6 de enero de 2020

Si se descarta toda referencia a Dios como luz, verdad, vida y camino, culmina el hombre siendo oscuridad, mentira, muerte y encrucijada.



 En la actualidad percibimos un vacío acerca de quién es Dios y quién es el hombre. Hay quienes piensan que hablar de Dios es referirse a una idea inventada por el hombre, o se lo ve como imagen y semejanza del hombre mismo, o como alguien que resulta apropiado para que el ser humano se sienta más tranquilo.

Mientras tanto, el hombre es visto como una pasión inútil, como pieza de descarte, o un ser omnipotente que nada necesita de una divinidad a la cual deba reconocer, resucitando de nuevo la idea del superhombre.
Esto conduce a perder la razón de ser de la existencia humana en este mundo, se agudiza la pérdida de su sentido, se llega a la vida errática de muchos,  se ahoga el vacío existencial en el placer, en la droga, se cae en el aborto, la eutanasia y toda forma de destrucción del hombre, cuando la vida de unos se siente amenazada por otros, llegando hasta al suicidio.
Al no reconocerse a Dios, pues, se concluye con la marginación del hombre, al no conocerse a Dios es imposible conocer al mismo hombre.
Por eso que es importante que nosotros, católicos que buscamos vivir con una mirada de fe la existencia humana, vayamos al encuentro de la Palabra de Dios para que ilumine nuestra inteligencia y el consecuente proceder diario, ya que estamos también tensionados y confundidos no pocas veces con estas ideas de pesimismo existencial o de un optimismo “virtual”, lleno de sensaciones y falsas promesas de felicidad.
El evangelista san Juan (1, 1-18) nos permite acercarnos hoy al misterio de Dios, no totalmente porque nuestra inteligencia es limitada, pero sí al menos intentar llegar a su intimidad, reconociendo que si no podemos conocernos en plenitud nosotros mismos, menos podremos hacerlo con el Creador,  si éste  no se manifiesta.
Es por ello necesario como enseña san Pablo (Éf.  1, 3-6.15-18) “que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente”, gracia ésta que Dios desea que se la pidamos siempre.
Ya en el antiguo testamento (Eclo. 24, 1-2.8-12) hay señales de la presencia de Dios que desea ser conocido como principio sin principio.
La Sabiduría, si bien evoca a la ley dada por Dios, se identifica con una Persona, la del Hijo, quien instala su carpa, es decir, se hace presente por decisión del Creador, en Jacob, fijando su herencia en Israel, en consonancia con el prólogo del evangelio que refiere a que la Palabra “planta su carpa”, se hace hombre entre los suyos, que lo rechazan porque no lo reconocen como el Mesías prometido desde antiguo.
Si contemplamos el texto del evangelio se afirma que “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios”, descripción que refiere al Padre y al Hijo, eternos ambos.
Describe el génesis que el Padre Creador llama a la existencia a toda creatura por medio de la Palabra, “y Dios dijo”, mientras el espíritu aleteaba sobre las aguas, alusión al parecer del Espíritu Santo.
Pero antes de que comience “el tiempo” con la creación, el hombre ya estaba presente en el pensamiento divino, como lo asegura san Pablo diciendo que el Padre nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes y “nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo”.
Presentes ya en el pensamiento divino, somos elegidos “para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor”, vocación a la santidad ésta, ya presente desde que nacemos.
Creados a imagen y semejanza de Dios, pues, será la santidad el camino para llegar a la gloria.
Este proyecto divino se vio lesionado por el pecado original,  el cual a su vez fue borrado por el bautismo, permaneciendo en nosotros la inclinación al mal, a la oscuridad, pero contando con el poder de Dios para vencer todos los obstáculos.
San Juan nos dice, por su parte, que quien acepta al Hijo de Dios hecho historia por la encarnación queda constituido como hijo adoptivo de Dios, y así, “a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios”.
Queda en evidencia de ese modo, cómo la gratuidad de Dios en su entrega, se manifiesta en la multitud de dones que se derraman en nuestro corazón como prolongación de la elección hecha desde la eternidad de llamarnos a la existencia terrena y eterna después.
Acostumbrados a ver cuánto es denigrado o desechado el hombre en la historia, no percibimos que Dios tiene una mirada totalmente distinta al dignificarnos por la filiación divina, incluso al que obra mal, a quien espera hasta el fin de su historia terrenal para llevarlo o no consigo.
El texto de Juan presenta al Hijo como luz del mundo y de cada uno de nosotros, permitiendo que podamos conocerlo en plenitud si nos dejamos iluminar por esa luz, pero no así quienes viven en las tinieblas.
En el Hijo está asimismo la Vida, la vida de la gracia que tiene su inicio en la vida terrena,  y es anticipo de la eterna que se promete a los fieles.
El hombre pecador, por su parte, se obstina en ser tiniebla para confundir a las almas buenas y ser verdugo de la vida humana por el aborto o de la eutanasia, pretendiendo así frustrar el plan divino.
Pero, a su vez, el Hijo es Verdad, y a ella busca guiarnos para alcanzar la plenitud, mientras la cultura de estos días trata de imponer el relativismo  haciéndonos creer que cada uno tiene “su” verdad.
Esta verdad es “creada” con soberbia, rebelándose el hombre contra Dios, como el auge que posee la ideología de género, o del derecho a vivir como cada uno se percibe, cayéndose en el delirio general.
Si se descarta toda referencia a Dios como luz, verdad, vida y camino, culmina el hombre siendo oscuridad, mentira, muerte y encrucijada.
Queridos hermanos: buscando siempre encontrar en Jesús la verdad sobre Dios y por lo tanto del hombre, su criatura más amada, valoremos la esperanza a la que hemos sido llamados, “los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos” (Ef. 1)

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el II° domingo de Navidad. 05 de enero  de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.




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