29 de julio de 2015

“Jesús nos saca de la mirada terrenal que absolutiza lo pasajero, para conducirnos a Él mismo, que colma las expectativas humanas”.

El domingo pasado reflexionamos sobre el texto de san Marcos que nos hablaba acerca de la compasión de Cristo ante la multitud doliente que aparecía como ovejas sin pastor,  y que por ello les estuvo enseñando por largo rato.
Enseñar que pretende el encuentro de cada persona con la verdad, es decir, con el mismo Jesús que ilumina las inteligencias de todos los que con buena voluntad lo escuchan con gusto.
Pero el Señor quiere completar su obra entre nosotros nutriendo la existencia humana dándose Él mismo como alimento en la Eucaristía.
En referencia a esto, a partir de hoy, y durante cinco domingos, la liturgia dominical nos propone reflexionar sobre la multiplicación de los panes y de los peces con la que Jesús sacia el hambre de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños (Jn. 6).
En el texto de hoy (Jn. 6, 1-15) Jesús se presenta como el nuevo Moisés que conduce al pueblo que lo busca, cruzando el mar de Galilea para mostrarles la tierra prometida, no ya terrenal, sino la del encuentro definitivo con el Padre. 
En el caminar hacia la tierra prometida, Moisés alimenta al pueblo, gracias a la intervención divina, con el maná caído del cielo y las codornices que sembraban la tierra.
En el signo o milagro que Jesús realiza ante la multitud, se nos manifiesta un camino superador a lo vivido por Moisés, ya que quienes comieron el maná, murieron, mientras que el alimento que ofrece Jesús, su propio cuerpo y sangre, no lleva a la muerte sino que conduce a la vida.
O sea que Jesús quiere sacarnos de una mirada puramente terrenal, que absolutiza lo pasajero, para conducirnos a la contemplación de los misterios divinos que  colman en abundancia las expectativas del ser humano.
La tentación que sufre el hombre de nuestros días es la de buscar con ansiedad lo que pueda colmarlo totalmente, sin que experimente más que vacío y soledad al olvidarse de su Creador por entregarse a las cosas.
El Señor pretende que quienes lo buscan lo sigan a Él como el pan vivo bajado del cielo, dejando de lado la visión de un mesianismo político que los lleva a pretender constituirlo en rey, para que sacie el hambre material.
Sin embargo, no obstante la dimensión diferente de la vida que quiere Jesús que se comprenda, nos deja un mensaje referido a los bienes de este mundo que hemos de procurar por medio del esfuerzo personal y la solidaridad para con los más necesitados y abandonados de este mundo.
Hace referencia el texto bíblico, que Andrés trae consigo a un niño que lleva cinco panes de cebada y dos pescados, que resultan insuficientes para saciar el hambre de todos los presentes, pero que con la intervención de Jesús, no sólo se  alimentan  todos, sino que sobran doce canastos.
El Señor, partiendo del aporte humano, siempre pequeño, multiplica en abundancia los dones recibidos para satisfacer a todos.
Es lo que sucede habitualmente con nuestra labor humana, ya en el cultivar la tierra, ya en el cuidado del ganado, ya en la explotación de los minerales, o en todo tipo de esfuerzo humanitario, que sumados a la gracia sobreabundante divina, resulta suficiente para satisfacer al ser humano, de manera que si pobres y hambrientos existen, no es por la despreocupación de la providencia divina, sino por el egoísmo humano que acumula en unos pocos lo que es don para todos.
Esta presencia multiplicadora de la acción divina, ya la encontramos, por cierto, en la fe del Antiguo Testamento,  en la referencia a los milagros realizados por el profeta Eliseo (2 Rey. 4, 42-44) en bien del prójimo.
Tanto en los bienes materiales como en los espirituales, Dios se muestra siempre generoso cuando los reparte, mostrando eso sí que nuestra atención no ha de quedar limitada por los bienes de este mundo,  y por tanto pasajeros, sino que han de ser medios para alcanzar los dones más perfectos, los referidos al espíritu.
Cuando el hombre se centra  sólo en lo temporal, se ha dejado vencer de antemano por la muerte, ya que “vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron”, mientras que la atención puesta en la persona de Cristo como piedra fundante de nuestro existir, nos permite poseer  la vida eterna por la comida eucarística, de manera incoada y preparando el futuro prometido a los que son fieles.
Como dijimos, pues, Jesús nos lleva por un camino nuevo a superar las estrechas miradas temporales que sólo contemplan “los panes y los peces”, para elevarnos a la contemplación misma de la divinidad.
La participación de Cristo mismo por la Eucaristía, además, nos lleva a un cambio radical en la vida cristiana tal como lo propone el apóstol san Pablo en la segunda lectura (Ef. 4, 1-6) cuando exhorta a que nos comportemos de una manera digna de la vocación recibida para vivir en unidad mediante el vínculo de la paz, ya que formamos parte de un solo Cuerpo, la Iglesia, guiados por un mismo Espíritu, movidos por una única esperanza, la de llegar a la contemplación de  Dios, 
Convencidos de todo esto es que pedíamos a Dios en la primera oración de  esta misa (“oración colecta”), que bajo su guía providente “usemos los bienes pasajeros de tal  modo que ya desde ahora podamos adherirnos a los eternos”.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XVII durante el año. Ciclo B. 26 de julio de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





No hay comentarios: