5 de octubre de 2020

La viña del Señor es su pueblo, pidámosle no apartarnos de Él y ser fieles instrumentos suyos atrayendo a muchos a la salvación.

El texto del profeta Isaías que proclamamos en el día de hoy (5, 1-7), se perfecciona, se completa, con el texto del Evangelio (Mt. 21, 33-46). La referencia de una viña que es preparada y cuidada, se aplica al pueblo de Israel, elegido por Dios para hacerse presente entre nosotros, y en ese pueblo de Israel, la tribu de Judá es la predilecta, la elegida. 

Y así, el texto de Isaías refiere al “canto de mi amado a su viña”, es decir de Dios que recuerda todo lo que hiciera por el pueblo de Israel, que fue  tratado con amor, que lo fue preparando  para que dé frutos abundantes, pero cuando llego el momento de la cosecha solamente dio frutos agrios, mención ésta a la infidelidad y al rechazo que recibiera a pesar de la Alianza por la que el Señor cumplió con su Palabra mientras los elegidos faltaron muchas veces al compromiso.
A su vez, este amigo de los hombres que personifica al Creador, desalentado y angustiado, destruye la plantación porque “la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantación predilecta. ¡Él espero de ellos equidad, y hay efusión de sangre; esperó justicia, y hay gritos de angustia!”
El texto del Evangelio completa esta idea, si bien agrega otros personajes en el relato, y así, nuevamente el que posee la viña es el Señor, que se la deja al pueblo elegido –los viñadores homicidas- para que dé frutos. Sin embargo, a lo largo de la historia, rechazan a los enviados que se llegan a la misma para percibir los frutos, que son los profetas, llegando a matar al propio hijo para quedarse con la viña. 

Continúa el texto diciendo que Jesús pregunta a los jefes del pueblo elegido que “cuando vuelva el dueño, “¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?”. Y los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo contestan: “acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo”.
Escuchando la respuesta, el Señor interroga: “¿No han leído nunca en las Escrituras:”La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular; ésta es la obra del Señor; admirable a nuestros ojos?” en obvia referencia al rechazo  de ellos por su Persona como Mesías. Rechazo este que tiene como consecuencia el  que  “el Reino de Dios le será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus  frutos”.

 Y ¿cuál es ese nuevo pueblo?  El constituido por judíos convertidos que reconocen a Jesús como el Mesías prometido y  aquellos que tienen su origen en el paganismo,  que no han tenido la oportunidad de conocer al Dios de la Alianza, pero que una vez que se les ha predicado el evangelio lo han reconocido. De hecho en la misión del apóstol San Pablo se percibe que muchos judíos y numerosos paganos han reconocido a Jesús como Mesías y Salvador anunciado en las Escrituras.
Ese nuevo pueblo de Dios configura la Iglesia, que a su vez lleva el nombre de Viña del Señor,  Iglesia que Jesús moldea y cuida para que dé frutos por medio de la evangelización, y de la vida profundamente cristiana de sus miembros, y de quienes en el futuro vayan incorporándose a la misma.

Pero además, podemos hablar también de la Viña del Señor que es cada uno de nosotros desde que nacemos, pasando por el Bautismo y todo lo que recibimos y obtendremos de Dios en el transcurso del tiempo. El Señor nos ha preparado desde el inicio de nuestra existencia para que lo recibamos, para que le seamos fieles, y sigamos trabajando con entusiasmo para atraer a muchos a la viña salvadora.
Ahora bien, hemos de tener en cuenta que no estamos exentos a que también se nos excluya de pertenecer a la viña del Señor si somos “viñadores” perezosos que nos comemos las uvas de la gracia pero no producimos más que frutos agrios por nuestra inoperancia o peor aún por el pecado y malas acciones.

Pero, ¿cómo podremos dar buenos frutos quizás nos preguntemos?. La respuesta la podemos encontrar en san Pablo quien escribiendo a los filipenses (4, 6-9) exhorta a no angustiarse por nada, si acaso eso nos pasa por la falta de respuesta de la gente cuando evangelizamos. Siempre el recurso ha de ser la oración y la súplica acompañada de acción de gracias presentando las peticiones a Dios.
A su vez, continúa el apóstol exhortando a una seria vida cristiana,  de modo que “todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos”.
Queridos hermanos, pidámosle al Señor que nos de su gracia para ser capaces de vivir esto a fondo  y llegar a ser dignos de pertenecer a la viña del Señor, sabiendo que contamos siempre con la intercesión de la Madre del Cielo especialmente en el rezo del santo rosario.
 

Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXVII del tiempo Ordinario. Ciclo “A”. 04 de Octubre de  de 2020.  ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






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