16 de julio de 2015

“La grandeza de Dios, y la del hombre que participa de su vida divina, constituye el núcleo de la evangelización”.


En la primera oración de esta misa dirigida a Dios, recordábamos que Él ilumina con la luz de la Verdad a los extraviados para que vuelvan al buen camino.

Es decir que Dios se acerca a toda persona, incluso a quien se ha desviado, para que retorne al seno de la gran familia cristiana, descubra el misterio divino y el suyo propio, como lo enseña  San Juan Pablo II, en su primera Encíclica, por medio del Redentor de los hombres, Jesucristo.
El retornar al  buen camino es siempre una gracia de Dios, concedida sólo por amor al ser humano, pero que requiere a su vez una respuesta por parte del hombre, ya que como afirma san Agustín, “Dios que nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nosotros”.
En relación con estas verdades esenciales para la vida del creyente, la Iglesia es enviada  por Jesús para llevar al mundo su mensaje salvador.
El domingo pasado reflexionamos acerca del Dios que envía, sobre el profeta Ezequiel,  el apóstol Pablo y Jesús que son enviados, -y también en cada momento histórico cada bautizado-, para mostrar el camino que conduce al Padre y engrandece al hombre, y consideramos a su vez, cómo muchos corazones, renuentes a recibir la gratuidad del don divino  se cierran al anuncio, sin que esto haga inútil llevar el mensaje.
En este domingo ponemos asimismo la atención en Dios, que sacando de sus tareas al agricultor Amós (7, 12-15), lo envía  como profeta al Reino de Israel para manifestar su voluntad, siendo rechazado y regresado al Reino de Judá.
En el texto del evangelio (Mc. 6, 7-13), Jesús envía a los doce apóstoles al encuentro de la gente para expulsar a los espíritus impuros, signo de la presencia de Dios entre los hombres, preparando los corazones para recibir la Buena Nueva de la salvación, y conocer tanto el misterio de Dios como el del hombre, descubierto al conocer la intimidad divina.
Y para que ellos no pongan su seguridad en cosas materiales o en proyectos humanos les exhorta a no portar cosa alguna, salvo lo indispensable, poniendo la seguridad en quien los envía, no en las cosas que pudieran transportar con ellos. 
En nuestros días, el Señor nos envía también despojados de todo apoyo humano, para que no creamos que el éxito evangelizador se deberá a Internet, celulares, proyectos y organizaciones, -que ciertamente ayudan, pero no deciden- sino que la fuerza misma del enviado está en Jesús y su Palabra.
Ahora bien, ¿qué hemos de transmitir a los que nos reciben de buena fe?
Ciertamente dar a conocer tanto el misterio divino como el humano, manifestados por la revelación, como lo hace el apóstol (Efesios 1, 3-14).
El texto de referencia destaca cuán importante es la persona humana a los ojos de Dios, de allí que san Pablo declara bendito al Padre porque nos ha bendecido por medio de Cristo Nuestro Señor con toda clase de bienes espirituales.
A continuación, refiere a que cada persona es elegida antes de la creación del mundo para que sea santa e irreprochable, ya que estamos insertos en el misterio mismo de la santidad divina, constituidos hijos adoptivos de Dios por medio del bautismo, elevados por tanto, a la vida sobrenatural, orientados a la eternidad.
En la medida que vivimos esta filiación divina que se nos ha concedido por beneplácito divino, no sólo manifestamos la grandeza del Creador, sino también la nuestra, como las creaturas más amadas que han salido de sus manos.
Sigue recordando el apóstol que esta grandeza humana se concreta cuando somos redimidos por la sangre de Cristo recibiendo el perdón de los pecados, “según la riqueza de su gracia, que Dios derramó sobre nosotros”.
La grandeza de Dios, y la del hombre que participa de su vida divina, ha de constituir el núcleo de toda evangelización que realiza la Iglesia, con total libertad de espíritu y sin menoscabar en nada ni la gloria divina ni la dignidad humana.
Es por eso que el mensaje transmitido por la Iglesia, y por lo tanto, por cada uno de nosotros, ha de tener en cuenta estas verdades, conscientes de que el mejor servicio ofrecido a la sociedad  de nuestro tiempo, consiste en la fidelidad a la enseñanza recibida.
¡Qué mejor  regalo podemos  hacer a la persona humana que dar a conocer su dignidad personal, y al mismo tiempo destacar la bondad de quien la concedió!
