11 de mayo de 2020

Quien reciba a Cristo, encontrará el Camino seguro, descubrirá la única Verdad y transitará la Vida, confiando en llegar al Padre del Cielo.


En la Última Cena, previendo Jesús ya lo que iba a suceder, es decir, que sería enjuiciado, que sufriría como el Siervo de Yahvé anunciado en el Antiguo Testamento y moriría en la cruz, dice a sus temerosos discípulos: “no se inquieten, crean en Dios y crean también en mí" (Jn. 14,1-12)

Con estas palabras caemos en  la cuenta que la fuerza que sostiene al creyente en medio de las pruebas, es la fe en Cristo nuestro Señor, ya  que Él nos ha redimido por su muerte en cruz otorgándonos la vida nueva, la de la gracia que habíamos perdido por el pecado.
Creer en Jesús significa mirar la vida de una manera totalmente distinta, diferente. Precisamente el apóstol San Pedro en la segunda lectura (I Pet. 2, 4-10) afirma que los que creen son los que van creciendo en la vida cristiana, en la vida de la gracia, los que no creen en cambio tropiezan con la piedra que rechazaron los constructores, esa piedra que es el mismo Cristo, y así “a ustedes los que creen, les corresponde el honor. En cambio, para los incrédulos, [la piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: piedra de tropiezo y roca de escándalo]. Ellos tropiezan porque no creen en la Palabra: esa es la suerte que les está reservada”
Estamos viviendo momentos especiales en nuestra patria y en el mundo, y los medios de difusión presentan la experiencia de los técnicos e infectólogos, dan a conocer las decisiones de los gobernantes supuestamente responsables, manifestando todos su esperanza sólo en la ciencia, haciendo alarde de la confianza puesta en el hombre y lo que éste puede realizar, y en ningún momento aparece Dios, nunca se nos dice recordando a Jesús, “no se inquieten, crean en Dios y crean también en mí” , sino más bien, “no se inquieten, si guardan la cuarentena nada les va a pasar”.
En medio de este panorama confuso y lleno de temor, quizás también nosotros los creyentes podemos caer en esa trampa, y olvidarnos que nuestra vida esta cuidada de una manera especial por el Señor, por Jesús, que permite tantas cosas en nuestra vida positivas o negativas, de acuerdo como se ve, pero siempre para nuestro bien
Recordemos que creer en Cristo significa decidirse a vivir en unión con Él y aceptar que es el Camino, no un camino más en la vida.
En una cultura como la nuestra donde se habla tanto de que toda religión es buena y que toda opción religiosa es correcta, Jesús nos dice: “Yo soy el camino”, no dice soy un camino, uno más del montón, sino el único y por eso también dice: “Yo soy la verdad”, esa verdad que nosotros también tenemos que defender, en una época que todo es relativo para la gente y que toda verdad es válida y tiene el mismo peso en la existencia, Cristo enseña que es la Verdad.
Si Cristo es la Verdad, no es lo mismo ser cristiano, ser católico, que profesar otro culto, otra religión, porque sólo Él murió en la cruz por los pecados de los hombres, no fueron otros líderes religiosos, no fueron otras deidades, sino Cristo nuestro Señor.
Y Cristo también proclama que es la Vida. ¿Y cuál es esa Vida, dónde se encuentra?  El Señor promete la vida con mayúscula, la Vida  Eterna. Precisamente en el texto del Evangelio (Jn. 14, 1-12) el Señor asegura que retorna al Padre para prepararnos un lugar, manifestando así  que el fin último de la vida humana es compartir para siempre  con Dios en el Cielo, contemplándolo eternamente.
Por eso la súplica de Felipe “muéstranos al Padre” tiene esta respuesta de Jesús: “El que me ve a mí ve al Padre” porque la adhesión a Cristo nuestro Señor culmina en la visión total del Padre, en la contemplación de la divinidad, más aun de la Trinidad toda, el Padre, Hijo y Espíritu Santo en la vida que no tiene fin.
La fe entonces más firme en Cristo nuestro Señor da la certeza que la meta de la vida eterna ayuda a vivir la existencia en este mundo con una mirada totalmente distinta, que no se queda en el pesimismo o con los miedos ante los presuntos triunfos de los poderes de este mundo que nada son, y que con un soplo son derrumbados por el Señor, como ha sucedido abatiendo la soberbia del hombre a través de un virus, quedando patente la debilidad humana siempre necesitada de Dios.
Esta fe en Cristo, esta decisión de vivir en unión con Él, Camino Verdad y Vida, esa confianza de que nos espera la vida eterna, permite a todos contemplar de diferente modo la vida  diaria.
 Así lo vivían las primeras comunidades, como nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles (6, 1-7), que si bien tenían dificultades porque no eran santos, y había peleas también y diversidad de opiniones entre ellos, sin embargo sorteaban los obstáculos confiando en la acción del Espíritu Santo, sabiendo que Dios siempre ilumina para solucionar los problemas que se suscitan en toda comunidad.
De allí, que ante la preocupación de los helenistas por la atención de los necesitados y las viudas, se instituye el diaconado, y así,  eligen en la Iglesia Católica a estos siete varones, únicamente varones, no diaconisas, instituidos por los apóstoles por la imposición de  manos.
Una vez establecidos, se les encomienda la tarea concreta del servicio en la caridad, mientras que los apóstoles continúan evangelizando, transmitiendo la Palabra, y haciendo de ese modo presente a Jesús en medio de la sociedad, de la cultura de aquel tiempo tan dispersa y tan enemiga muchas veces de la fe en Cristo.
Entre los consuelos de Dios y las persecuciones del mundo, los cristianos, a su vez, son conscientes de constituir la Iglesia, ya que son piedras vivas en el edificio espiritual, configurando “Una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de Aquél que los llamó de las tinieblas a su admirable luz” (I Pet. 2, 4-10). Más aún, sabían que “ustedes, que antes no eran un pueblo, ahora son el Pueblo de Dios; ustedes que antes no habían obtenido misericordia, ahora la han alcanzado”.
Queridos hermanos sigamos caminando en este tiempo de Pascua pero afirmándonos entonces cada vez más en nuestra fe en Cristo resucitado, como Camino, Verdad, y Vida.
Quien  acepte a Cristo en su corazón podrá tener la seguridad de encontrar siempre un camino seguro, de descubrir una verdad siempre clara, de transitar una vida con la promesa de llegar al Padre del Cielo. 

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el V°  domingo de PASCUA. Ciclo “A”. 10 de mayo de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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