18 de mayo de 2020

Cristo que nos amó muriendo por nuestros pecados, reclama el amor de cada uno: “si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos”



 En la primera oración de esta misa recordábamos y agradecíamos a Dios la alegría que nos embarga por la resurrección de Cristo, por la que la vida del hombre, de cada uno de nosotros, ha cambiado totalmente, gracias  a la victoria de Jesús sobre la muerte y el pecado.

Precisamente Felipe se dirige a una ciudad de Samaria (Hechos 8,5-8.14-17) y allí predica a Cristo nuestro Señor, presentando a los samaritanos el contenido de la verdadera fe, confirmándola a su vez, mediante milagros, signos, curaciones de paralíticos, lisiados, expulsión de demonios, señal clara de la victoria del Señor crucificado.
Esto produce una gran alegría en el corazón de los samaritanos de tal manera que se adhieren a la fe proclamada por Felipe. En este contexto  es de destacar que al mismo tiempo los samaritanos recibían otras enseñanzas (vers. 9 al 13), provenientes del llamado  Simón el mago, el cual con sus hechizos u otras cosas provenientes del maligno buscaba atraer hacia si a los pobladores, los cuales no obstante sentirse atraídos por estos encantamientos, concluyen adhiriéndose a la verdadera fe.
Más aún, el mismo Simón el mago termina por convertirse a la verdadera fe, aunque recae en el pecado al pretender comprar con dinero el poder apostólico de otorgar el don del Espíritu Santo por la imposición de manos. Ante esto, por la admonición de Pedro y amenaza de castigos divinos,  Simón se convierte  llorando por sus pecados.
Esto nos hace ver cómo la verdadera fe en Cristo es capaz de triunfar en el corazón de los hombres y liberarlos de tantas falsedades y trampas que se presentan en el transcurso de la vida, y esto vale también para nosotros que soportamos los encantamientos de los actuales embaucadores que siguen el modelo diabólico de Simón el mago.
En efecto, ¡Cuántos católicos hoy en día ya no aceptan la fe católica en toda su pureza sino que se dejan engatusar por los movimientos orientales, por montones de cosas, el tarot, terapias reparativas de todo tipo que aparecen por allí y por aquí, metafísica que le llaman a cualquier cosa, el Reiki y tantas novedades que marean al creyente!
 Hoy el ser humano busca, no pocas veces el católico también, no el equilibrio interior y la paz en Cristo resucitado, sino en todas esas cosas, que la cultura, la sociedad de nuestro tiempo y los incautadores de nuestra fe van introduciendo, por lo que es imperioso adherirnos a la fe recibida de los apóstoles y aceptar a Jesús como el Hijo de Dios vivo, como el resucitado de entre los muertos para nuestra salvación. 
¡Tan necesitado de Dios está hoy el hombre, que desesperado y seducido por el espíritu del mal, busca en otro lado aquello que sólo la fuente de agua viva  que es Jesús resucitado, camino, verdad y vida puede darle!
Ese es precisamente el sentido que tienen las palabras de San Pedro en la segunda lectura (I Pet. 3, 15-18), cuando dice “glorifiquen en sus corazones a Cristo el Señor, estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen”.
Sucede con frecuencia, en efecto, que somos acusados de no estar con los signos de los tiempos por no aceptar el  sincretismo religioso, tan de moda hoy, en el que se configura “una nueva religión” formada por  “verdades” de cuanta religión existe. Ante esto, saber dar razón de nuestra esperanza, o sea, confesar abiertamente que seguimos a Cristo nuestro Señor, que murió en la cruz para salvarnos y resucitó de entre los muertos,  sin dejarnos engañar ni arrastrar por tantas ideologías que pululan en nuestra sociedad y en la cultura, incluso a veces a través de personas que deberían proclamar siempre la verdad.
Cristo es el que murió en la cruz por nuestros pecados, Él nos ama y  pide reciprocidad en el amor, “si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos” (Jn. 14, 15-21). Ya en el Antiguo Testamento tenemos las diez palabras, mientras en el Nuevo se proclama la síntesis en dos mandamientos, amar a Dios y amar al prójimo. Conocemos estos mandamientos porque están escritos en el corazón de cada uno desde que nacemos, basta con reflexionar un poco para descubrirlos y entender lo que significa “si ustedes me aman cumplirán mis mandamientos”. Y aquí también en esta vivencia se mete Simón el mago con sus artilugios.
En relación con este pedido del Señor recuerdo aquella  persona que me decía que amaba a Cristo nuestro Señor y que por eso comulgaba todos los domingos, aunque nunca se confesaba porque Dios conocía su corazón. Aproveché para preguntarle cómo vivía los diez mandamientos, y por su respuesta advertí que faltaba a casi todos, pero no sentía necesidad de arrepentirse porque por encima de ello estaba su amor a Cristo.
Entonces le dije: “usted no ama a Cristo nuestro Señor, perdóneme”. –“¿Cómo qué no? Yo lo amo”. Y le recordé este pasaje de Jesús, “si me aman cumplirán mis mandamientos”. Sucede con frecuencia que la gente interpreta el amor como un sentimiento, como una especie de impacto emocional, “es lo que siento”, escuchamos muchas veces en nuestros días. Sin embargo, el amor no es un sentimiento, es un acto libre que procede de la voluntad iluminada por la verdad que le transmite la inteligencia, por lo que el amor a Cristo supone la obediencia a su Persona, la observancia de sus mandamientos, que no aprisionan al hombre sino que lo hace cada vez más libre.
Para vivir todo esto no estamos solos, el mismo Jesús nos promete el don del Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, que como lo hiciera con los  apóstoles, nos explicará lo enseñado por el Señor y otorgará la fuerza para  practicarlo.
Queridos hermanos recordemos las últimas palabras del texto del Evangelio de hoy “el que me ama, dice Jesús, será amado por mi Padre, y yo lo amare y me manifestare a él”. Pidamos esta gracia que Cristo se nos manifieste, que nos hable en lo más íntimo de nuestro corazón y vaya enseñando cómo vivir cada día nuestra vocación de cristianos, de católicos comprometidos con la verdadera fe. 

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el VI° domingo de Pascua. 17  de mayo de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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