13 de enero de 2020

El bautismo nos libera del pecado permaneciendo amigos de Jesús, y Dios está con nosotros como lo estuvo antaño con Él.


Con la celebración de la fiesta del Bautismo del Señor, concluimos hoy el tiempo litúrgico de Navidad.

Hemos recorrido un largo camino desde el momento del nacimiento de Jesús. Primero se manifiesta al pueblo elegido en la persona de los pastores, mientras es ignorado por el pueblo como tal que no lo recibió como Mesías (cf. Juan cap 1). Posteriormente, la manifestación de Jesús se realiza ante los pueblos paganos en la persona de los sabios que lo buscaron guiados por Dios.
Luego, a partir del momento en que permanece sujeto a María y José en Nazaret, creciendo en sabiduría y gracia,  sólo existe silencio acerca de su niñez y adolescencia, llegando a  la edad adulta en el bautismo.
En el bautismo  de Jesús a orillas del Jordán, nos encontramos con una Teofanía divina, porque Dios descubre su misterio, su vida íntima, enseñándonos que es Padre amoroso y, que su Hijo amadísimo en el que se complace, es quien recibirá el bautismo, mientras el Espíritu Santo desciende confirmando al Señor en su misión entre los hombres.
Toda una enseñanza para nosotros, porque por el bautismo el Padre Dios muestra su complacencia  con cada persona que viene a este mundo, a quien mira como a su Hijo Unigénito, quedando marcados, “ungidos” por el Espíritu como hijos adoptivos y enviados a la misión universal de llevar al mundo en el que estamos insertos, la manifestación de un Dios que ha salido a mostrarnos su complacencia.
Y ¿cuál es la misión de Jesús? si tomamos el texto de Isaías que proclamamos hoy (42, 1-4.6-7), es anunciado como el siervo de Yahvé del antiguo testamento, que es siervo por su condición humana y porque morirá en la cruz con la muerte de los esclavos. Este siervo es elegido, sostenido y amado con predilección por el mismo Dios.
Llevará el derecho a las naciones sostiene Isaías, debe hacerse lo que es justo, dirá Jesús a Juan, porque la venida del Salvador proyecta constituirnos nuevamente en “justos”, hijos adoptivos del Padre, que sólo se obtiene por la gracia divina que se nos ofrece en abundancia.
Por el bautismo dejamos de estar sometidos al poder del “injusto” con mayúscula que es el diablo,  son perdonados los pecados tanto el original, como los personales si los hubiera, mereciendo la gloria eterna.
Sigue señalando el mismo Dios en el texto de Isaías, que el siervo, el Mesías, debe hacer la alianza  con el pueblo, luz de las naciones, curando a los que padecen en el cuerpo o en el alma, proclamando a su vez esto mismo el apóstol Pedro (Hechos 10, 34-38).
En efecto, bautizado Jesús, fue ungido “con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con Él.” (Hech. 10, 34-38), buscando de los judíos, la conversión y la recepción del mensaje.
Ahora bien, como Dios “no hace acepción de personas” de manera que   “en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a Él”, sucede que los dones que rechazara el pueblo elegido fueron entregados a los paganos, llamados a constituir un nuevo pueblo.
Al ser bautizado Jesús, las aguas que de por sí no perdonan los pecados, alcanzan esa virtud purificadora en el sacramento del bautismo.
Por el bautismo somos incorporados al misterio mismo de Cristo, recibiendo los dones de la gracia que nos otorgan la filiación divina y la herencia prometida de la gloria con la Trinidad toda.
Dios mismo, por el sacramento nos asegura su amor preferencial por cada persona, esperando, a su vez, que la respuesta de cada uno sea generosa en cuanto a vivir en santidad de vida proclamando al mundo las maravillas que se realizan en los que son fieles.
Como describía  san Pedro el obrar de Jesús después de su bautismo, también nosotros imitando al Señor, hemos de tener esa preocupación principal de hacer el bien en todo momento llevando consuelo a toda persona que padece en el cuerpo o en el alma.
En ese contexto buscar especialmente liberar a las personas del influjo del maligno, hoy en día cada vez más presente, debido a que el hombre se ha olvidado de Dios y ha recurrido no pocas veces a medios mágicos  e incluso pactando con seguidores del demonio para alcanzar bienestar o liberaciones que no se dan sino que se agravan.
El bautismo nos libera del pecado, de allí que seguidores e imitadores del Señor hemos de permanecer cada día, sabiendo que Dios está con nosotros como lo estuvo antaño con Jesús.
Por cierto que en primer lugar hemos de liberarnos nosotros de la influencia del diablo para poder ayudar a otros a realizar lo mismo.
Vayamos con confianza, pues, al encuentro de la sociedad y del hombre de hoy, para manifestar las maravillas que Dios realiza en cada uno.
Especialmente encontrémonos con aquellos que están tentados a renunciar a su bautismo, mostrándoles que se trata de una trampa del maligno, que con diversas excusas, quiere sacarlos de la protección divina para hacerlos servidores de la oscuridad y de la mentira, incluso “otorgando” falsa felicidad como efecto de “una nueva libertad”.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Fiesta del Bautismo del Señor. Ciclo “A”. 12 de enero  de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.



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