Escritura, que podemos sintetizar con el profeta Ezequiel (2, 2-5): “Yo te envío a los israelitas, a un pueblo de rebeldes que se han rebelado contra mí; ellos y sus padres se han sublevado contra mí hasta el día de hoy. Son hombres obstinados y de corazón endurecido aquellos a los Yo te envío”.
Si tenemos en cuenta el Evangelio (Mc. 6, 1-6ª) sucede algo similar, ya que el pueblo al que Jesús se dirige, Nazaret, se pregunta asombrado cómo es posible que realice milagros, de allí que Jesús, con dolor, exclame: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa”.
Como en el Antiguo Testamento, rechazan otra vez a Dios que ahora se les presenta en Jesucristo, el cual “se asombraba de su falta de fe”.
En la segunda carta a los Corintios (12, 7-10), el apóstol san Pablo recuerda sus debilidades, de las que se gloría, “para que resida en mí el poder de Cristo”, que le permite complacerse “en los oprobios, en las privaciones, en las persecuciones y en las angustias soportadas por amor de Cristo”, causadas por muchos paganos y judíos que se resisten a creer en Cristo.
A todo lo expresado respecto al rechazo de los destinatarios del mensaje divino, hemos de agregar, a su vez,  las debilidades del mensajero. 
Ezequiel no se entusiasma mucho por ir al encuentro de los israelitas como enviado de Dios, ya que se le advierte con claridad que es un pueblo obstinado en su pecado y rebelde para con su Señor. 
Jesús también manifiesta su extrema debilidad como enviado del Padre, ante los ojos de todos, hasta llegar al extremo de morir en la cruz.
San Pablo percibe su debilidad personal para llevar la palabra, de modo que exclama “para que la grandeza de las revelaciones no me envanezca, tengo una espina clavada en mi carne, un ángel de Satanás que me hiere”.
De manera que débil es Ezequiel, Jesús y Pablo, sin embargo conscientes de haber sido elegidos y enviados, se dirigen al encuentro del hombre para hacerle conocer la voluntad del Padre, que no quiere más que la salvación humana.
Aparece entonces con fuerza en este panorama de rechazo de los “evangelizados” y de la debilidad de los “evangelizadores”, la fuerza del Dios que envía.
La seguridad que provoca la autoridad de quien envía, hace que Ezequiel  se abandone a la providencia divina y se decida a realizar la misión que se le ha confiado, quedando grabadas en su corazón las palabras “Yo te envío, para que les digas: “Así habla el Señor”. Y sea que escuchen o se nieguen a  hacerlo –porque son un pueblo rebelde- sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.
De manera que aunque el profeta no sea escuchado, lo singular es realizar lo que se le asigna como misión, siendo su testimonio personal  no sólo reproche por la falta de respuesta de los que escuchan el mensaje divino, sino  presencia inquebrantable de alguien que vive en profundidad el proyecto divino sobre el hombre.
Por su parte, san Pablo es consolado en su debilidad  ya que “tres veces pedí al Señor que me librara, pero Él me respondió:”Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad”, de modo que esta seguridad que le viene de abandonarse a la roca divina le permite asegurar con confianza “cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Y así,  aunque consciente de que es el último de los apóstoles, se encamina presuroso a evangelizar a los paganos, sólo fiándose en la fuerza de quien lo envía.
A su vez, Jesús, que ha sentido la debilidad de la carne humana, aún siendo Dios, se apoya en la voluntad del Padre, su alimento permanente para realizar la misión de Salvador de los hombres que se le ha encomendado.
Ahora bien, ¿Qué nos dice todo esto a cada uno de nosotros? Quizás corremos el riesgo de contemplar estas experiencias y testimonios y permanecer indiferentes, como si no nos interpelara a cada uno en nuestros días.
De allí que de estas reflexiones hemos de comprender que también somos enviados a la sociedad y cultura de nuestra historia actual y que nos encontraremos también con un pueblo mayoritariamente obstinado en prescindir de Dios en sus vidas, aunque simultáneamente comprobaremos cómo actúa la gracia de lo Alto en no pocos corazones fieles que caminan tras la verdad que constituye el camino seguro para alcanzar la meta de la Vida  en la comunión con el Creador.
La realidad que nos toca vivir hoy nos presenta a muchos que tocados en su corazón por el llamado de Dios, vuelven a Él acogiéndose a su misericordia para transitar un nuevo camino, mientras otros muchos permanecen endurecidos en sus maldades y recorren la vida como si sólo ellos y sus intereses tuvieran entidad, prolongándose entre nosotros la presencia simultánea del trigo y la cizaña que conviven hasta el fin de la historia, momento en que cada uno deberá dar cuenta de su obrar temporal.
Enviados a una sociedad, muchas veces hostil, debemos asumir que nuestra fuerza debe estar puesta en quien nos envía, y que aunque nuestro papel de discípulos y misioneros del Señor, pareciera imposible de realizar a causa de las debilidades personales y la falta de fe de quienes nos escuchan, saber que allí se encuentra la fuerza de Jesús y que sólo su gracia nos basta. 
Será de particular importancia para una misión confiada, recordar  que aunque se nos rechace e ignore, la sociedad toda, la familia de cada uno, los círculos sociales en los que nos movemos, el mundo del trabajo o de la economía, deben percibir que siempre hay un profeta en medio del  hombre que peregrina en el mundo.
El testimonio de lo que vivimos como creyentes, entusiasmados por la Palabra revelada, nos permitirá presentar motivos de esperanza cierta a un mundo que al  olvidar  a quien es origen y meta de la existencia humana, se deshumaniza cada vez más, cayendo en la pérdida del sentido de la vida temporal y sin futuro trascendente.
Para esta tarea que nos reclama hoy el Señor y la Iglesia, nos hemos de preparar con la iluminación de la verdad que proclama el Magisterio, para  no caer en enseñanzas engañosas que no sirven más que confundir a quienes evangelizamos, mientras nos afianzamos más en la roca que es Cristo por medio de  la oración,  la vida sacramental y las obras buenas realizadas.
Hermanos: confiados en la ayuda de Dios que nos guía providencialmente, insertémonos en la sociedad actual como profetas que interpelan con su estilo de vida y con el mensaje presentado a la libertad humana, sabiendo que ya es un triunfo para la presencia de Jesús en la sociedad el poder realizar “algún milagro” en el corazón humano que retorna para encontrarse con su Salvador.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIV durante el año. Ciclo B. 05 de julio de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com












No hay comentarios: