27 de enero de 2020

El llamado que el Señor nos dirige como a sus discípulos para que lo sigamos, hace de nosotros mensajeros de la Buena Nueva.



 El papa Francisco instituyó este día como el primer domingo de la Palabra de Dios.

La finalidad está puesta en  fomentar en nosotros el interés por las Sagradas Escrituras como medio necesario para alimentar la vida cristiana, profundizando por su lectura y meditación en los misterios de la salvación del hombre.
Pero más todavía, es encontrarnos con la Palabra de Dios que es el mismo Hijo hecho hombre, Jesucristo, quien se hizo presente en la historia de la humanidad para conducirnos al encuentro del Dios trinitario, que nos atrae siempre para que participemos de su divinidad por siempre.
Al igual que lo contemplamos en el tiempo de Navidad, se presenta hoy, Jesús como Luz de las naciones que disipa las tinieblas.
Lo anunciado por Isaías (8, 23b-9,3) en el pasado, se cumple en Jesús cuando se dirige a la llamada Galilea de los gentiles (Mt. 4, 12-23) que no sólo cobijaba judíos, sino también a los venidos de diversos pueblos, que no conocían el anuncio de un Mesías Salvador, cumpliéndose así que “el pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz”.
Es en ese lugar donde Jesús se hace presente como luz del mundo, es en la “periferia” de aquél tiempo donde Jesús proclama abiertamente “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”.
Luz del mundo es Jesús que disipa las tinieblas de la ignorancia ya que muchos nada conocían de Él, luz que disipa las tinieblas del pecado que somete al hombre, y le impide vivir la libertad de los hijos de Dios.
Cristo entonces comienza su misión en tierra de gentiles, de aquellos que no provenían del judaísmo, anunciando la necesidad de la conversión, porque el Reino de los Cielos, es decir, el camino de vida de santidad  que se ha de recorrer, se está presentando por medio suyo.
Por lo tanto, para entrar de lleno en la amistad profunda con Jesús, es necesario convertirse, volver la espalda a la vida de “la oscuridad” sin verdad y sumida en la mentira, para caminar con decisión por la senda que transita el Señor derramando sus dones de gracia y curación de los males que nos abruman e impiden la verdadera alegría en Dios.
Para esta misión de “iluminar” los corazones sumergidos en la oscuridad, el Señor convoca a sus primeros discípulos, precisamente de entre los que pueblan la “Galilea de los gentiles”, hombres débiles y desconocedores de lo que significa la nueva vida proclamada.
Estos pescadores, subyugados por la persona y enseñanza de la Palabra viva hecha carne, dejan sin vacilar todo para seguirlo fielmente.
¡Qué poderoso es el atractivo que presenta el Señor, que vence las dificultades propias del seguimiento y desapego, haciendo de cada uno “pescadores de hombres”, intrépidos mensajeros de la Buena Nueva!
El apóstol Pablo reconoce (I Cor. 1, 10-14.16-17) que fue llamado para anunciar la Buena Noticia, prolongándose en él el “sígueme” que atrajo a los primeros discípulos, y que respondiera con total entrega. Reconociendo que sólo Jesús salva, Pablo rechaza el seguimiento de otras figuras a las que los creyentes se sentían tentados, venciendo así la dispersión dentro de la comunidad de Corinto.
En nuestros días, nos toca a nosotros dirigirnos a las periferias de la sociedad para presentar el atractivo mensaje salvador de Jesús.
Esto urge cada vez más, ya que en la sociedad actual no sólo viven los que no creen porque no han recibido el mensaje de Jesús, sino que, peor aún, aumenta el número de los que abandonaron la fe cristiana, y la ausencia y prescindencia de Dios se agudiza de forma alarmante.
Como el ser humano se erige ya como si fuera cada uno dios, se prescinde de la ley divina y por ende de la humana también, dando lugar a las reglas de juego que cada uno intenta hacer prevalecer.
La violencia y el desprecio por la vida ajena, -ejemplificado por el crimen en Villa Gesell- , el quebranto permanente de la ley divina en todos los campos de la vida, el desenfreno sexual que sólo piensa en el placer usando al otro, “el lavado de cabeza” ejercido por algunos medios que “crean” cultura, está conduciendo a la sociedad a un callejón sin salida y  sin esperanza.
Cuando se desconoce a Dios, se ignora a las demás personas, ya que no se las contempla en su filiación divina, sino sólo como medios a utilizar según los antojos de cada uno, prevaleciendo la cultura del “que todo vale”, el de ver como lícito que cada uno realice  lo que le viene en gana, y no lo que dignifica, ennoblece, y hace hijo de Dios.
Al no contemplarse el rostro de Cristo en el prójimo, es imposible llegar a una amistad plena con Él que transforme la vida de cada uno.
Queridos hermanos: nos convoca hoy Jesús a una tarea misionera muy dura por cierto, no será fácil llegar a “estas nuevas periferias” presentes en la actual “Galilea de los gentiles y de los que perdieron la fe”.
Sin embargo,  confiados en el poder de la gracia por Él prometido,  y sabiendo que nos acompaña siempre en la misión que se nos confía, será posible presentar el atractivo del Evangelio, atrayendo a no pocos a la conversión e incorporación a la vida nueva que ofrece.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el III° domingo del tiempo Ordinario ciclo “A”. 26 de enero  de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.


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