Este es el mejor signo de hospitalidad que podemos dar al ser humano hoy, el que cada uno se perciba como digno de recibir tanta bondad concedida por Dios.
El apóstol  sigue desplegando el misterio divino asegurando que la esperanza del creyente debe estar puesta en que por ser tan queridos por Dios, fuimos constituidos herederos suyos y destinados a darle gloria eternamente.
Conscientes de estos deberes propios del evangelizador, que ofrece siempre luz sobre las realidades temporales, es que nuestros obispos fijan a través de un mensaje  (23 de junio de 2015), cuál es la enseñanza misma de Dios y transmitida por la Iglesia, acerca del respeto por la vida de los por nacer, sin cuyo reconocimiento y protección, se excluye deliberadamente la posibilidad de la adopción divina a tantos hermanos nuestros.
Por pedido especial de nuestro Arzobispo, Mons. José M. Arancedo, escuchemos pues, el mensaje “La Vida, primer derecho humano”:
“Hace unos días el Ministerio de Salud de la Nación ha promulgado un «Protocolo para la atención integral de las personas con derecho a la interrupción legal del embarazo», actualización de la «Guía técnica para la atención integral de los abortos no punibles» editada en el año 2010 por el mismo Ministerio.
1- Con sorpresa constatamos que, en lugar de procurar caminos de encuentro para salvar la vida de la madre y su hijo, y de buscar opciones verdaderamente terapéuticas y alternativas, las autoridades obligan a impulsar el aborto. El nuevo texto incluye un cambio sustancial respecto al documento anterior al eliminar el concepto de «abortos no punibles», sustituyéndolo por «derecho a la interrupción legal del embarazo (ILE)». Esta terminología evade la realidad jurídica de que no existe en nuestro país un «aborto legal» ni un «derecho al aborto».
2- Entre otros cambios en el actual Protocolo se encuentra la ampliación, de hecho, de la causal derivada del peligro para la vida y la salud de la madre. No hace referencia a que ese peligro varía en gravedad si puede o no ser evitado por otros medios y amplía, además, las posibilidades de afectación a la salud incluyendo «el dolor psicológico y el sufrimiento mental asociado con la pérdida de la integridad personal y la autoestima».
3- Es muy llamativo que se limite un derecho humano fundamental: la objeción de conciencia. Se excluye la objeción de conciencia institucional, siendo que la Ley 25673, creadora del Programa de salud sexual y procreación responsable (ámbito desde el cual se emite este Protocolo), la admite expresamente en su artículo 10. En cuanto a la objeción de conciencia individual, el Protocolo la niega en la práctica cuando obliga a los médicos objetores a practicar un aborto cuando no esté disponible ningún otro profesional dispuesto a eliminar dicha vida. Asimismo, al presentarse como obligatorio para todo el país, el Protocolo se superpone y conculca las autonomías provinciales en materia de salud. El Protocolo va más allá de la legislación vigente y con vicios de inconstitucionalidad.
4- Al no favorecer la denuncia cuando el aborto es producto de una violación, la mira del Protocolo parece estar puesto en la eliminación de la persona por nacer, ignorando la responsabilidad del violador y favoreciendo el encubrimiento de un delito gravísimo.
Recordamos la sabia advertencia ética de San Juan Pablo II cuando expresó que «en el caso de una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito someterse a ella». (Evangelium Vitae, 73).
El Papa Francisco acaba de hablarnos en su Encíclica Laudato Si, sobre la ecología integral y humana: «dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades». Y, citando a Benedicto XVI, Francisco nos recuerda que: «Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social» (Laudato Si, 120).
En una época que se trata de respetar y cuidar la naturaleza y la vida en todas sus dimensiones, llama la atención que desde el mismo Gobierno se desproteja de este modo la vida humana más vulnerable y que se conculquen deliberadamente derechos humanos básicos.
Pidamos a María de Luján que nos enseñe como Nación a cuidar y respetar siempre toda vida humana.
Comisión Ejecutiva Conferencia Episcopal Argentina. 23 de junio de 2015



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XV durante el año. Ciclo B. 12 de julio de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


No hay comentarios: