15 de diciembre de 2020

Desbordantes de alegría en el Señor que viene, testimoniemos que la salvación requiere la adhesión al Hijo de Dios hecho hombre.

Siguiendo avanzando en este tiempo de Adviento, encontramos una nota característica en la liturgia de este día, llamado domingo gaudete, en referencia a la antífona de entrada que dice “Alégrense siempre en el Señor” (Fil. 4,4), que  llama a la alegría en Dios. 
 
Justamente San Pablo escribiendo a los cristianos de Tesalónica (1 Tes. 5, 16-24) afirma claramente: “Estén siempre alegres” refiriéndose por cierto a que esa alegría es en el Señor en consonancia con lo que enseña  a los cristianos de Filipos. Alegres en el Señor refiere a la  felicidad que colma a todo aquel que vive en comunión con Jesús.

La diferenciamos de la alegría frívola que parte de la complacencia con las cosas pasajeras y el placer efímero que produce, y mucho más apartada de la alegría que proviene por la complacencia en los actos causados por la maldad como veíamos en estos días en los rostros de no pocos ante la aprobación de la ley inicua  del aborto en la cámara de diputados. Era la alegría ante la aprobación de la matanza de los inocentes, eso no es alegría en el Señor.
La alegría en el Señor mira siempre al fin último sobrenatural del hombre que es la Vida eterna, la cual  da sentido y vigor al caminar  del hombre por este mundo, mientras que la alegría mundana o la provocada por el mal sólo  aspira a una felicidad pasajera, según dure la  existencia  en este mundo.
El papa Francisco en el ángelus de hoy insistió mucho en la alegría que debe reinar en el corazón de los creyentes, y así decía el papa que no debemos tener cara de velorio, sino manifestar en el rostro  el gozo que nos colma por la unión con Dios, rostro que vive de la esperanza.
No quiere decir esto que nos desentendamos de lo que sucede alrededor nuestro, -de hecho  hay muchos motivos de estar triste por tantas cosas negativas-, pero eso significaría quedarnos anclados únicamente en lo pasajero, en lo terrenal, propio del sin esperanza, nuestra mirada de creyentes ha de dirigirse mucho más allá  de lo negativo percibido.
Precisamente completando esto, el cardenal Cantalamessa en su segunda meditación de Adviento, el viernes pasado, exhortaba a que volvamos a poner nuestra mirada en la eternidad, porque es lo único que le da sentido a la vida humana. Si el hombre se queda meramente con lo terrenal, con el espacio histórico temporal en el cual se mueve, caerá  en la angustia, en el pesimismo.
A veces nos preguntamos dónde está el Señor que parece ocultarse o  que nos ha abandonado, pero si vivimos la alegría en Él, posando  nuestra mirada  en la Vida Eterna, todas las dificultades son contempladas  como  gracias otorgadas, como pruebas concedidas para la purificación interior de cada uno.
Y así, los sufrimientos  de este mundo tienen un carácter de eternidad, no son la pasión inútil de alguien que no le ve sentido a nada sino de quien va más allá incluso de sus miserias.
Dado que esperamos la eternidad es que tenemos un caminar, una mirada totalmente nueva, por eso el apóstol  san Pablo  desea que “el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser –espíritu, alma y cuerpo- hasta la Venida de Nuestro señor Jesucristo”. Este reclamo de permanecer irreprochables ha sido repetido varias veces en este tiempo de Adviento. ¿Se acuerdan  de la carta de San Pablo a los efesios (Ef, 1, 3-6.11-12) el 8 de diciembre? Permanecer irreprochables hasta, dice Pablo, la venida del Señor Jesucristo, porque una vez que estemos en la vida eterna ya estaremos gozando plenamente de Dios, sabiendo dice el apóstol, que quien los llama es fiel y así lo hará. En un mundo donde no siempre se vislumbra la fidelidad, el texto nos asegura que Cristo es fiel, ese Cristo al cual anuncia Juan el Bautista como lo acabamos de escuchar en el texto del Evangelio (Jn. 1, 6-8.19-28).
Juan Bautista que predica en el desierto, no solamente en el desierto geográfico, sino en el desierto de una humanidad que no escucha, alienta a que sigamos proclamando al Señor que viene para que alguien pueda escuchar esa voz y animarse a seguir a Cristo.
En este sentido, Juan Bautista dice “en medio de ustedes hay alguien a quien no conocen”, palabras que también deben resonar en el mundo actual, ya que Cristo no es conocido, es el gran desconocido, o si se lo conoce, se lo conoce como  referencia histórica y nada más, no como alguien a quien  nos adherimos como  Hijo de Dios hecho hombre.
Juan Bautista nos invita en su predicación a ser nosotros también testigos como lo fue él, insistiendo en que todos preparemos el camino, allanemos los senderos tortuosos para que el Señor venga. Es decir, hagamos desaparecer las dificultades que impiden la llegada del Señor. Y Juan Bautista, entonces, también a nosotros nos dice que demos testimonio. Ser testigo significa hablar de lo que uno ve, de lo que uno cree, a través de los ojos de la fe y nosotros hemos visto al Mesías, que viene al encuentro de todo hombre de buena voluntad.
¿Y quién es el Mesías? ¿Quién es Jesús? Es aquel que anuncia Isaías como acabamos de escuchar en la primera lectura (Is. 61, 1-2ª. 10-11). El profeta  proclama aquellas estas palabras que Jesús se atribuye así mismo: “el Espíritu del Señor esta sobre mí, porque el Señor me ha ungido, el me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor”. La figura del Mesías entonces se agiganta porque se acerca a nuestras miserias, a nuestra vida y nos manifiesta que quiere transformar la existencia humana.
El mismo profeta confiesa que “desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios", palabras que aplicadas a nosotros significan que  regocijados interiormente en Jesús  hemos de ir  al encuentro de la sociedad en la que estamos insertos, para dar testimonio de nuestra fe, sin cansarnos de predicar que la salvación pasa por la adhesión al Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo Salvador, ya que  allí está la transformación de la vida y de la historia humana.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el tercer domingo de Adviento, ciclo “B”. 13  de diciembre  de 2020. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-



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