2 de enero de 2020

“María meditaba sobre su futuro junto a la misión de Jesús, acompañando a su vez a la Iglesia hasta el fin de los tiempos”

Comenzamos el Año Nuevo recibiendo la bendición de Dios Nuestro Señor otorgada abundantemente como lo indica el texto sagrado (Núm. 6, 22-27) en el Antiguo Testamento, por medio del rey o del sacerdote. 

Se trata de una bendición establecida por Dios para el pueblo de Israel al comienzo del año o ante grandes acontecimientos y que se continúa en el nuevo pueblo de Dios la Iglesia a lo largo de los siglos.
La bendición nos asegura la voluntad de Dios de mostrarnos su rostro y su gracia protegiéndonos a lo largo del año, prometiendo a su vez, el don de la paz que sólo puede asegurar el creador, ya que únicamente Él puede cambiar los corazones haciendo que todos busquemos el bien.
Asegurada siempre la protección divina porque somos sus hijos, es necesaria, por otra parte, la respuesta de cada uno al Dios providente, siguiendo siempre con espíritu obediente su voluntad de salvación.
Este día, además, la Iglesia celebra la maternidad divina de María Santísima, ya que en ella el Hijo de Dios asumió la naturaleza humana necesaria para ingresar en nuestra historia cotidiana y conducirnos al encuentro del Padre, rescatándonos así del pecado y de todo mal.
El apóstol san Pablo (Gál. 4, 4-7) precisamente confirma esta verdad al decir “cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos”.
Palabras éstas que muestran que el tiempo de la venida del Señor fue fijado por el mismo Dios, quien dispuso elegir a una mujer peculiar, María Santísima, preparada en plenitud de gracia y santidad para su misión maternal, naciendo su Hijo sujeto a la Ley a la que se sometió, como la circuncisión, y redimir a la humanidad sujeta a la Ley antigua, conduciéndonos a la Nueva Ley de la Gracia que inaugura al ser constituidos todos hijos adoptivos del Padre.
A raíz de esto, la Virgen María no sólo es madre del verbo encarnado sino también de los que fuimos reconocidos hijos adoptivos de Dios.
Al ser hijos, a su vez, podemos llamar a Dios Abbá, es decir, Padre, recibiendo además el Espíritu de su Hijo.
De esta manera queda transformada nuestra existencia humana, ya que dejamos de ser esclavos, para vivir como hijos, y de este modo alcanzar la herencia eterna, es decir, la vida para siempre en la gloria del Padre, si vivimos en este mundo siguiendo el ejemplo del Hijo.
El texto del evangelio (Lc. 2, 16-21) describe la visita de los pastores al  lugar “donde les había dicho el Ángel y encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre”. 
Se trata de un momento crucial para la vida de estos humildes cuidadores de ovejas ya que “al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño” logrando que todos los que los escuchaban se admiraran de lo que provenía del anuncio del ángel.
Posteriormente a este encuentro con el Salvador en la humildad de la carne, los pastores “volvieron”  a su labor habitual “alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído”.
Desde esta experiencia vivida sus vidas han cambiado para siempre al hacerse realidad lo que esperaban desde antiguo, la venida del Mesías.
También nosotros podemos, como ellos, ir al encuentro del recién nacido y afirmando nuestra fe en la presencia del “Dios con nosotros”, retornar a nuestras tareas diarias “alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído”.
Una mirada de fe por parte de cada uno de nosotros sobre todo lo acontecido en estos días, nos ayudará a tener una perspectiva nueva acerca de la vida redimida por el Salvador, y caer en la cuenta que la historia humana ha sido transformada por la cercanía de Jesús.
Nuestra admiración, a su vez, no concluye aquí, ya que el texto del evangelio, continúa diciendo que “María  conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”, sin que se especifique de qué se trata.
Seguramente meditaba y conservaba el hecho de ser Madre del Hijo de Dios hecho hombre, y que por ello era también Madre de cada persona que viene a este mundo, uniéndose al plan providente de Dios que nos ha constituido hijos adoptivos suyos y herederos de la gloria.
Meditaba y conservaba acerca de lo que sería su vida futura en la misión de su Hijo y, por cierto lo que sería el caminar con cada hijo de la Iglesia hasta llegar a la consumación de todo lo creado.
Como consecuencia de esto, queridos hermanos, hemos de recurrir siempre a María para presentarle nuestras alegrías y sufrimientos, implorando su maternal ayuda para vencer siempre las tentaciones del maligno aplastando su ponzoñosa cabeza, como Ella misma lo hace a lo largo de la historia humana.
Podemos hacer esto con la confianza y seguridad de que siempre nos escuchará y mirará con benevolencia, a pesar de nuestras debilidades, precisamente por el hecho de ser Madre.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la fiesta de María Madre de Dios. 01 de Enero  de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.


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