10 de agosto de 2020

Triunfemos sobre el temor que esclaviza para vivir en la fidelidad a Jesús y sus enseñanzas, gracias a la fe madura propia de discípulos.

 

Podríamos decir que el eje de los textos bíblicos de este domingo se centra  en dos tipos de vida que nosotros podemos tener mientras caminamos por este mundo, el de ser esclavos del temor y del miedo, cosa que no proviene de Dios, o ser libres, fundados en la fe en Cristo nuestro Señor.

Fíjense ustedes que en la primera lectura por ejemplo, nos encontramos con el profeta Elías. Temeroso huye de la persecución de la reina Jezabel, que ha entronizado el culto idolátrico en el reino de Israel, mientras el profeta que defiende la pureza de la fe en Yahvé, al no poder hacer nada huye.
Se dirige al monte Sinaí u Horeb, evocando el encuentro que allí tuvo Moisés con Yahvé cuando recibió las dos Tablas de la Ley. Refugiado en la cueva del monte, escucha a Dios que le dice: “Sal y quédate  de pie en la montaña, delante del Señor” mientras el Señor pasaba. Sin embargo, ante el viento impetuoso que se escucha, el terremoto y la fuerza de la naturaleza, se siente  débil y nuevamente se refugia en la cueva.
Al respecto, el texto bíblico (I Rey. 19,9.11-13) dice que en esos fenómenos -que eran comunes para manifestar la presencia de Dios- no estaba Dios, sino que estaba en la brisa suave: “Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su mano, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta”, encontrándose con  Dios.
Dios suavemente se comunica con él, entra en su corazón, lo anima para que  actúe como profeta de la alianza, del Dios Altísimo. De ese modo Elías sale fortalecido en su fe en Dios, ya que  como escuchamos al apóstol san Pablo el domingo pasado (Rom. 8, 35.37-39), si Dios está con nosotros nada ni nadie podrá separarnos de su amor,  que entre nosotros se manifiesta por  Cristo. 
En el texto del Evangelio (Mt. 14, 22-33) nos encontramos con una situación parecida.  Los discípulos son enviados a la otra orilla y una tormenta sacude la barca, tienen miedo, signo de las fuerzas del mal que permanentemente acechan al hombre para destruirlo o para hacerle perder ese equilibrio interior que proviene del encuentro de la amistad con Dios nuestro Señor. Y Jesús que ha estado hablando con el Padre del Cielo, con su Padre y Padre nuestro, se acerca caminado hacia la barca para darles tranquilidad, pero los apóstoles siguen esclavizados por el temor y, así dirán  “es un fantasma” poniéndose  a gritar, sin que ninguno pensara en la presencia del Señor.
Precisamente esto  es lo que acontece muchas veces en nuestra vida, de modo que ante los problemas, las dificultades, los dramas, comenzamos a gritar y no nos acordamos del Señor, y entonces en lugar de salir del problema, de la dificultad, nos hundimos más todavía. 
Pero Cristo que conoce la debilidad humana le dice a los apóstoles “soy yo no teman” porque  ¿cuándo vamos a entender que si el Señor está con nosotros nada hemos de temer? Principalmente si obramos el bien, buscando adorar a Dios, y viviendo en comunión  con Él.
A pesar de esto, puede sucedernos lo de Pedro, que lo desafía a Jesús, “si eres Tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua” y el Señor redobla la apuesta diciéndole “ven”.  Sin embargo, Pedro comienza a hundirse, ¿por qué? ¿Porque lo dejo de proteger el Señor? No; porque Pedro nuevamente esclavo del temor, como confiaba en él, comienza a hundirse, aunque  en un momento de lucidez dirá  “Señor sálvame”
Observa el texto  bíblico que Jesús lo toma de la mano, le da seguridad, le reprocha suavemente la falta de fe que originó la duda y el hundimiento, para subir ambos a la barca, cesando el viento, mientras todos se postran  reconociendo el señorío de Jesús diciéndole “Tú eres el Hijo de Dios”.
Como Elías en el monte adora al Señor que se le manifiesta y como los apóstoles reconocen la divinidad del Señor, así también cuanto más unidos estemos en el Señor, lo adoremos y lo reconozcamos como Dios,  podremos superar todas las dificultades que se presentan y si no las podemos superar, por lo menos saber cómo soportarlas con paciencia siguiendo en definitiva el ejemplo del mismo Cristo que murió y padeció por nosotros.
El Señor no nos abandona, el Señor no nos deja, porque somos sus hijos.  En efecto, fijémonos en lo que dice el apóstol San Pablo en la segunda lectura, (Rom. 9, 1-5). Está triste, está dolido, porque el pueblo de Israel,- dice “los de mi propia raza”- no recibieron, ni  reconocieron a Jesús como el Hijo de Dios vivo. ¿Y qué sucedió después? Que los que venimos de los gentiles, de los paganos fuimos constituidos pueblo elegido recibiendo todos los dones que fueron rechazados por los judíos. O sea, ser hijos de Dios, haber recibido la gloria, la ley, y toda clase de bendiciones.
Ante esto, ¿tendrá que llorar también San Pablo por nosotros que habiendo recibido tanto de Dios no nos convencemos de la necesidad de unirnos para siempre a Jesús? ¿Aceptamos que nos diga “no teman”,  nos dejamos tomar de la mano por el Señor dispuestos a vivir de acuerdo a sus enseñanzas?
Queridos hermanos, por el sacramento del bautismo estamos llamados a vencer esa esclavitud del temor a la que muchas veces nos sentimos atraídos y hasta podría decir seguros, para tener la valentía, la osadía de ir en busca del único que es nuestra seguridad, nuestra piedra, que es Cristo nuestro Señor. 
A Él buscar siempre, aumentando nuestra fe en Cristo nuestro Señor, aún en medio de las pruebas, ya que todo momento de la historia humana es difícil en lo que respecta a ser fieles a su Persona y enseñanza.
Hemos de  descubrir que a pesar de las dificultades de cada momento histórico, de la cultura que nos toca vivir, cada época es  tiempo de gracia toda vez que logremos afrontar las dificultades de la vida y demos testimonio de lo que somos unidos estrechamente a Cristo nuestro Señor.
Recordemos que si Él sube a la barca de nuestra vida el viento calma, las dificultades comienzan a desaparecer o a tener otro sentido, adquiriendo una mirada nueva para afrontar esos riesgos.
Pidámosle a Cristo, por mediación de su Madre Santísima, que nos otorgue su gracia para unirnos  más a lo que su Providencia ha preparado para cada uno.

Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XIX durante el año. Ciclo A. 09 de agosto de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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