12 de agosto de 2016

“Quien es fiel a la voluntad de Dios, será fiel a la verdad, a la justicia, al bien, en los demás ámbitos de su vida”.

En la primera oración de esta misa pedíamos a Dios a quien “nos animamos a llamar Padre” que confirme “en nuestros corazones la condición de hijos” para poder entrar en la herencia prometida, y que esperamos con fe confiada.
Es decir, suplicamos que nos provea de los  necesarios dones del cielo, para así   vivir cada día como hijos suyos, según su voluntad, alejándonos de las tentaciones y los atractivos del mundo que buscan apartarnos del camino verdadero, e impiden, cuando nos dejamos seducir, reconocernos como hijos  al quedar oscurecida nuestra mente y debilitada la voluntad para  el bien.
En el texto del evangelio (Lc 12, 32-48) encontramos las palabras de Jesús que confirman que su Padre quiere nuestro bien, diciendo: “no teman, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino”. 
Si bien estas palabras se dirigen a sus discípulos, cada vez que somos fieles al Señor, formamos parte del pequeño Rebaño de los elegidos que han respondido con generosidad su llamado a vivir una existencia virtuosa. 
Es decir, cuando hacemos realidad  por la fidelidad a su persona, que Jesús es nuestro tesoro y permanece en Él nuestro corazón.
Aprovechemos esta semana que comenzamos para preguntarnos repetidamente si Jesús es cada día nuestro tesoro, y examinemos además nuestro corazón para descubrir dónde se dirige a cada momento.
Preguntarnos si el encuentro personal con Jesús es lo más importante que nos ha sucedido, o si por el contrario descubrimos que Él sólo ha sido una referencia más en nuestro caminar sin que nos entusiasme demasiado.
Para vivir esta experiencia única es necesario acrecentar nuestra fe que “es la garantía de los bienes que nos esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven” (Hebr. 11, 1-2). Es decir, que la fe en Jesús, aceptarlo como Hijo de Dios, es garantía de la vida eterna prometida y que imploramos al principio de esta Eucaristía. Al mismo tiempo, esa fe firme, nos da la certeza de la existencia de las realidades que no se ven aquí con los ojos del cuerpo, anticipando en la existencia terrenal la alegría de su posesión futura.
Dentro de este marco, Jesús nos habla hoy del uso del tiempo, como el domingo pasado nos hacía reflexionar sobre el uso virtuoso de las cosas.
Si deseamos la vida futura del encuentro con Dios, es necesario, pues, preguntarnos acerca de cómo usamos el tiempo en nuestro diario caminar.
Como elegidos de Dios por el bautismo estamos en el mundo como administradores de los bienes (Lc. 12, 32-48)  que nos han sido dados por bondad, para glorificar a Dios y servir a nuestros hermanos. 
La actitud propia para esta misión, es la de vigilancia, que no es esperar con temor la venida segura e inesperada de Jesús, sino llevar una existencia según su voluntad, para que cuando Vuelva, salgamos con gozo a su encuentro. 
Vigilancia, pues, se identifica con la disponibilidad del corazón para orientar la vida  hacia el Señor, como Aquél que es el tesoro de nuestro corazón.
Seguir la voluntad de Jesús significa que en nuestro obrar cotidiano trabajemos para que nada reprochable impida el encuentro con Él.
Seríamos, en cambio, malos servidores si nuestro caminar terreno fuera un pretender prescindir de Dios, como sucede tan a menudo en nuestros días, siguiendo los caprichos personales, tan lejos del bien, asentados en el pecado.
El administrador fiel del evangelio, papel al que somos convocados todos nosotros, no vive la venida de su Señor con zozobra sino con la paz interior de quien cumple la voluntad de Dios y sólo resta compartir el gozo con Él.
Del servidor infiel, el texto evangélico afirma que “el servidor que, conociendo la voluntad de señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo”.
Aprovechemos estos días para preguntarnos cómo transcurre nuestra vida cotidiana, si la voluntad de Dios y el fiel servicio a su Palabra es la clave de nuestro existir, de manera que merezcamos ser acreedores de las palabras evangélicas que recuerdan que “¡Feliz aquél a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes” ya que “al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho se le reclamará mucho más”.
La actitud permanente de fidelidad para con Dios, por otra parte, nos fortalece para obrar de la misma manera en los otros campos de la vida.
En efecto, quien es fiel al querer de Dios, más fácilmente será fiel a la verdad, a la justicia, al bien, en los ámbitos de la familia, del trabajo, de las amistades, de la vida social, experimentando así aquello de que el bien es difusivo de sí mismo,  fuente de equilibrio y paz interior.
Hermanos: que esta Eucaristía que celebramos con alegría, nutra nuestra vida, de manera que podamos vivir intensamente nuestra condición de hijos.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XIX del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 07 de agosto de 2016. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com











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