9 de marzo de 2020

“La Transfiguración de Jesús significa contemplar anticipadamente la gloria que nos espera si permanecemos fieles al Señor”.

 La Palabra de Dios sigue enseñándonos la necesidad de continuar transitando este tiempo de Cuaresma con el deseo de llegar al Monte Santo del encuentro con Cristo que se nos manifiesta su divinidad.


El libro del Génesis (12, 1-4ª) nos muestra la figura de Abraham a quien Dios le pide dejar su tierra y parentela para seguir las indicaciones que se le dan, con la promesa de una gran descendencia de sangre, y la recepción también de otros pueblos paganos, ya que en él son bendecidos todos los que se adhieran al Dios verdadero, constituyéndose Abrahán  en padre por  la fe.
También a nosotros se dirige esta invitación de salir de nosotros mismos y de toda seguridad para transitar el camino de la fe obediente al Padre que alcanza su plenitud en la  salvación eterna.
Con este llamado comienza una historia lineal y durable de la salvación del hombre, la de la fe, vencido el mito del eterno retorno por el que siempre se regresaba al inicio sin meta salvadora alguna.
La historia del creyente si bien tiene su comienzo, continúa y progresa hasta llegar a la meta, plenitud de vida que se encuentra sólo en Dios.
En este caminar en la fe se dan crecimientos pero también obstáculos, de allí que san Pablo le diga a su discípulo Timoteo (2 Tim. 1, 8b-10) “comparte conmigo lo sufrimientos que es necesario padecer”.
Y esto acontece en todas las etapas de la historia humana porque seguir y buscar a Cristo significará siempre la persecución del mundo, la incomprensión y desprecio de los incrédulos e incluso no pocas veces rechazo de parte de los mismos creyentes.
No por casualidad lo que caracteriza la sociedad de nuestros días es precisamente la falta de fe, de modo que muchos, en otro tiempo creyentes, abandonen por comodidad la fe recibida, o por sentirse atraídos por una vida frívola y placentera, huyendo de todo compromiso de fe que exija renuncia, sacrificio o persecución.
En cambio, si queremos crecer en el camino de la fe, siempre saliendo de nosotros mismos para buscar a Dios, hemos de asumir lo que esto conlleva, convencidos de que la promesa de plenitud de vida no será un espejismo sino una realidad a recibir y gozar.
Para tener una perspectiva de la vida totalmente diferente es necesario subir a la cima del monte, lugar del encuentro con Dios, ya que desde lo alto nuestra mirada de la realidad cambia totalmente.
La Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor (Mt. 17, 1-9) significó para los discípulos el contemplar anticipadamente la gloria que les espera después de la muerte si se mantienen fieles al Señor.
Jesús quiere enseñar a sus discípulos que si son capaces de acompañarlo al misterio de la Cruz, soportando las persecuciones que sobrevendrán, participarán de la alegría de la resurrección.
El hombre incrédulo de nuestro tiempo, tan alejado de Dios, no puede gozar de esta promesa anticipada que realiza Jesús, de modo que su destino será llorar por la felicidad perdida y nunca alcanzada.
Para el creyente, en cambio, que realiza el camino de la fe, aunque sea muchas veces penoso y sufriente, como le acontece a Pablo, tiene la convicción que de las penas se llegará a la felicidad que no tiene fin.
El caminar por el desierto de la cuaresma es un anticipo de nuestro transitar por el mundo de la obediencia de la fe, en medio de las persecuciones y desprecio del mundo y de una cultura cada vez más hostil a lo católico, consolados por la Persona gloriosa de Jesús.
Este transitar alimentado por la contemplación del Cristo glorioso, implica, a su vez, hacer realidad el consejo del Padre que dice “Este es mi Hijo muy amado, escúchenlo” como la única palabra y voz válida que lleva a la verdad.
En este contexto de escuchar al Señor, se recuerda hoy el día internacional de la mujer, del que nosotros podemos tener una mirada de fe que neutralice toda visión ideológica enarbolada por el feminismo, sumido en la perspectiva de género y desprecio del varón.
El papel de la mujer ha sido señalado no pocas veces por el magisterio de la Iglesia, incluso hay una carta apostólica dedicada a ella por el papa san Juan Pablo II, "Mulieris Dignitatis", que refiere a la dignidad y la vocación de la mujer con ocasión del año mariano.
La grandeza de la mujer ya está presente en la elección que Dios hace de María Santísima como madre de su Hijo hecho carne, y constituida además como Madre de la Iglesia y de cada uno de los bautizados.
Es en la figura de María donde hemos de descubrir la vocación que tiene la mujer en la creación, y cómo su existencia se enaltece por medio de la maternidad y su misión como esposa en el hogar cristiano.
No se enaltece la misión de la mujer con el aborto o con las falsas imágenes que muestra la sociedad de consumo, sino con el papel que Dios le ha encomendado como se muestra en numerosas mujeres en el Antiguo Testamento y esencialmente en María Santísima.
Aprovechemos este día para rezar por todas las mujeres que se mantienen fieles al Señor en su recorrido de fe por este mundo, que se desempeñan con calidez y exquisita dulzura en su papel de esposa y madre, que transmiten la fe verdadera a sus hijos y sostienen la familia en medio de las penurias y dificultades confiando en la fuerza y misericordia de Dios.
Pidamos también por aquellas que han renegado de la vocación que Dios les ha dado desde la Creación, y así, convertidas, puedan dar gloria a Dios y contribuir a hacerlo presente en el mundo.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el 2do domingo de Cuaresma, ciclo “A”. 08 de marzo de 2020.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-




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