26 de mayo de 2020

Mirando al cielo y desde allí nuestra vida terrena, descubrimos que la tarea concreta a la que nos envía Jesús, es predicar su evangelio.


A los cuarenta días después de la resurrección del Señor de entre los muertos, celebramos hoy esta gran fiesta de su Ascensión.

Ascensión del Señor que se realiza después de haber estado Jesús apareciéndose numerosas veces a sus discípulos, -como nos dice San Lucas en la primera lectura tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles (1,1-11)-, comiendo con ellos y recomendando que no se alejaran de Jerusalén, esperando la promesa del Padre.
 ¿Cuál es la promesa del Padre? que recibirían el bautismo del Espíritu Santo diferente al de Juan, que era un bautismo de agua.
De ese modo  Jesús  les está anunciando una transformación especial a sus discípulos, lo que va a acontecer precisamente el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo iluminará a los apóstoles, les hará entender todo lo que han recibido de Jesús dándoles la fuerza para cumplir el mandato de Jesús antes de la Ascensión: “vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y  del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28, 16-20)
Por eso es muy importante pedir a Dios lo que recuerda San Pablo a los cristianos de Éfeso (1, 17-23): que “el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente” (Éf. 1, 17-23).
 Es decir, recalco, necesitamos el espíritu de sabiduría y de revelación o  manifestación para poder entrar en el pensamiento de Dios, ya que aunque no lo conocemos totalmente porque eso supera nuestras posibilidades, podamos al  menos ir entendiendo ese gran amor que Dios tiene por cada uno de nosotros, por la humanidad toda.
Hemos de pedir esa luz interior  para poder valorar,  continúa el apóstol, la esperanza a la que hemos sido llamados, que consiste en alcanzar la vida eterna con la Santísima Trinidad, los ángeles y santos.
Somos convocados a participar de la vida de Dios, aunque sintiendo no pocas veces que permanecemos atados a la vida temporal, a la  condición humana, percibiendo la atracción que ejerce lo temporal.
Sin embargo, no estamos hechos para esto, estamos de paso, por eso que es una gracia especial el pedir y suplicar el saber valorar la meta de nuestra esperanza la vida con Dios, de la cual Cristo nuestro Señor nos habla precisamente con este misterio de la Ascensión.
En efecto, Jesús nos está diciendo, que la humanidad ya está con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Hijo, en cuanto Dios que es, siempre estuvo con el Padre y el Espíritu, pero al mismo tiempo se hizo hombre y vivió entre nosotros.
A partir del misterio de la Ascensión se corona todo el misterio de Cristo, llamados a la vida que no tiene fin, a “los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos”  y a “la extraordinaria grandeza del poder con que Él obra en nosotros los creyentes, por la eficacia de su fuerza”. (Ef. 1, 17-23). O sea, ascendidos junto al Padre, por la Ascensión de Jesús, ciertamente cambia nuestro modo de contemplar el mundo y lo temporal.
Afirma el texto de los Hechos (1, 1-11), que después de la Ascensión, los Apóstoles miraban hacia arriba, ante lo que dos hombres vestidos de blanco, dos ángeles,  dicen “¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”
Ahora bien, no está mal que miren al cielo. Si es una mirada al cielo nada más que por curiosidad es una cosa, pero mirar al cielo y comprender que con la ascensión de Jesús nuestra mirada tiene que ser distinta está bien. El no perder de vista el cielo, añorando la meta para la que fuimos creados, conduce a purificar todo vistazo del mundo y del quehacer cotidiano, seguros que  en el camino veremos de nuevo al Jesús que nos ha sido quitado pero que vendrá  nuevamente al fin de los tiempos..
¡Que hermoso poder esperar siempre esta segunda venida del Señor cuando Él lo disponga! En esa segunda venida será realidad totalmente lo que el mismo apóstol San Pablo afirma  de  Cristo, que  está por encima “de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en el mundo como en el futuro”.
El mundo incrédulo sigue caminando en el tiempo pensando que los únicos poderes que sirven y que valen son los de este mundo.
La Ascensión del Señor enseña que eso es un engaño, es un espejismo, porque Cristo es el que está por encima de todo poder temporal les guste o no les guste a los poderosos temporales de este mundo. Cristo ha sido puesto como cabeza y como rey de todo lo creado y el Padre puso todas las cosas bajo sus pies, es decir todo es nada, seguirá siendo nada en la medida que no se lo reconozca a Él como cabeza de todo lo creado ya que toda la creación fue ordenada, orientada, dirigida precisamente al Señor.
Queridos hermanos, mirando al cielo y poseyendo así una capacidad renovada para contemplar el mundo y nuestra existencia en él, descubrimos que tenemos la tarea concreta de predicar el evangelio.
Jesús nos dice hoy  que dirigiéndonos al mundo concreto hagamos de todos los pueblos  discípulos suyos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a cumplir todo lo que Él nos ha mandado, prometiendo estar con nosotros hasta el fin del mundo. Habla de todos los pueblos (Mt. 28,16.20), cosa que hizo San Pablo cuando yendo a los judíos les predicaba el evangelio. No decía “ya que son judíos, no digo nada, que sigan siendo judíos para siempre, no les hablaré de Cristo Nuestro Señor”. Si hubiera hecho eso traicionaría el mandato que le fue encomendado. Dirigiéndose a los paganos no pensaba en dejarlos que  sigan adorando deidades falsas, sino que respetándolos en sus creencias, no dejaba de predicarles la verdad. 
A los atenienses, por ejemplo, elogiando su sabiduría porque rendían culto al dios desconocido,  les dijo que con la predicación de Cristo resucitado, les traía la posibilidad de conocerlo, logrando así la conversión de muchos.
En nuestros días espera y quiere el Señor que sigamos haciendo lo mismo  predicando el Evangelio, respetando a todos por cierto, pero con la libertad de los hijos de Dios anunciar el evangelio que hemos recibido.
Quiera Dios que por este anuncio muchos se sientan llamados, como en la primera evangelización de la iglesia, a recibir el bautismo, recordando a su vez la promesa que nos hace Jesús de estar siempre con nosotros hasta el fin de los tiempos y contar así con su fortaleza y gracia.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Ascensión del Señor. Ciclo A. 24 de mayo de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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