18 de agosto de 2020

Con la palabra “¡Que se cumpla tu deseo!” el designio divino se encuentra con toda persona para concederle alivio y salvación.


Los textos bíblicos de este domingo tienen una misma idea central, que podemos sintetizar con las palabras del apóstol San Pablo escribiéndole a su discípulo Timoteo (I Tim. 2, 4) “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. 

Y uno se pregunta por qué Dios quiere que todos los que venimos a este mundo seamos salvados? ¿Por qué Dios quiere eso? porque a todos nos ha creado a lo largo de la historia de la humanidad. ¿Y para que nos ha creado Dios? ¿Para qué ha llamado a la existencia al hombre Dios?  Para participar de su misma vida después de caminar por este mundo haciendo el bien y estando en comunión con Él.
Y tan importante esto es en la Providencia Divina que cuando el ser humano cae en el pecado y se separa de su Creador, Él insiste en su voluntad de llamarnos a la comunión consigo, para lo cual  envía a su Hijo que se hace hombre en el seno de una mujer, la Virgen María.
Viniendo a este mundo y redimiéndonos, nos muestra nuevamente el camino que conduce justamente a la salvación, al encuentro definitivo con la Trinidad misma.   
Esto significa que somos bendecidos por Dios en ésta su voluntad salvadora  sobre cada persona que ha venido a este mundo desde el principio. La llamada, pues, a la comunión con Él, abarca a todos, sin distinción de raza, de religión, sin mirar la bondad o no de cada uno.
O sea, a todo el mundo Dios llama para que se una a su bondad, y para ello a través de su Hijo, funda a la Iglesia que como Madre está presente en este mundo con sus puertas abiertas dispuesta siempre a recibir a toda persona que por la fe, por la conversión de su vida quiera adherirse a Cristo nuestro Señor. El apóstol San Pablo precisamente en la segunda lectura de hoy (Rom. 11,13-15.29-32) nos recuerda que Dios ha querido salvar al hombre a través de un pueblo concreto, el pueblo de Israel, por eso Jesús en el evangelio dice yo he venido a buscar a las ovejas perdidas de Israel, pero queriendo a través de ellas buscar también a las ovejas perdidas que provienen de otros pueblos.  
El mismo Pablo dirá que de la infidelidad del pueblo de Israel se sirvió Dios para llamar a los que provenimos del mundo pagano, pero como Dios en su misericordia llama a todos, no se ha olvidado tampoco de su pueblo elegido, ya que “los dones y el llamado de Dios son irrevocables”
Incluso en la Sagrada Escritura se presenta como una de las señales que anticipa el fin de los tiempos a la conversión del pueblo de Israel, en cuanto pueblo, quizá no todos y cada uno pero si en cuanto pueblo elegido por Dios desde el principio.
 Teniendo en cuenta esto entendemos lo que acontece con Jesús en este encuentro con la mujer cananea, tal como lo escuchamos en el evangelio del día (Mt. 15,21-28). En efecto, Jesús ha entrado en territorio pagano, no judío, por lo tanto aquí hay una voluntad expresa de llegar a los que no vienen del judaísmo. Y una mujer cananea, precisamente  del pueblo rechazado como pueblo pecador, exclama “¡Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”.
Los paganos eran considerados “perros” por los judíos, de allí que Jesús, poniendo a prueba a la mujer, pero suavizando los términos, le dirá movido por la misericordia propia de quien viene a salvar a toda la humanidad: “no está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”. En efecto, Jesús da a entender que está dispuesto a escuchar, porque esta mujer tiene fe llamándolo por su título mesiánico, sabiendo que es el único que puede liberar a su hija  del maligno.
Cristo tarda en responder pero ya estaba dispuesto a conceder lo que se le pedía, enseñándonos de esa manera que nunca hay que ceder al pesimismo o al desaliento en nuestra súplica y siempre clamar al Señor,  humildemente presentarnos ante Él y mostrarle nuestras angustias, nuestros desalientos, nuestras preocupaciones, todo aquello que es limitativo en nuestra vida para que Él cure nuestra alma, para que Él cure nuestro interior, y haga renacer esa fe incipiente que está allí presente como lo hiciera con esta mujer.
 “Mujer ¡que grande es tu fe!” le dice Jesús, e inmediatamente, destaca el texto bíblico, la hija quedó curada fruto de la fe de esa mujer en el Señor. En efecto, la palabra del Señor “¡Que se cumpla tu deseo!” tiene un efecto sanador, la hija es liberada del espíritu del mal y nuevamente queda allí presente el designio divino de venir al encuentro de toda persona que viene a este mundo cargada de sus problemas para concederle el alivio y la salvación.
En el mundo hay mucha gente que está alejada de Dios, o que han perdido la fe, o que nunca la tuvieron o que profesan otras religiones,  todos y cada uno está llamado a este encuentro personal con Jesús, es un camino, más largo más corto, pero que en definitiva tiene el mismo fin, la aceptación de Jesús como el Hijo de Dios vivo. Y Dios va trabajando en el corazón de cada uno en la conciencia de cada uno por caminos que no sabemos, para que algún día podamos reunirnos todos en una misma adoración al Señor, como cantábamos recién en el salmo responsorial, “a ti Señor te alabe la tierra y todos los pueblos aclamen tu nombre y te bendigan”.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XX durante el año, ciclo A.- 16 de Agosto de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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