21 de diciembre de 2020

El Mesías llega a nosotros sin que lo busquemos y quiere compartir todo nuestro existir.

 En el segundo libro de Samuel (7, 1-5.8b-12.14ª.16) que acabamos de proclamar, se describe  cómo el rey David quiere construir una casa para el Arca de la Alianza. El profeta Natán apoya este gesto, pero después el mismo profeta, instruido por Dios, le dirá que la voluntad de Dios es que esta casa sea construida por su sucesor, el rey Salomón.
Sin embargo, nos encontramos con un hecho importante ya que Dios le gana de mano a David dado que no será el rey  quien construya una casa a Él, sino que el Señor es quien le construirá una casa a David, entendiendo por casa una dinastía regia. Y así se le recuerda a David todo lo que Dios hizo por él a lo largo del tiempo y se le muestra que todo eso en la providencia apunta a la fundación de una casa real para que de su descendencia naciera el Mesías. De manera que anuncia el texto bíblico lo que sucedería en el futuro, mientras la historia sigue su curso y los profetas siguen anunciando la venida del Mesías.
De esta venida del Mesías se hace eco también el apóstol San Pablo escribiendo a los cristianos de Roma (16, 25-27), cuando dice “yo anuncio, proclamando a Jesucristo, y revelando un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado.” Es decir que cuando llega la plenitud de los tiempos, Dios se hace hombre en el seno de una mujer e ingresa en la historia humana para realizar aquello que habían anunciado los profetas, la venida del Emanuel, que significa Dios con nosotros.
El cardenal Cantalamessa que es el predicador del sumo pontífice, decía precisamente el viernes pasado en la última predicación de adviento, que el Emanuel, Dios con nosotros, implica que Dios viene al encuentro del Hombre. Así como Dios construye una casa real para que nazca el Mesías, ese Mesías viene a nosotros sin que nosotros lo busquemos y quiere compartir todo nuestro existir, ese es el misterio grandioso que viene a predicar Pablo y que la iglesia prolonga en el decurso del tiempo. Un Dios que se hace hombre para interesarse por el hombre, por sus cosas, por sus problemas, por sus vicisitudes.
No se trata de algún  dios  pagano, que está  a lo lejos, encima de todo y al cual nadie puede acercarse, sino que es el Dios que se abaja como incluso enseña la Escritura, para entrar en la historia humana.
Es el Dios que no quiso retener su dignidad divina sino que tomó carne humana haciéndose semejante a nosotros en todo menos en el pecado. A su vez, cada año  viene también Jesús a nosotros por medio de la Virgen María cuando se le anuncia que fue elegida para ser madre del Salvador y ella acepta esta elección.
Tengamos en cuenta lo que esto significó en aquél momento, el que una mujer que todavía no se había casado quedara embarazada,  sin embargo Ella confió  en el poder divino y dijo: “yo soy la servidora del Señor, que se haga en mi según tu palabra”. María no especuló para entregarse totalmente, no estuvo midiendo los riesgos que esto significaba, sino que entendió lo que se le proponía y aceptó.
Además afirma el apóstol San Pablo en la segunda lectura, que este misterio fue dado a conocer a todas las naciones para llevarlas a la obediencia de la fe. En este sentido, María también conoció este misterio y fue llevada  a la obediencia de la fe por lo que dijo sin vacilar que aceptaba la maternidad divina.
A nosotros también se nos pregunta: ¿queremos recibir a Jesús? ¿Vamos a estar dando vueltas? ¿Estamos ocupados preparando la fiesta de Navidad  poseyendo todos los bienes que podamos  aún en medio de la pandemia? ¿Pensamos meramente en  los regalos, en las visitas?¿Nos dejamos atrapar por la sociedad de consumo?, ¿Ahí está puesto nuestro interés, el acento de nuestra vida? Si así fuera, no fuimos llevados a la obediencia de la fe. No hemos entendido lo que significa ser llevados a la obediencia de la fe, de allí la necesidad de imitar a María y con firmeza decir, yo estoy acá para servirte, no dudo más.
No prometo entregarme a Dios la semana que viene o en un mes cuando las cosas sean mejores, cuando no esté el covid; sino que ya digo que la palabra de Dios se haga carne en mi corazón, quiero ya entregarme al Señor totalmente y así si esa es la principal decisión nuestra en estos días tenemos la seguridad que nuestra vida cambia totalmente, despeja toda duda, nos saca todo espejismo de felicidad en la cual podemos estar insertos, deja de lado toda fantasía de gozo y placer que no pase precisamente por la aceptación del Hijo de Dios hecho hombre.
Queridos hermanos, quizás decimos que esta reflexión es excelente pero  nos preguntamos ¿cómo llevamos a cabo todo esto?, ya que María también preguntó cómo sería posible lo que se le manifestaba.
Seguramente nos sentimos débiles, indecisos, inconstantes, pero llevados a la obediencia de la fe confiamos en que como aconteció a María, el Espíritu Santo vendrá en nuestro auxilio “y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Es decir, digamos nosotros que sí y Dios hará el resto, transformando nuestro corazón  y nuestras intenciones, ayudándonos a adherirnos a su Providencia.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el cuarto domingo de Adviento, ciclo “B”. 20  de diciembre  de 2020.

http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-





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