26 de diciembre de 2020

En el Niño recién nacido para salvarnos y hacernos hijos adoptivos del Padre, contemplemos la presencia de los desechados del mundo.

¡Qué hermosa imagen ésta de los pastores yendo a adorar al niño! Una imagen cargada de ternura, la ternura propia de los sencillos, de los humildes, que se conmueven ante el niño recién nacido. Precisamente muchas veces hemos escuchado que los pobres cuidan a sus hijos porque allí está su riqueza, no ponen su esperanza en los bienes de este mundo, algo común entre los opulentos, ni buscan cubrirse de gloria y poder en esta vida temporal, sino que se conforman con poco y se  llenan de ternura ante el nacimiento de un niño,  ante la presencia de la vida.

Y justamente el nacimiento de Jesús es un cántico a la vida, no solamente a la vida humana sino también a la vida divina, porque el Hijo de Dios se hace hombre, para que el hombre sea hijo de Dios y pueda algún día compartir la gloria de la eternidad con el Padre, con el Hijo, con el Espíritu Santo.
¡Qué imagen hermosa la presencia del niño! Es la manifestación, como dice San Pablo a su discípulo Tito, de la misericordia de Dios. No por obra de nuestra justicia el Hijo de Dios viene a nosotros, sino que incluso a pesar de nuestros pecados y de nuestros innumerables rechazos a Dios, el Señor viene a mostrarnos un camino nuevo.
Ahora bien, en el Cristo Niño están presentes todos los desechados de este mundo. Así lo expresa el papa Francisco y no pocos obispos en sus homilías navideñas al insistir en contemplar la presencia de los rechazados  del mundo en la figura del niño recién nacido.
Por eso los pastores son los únicos que se dirigen  presurosos a adorar al recién nacido, son humildes y sencillos.
Los poderosos de este mundo, empezando por nuestra patria, políticos o interesados en el aborto,  miran al niño con ojos de codicia, su presencia estorba a sus planes de destruir la vida que todavía no ha nacido. Ellos  no recibieron el anuncio del Ángel  Gabriel, sino del ángel caído, del espíritu del mal, que en todo niño no nacido y su destrucción posterior, se ilusiona con matar al Salvador, como Herodes, al acecho de los inocentes.
Y esto es tremendo, porque los que piensan en que muchos son desechos del mundo, quizás ahora apoltronados en el poder, se creen  seguros e  impunes, y no  calculan que la soledad, la angustia, o el remordimiento está allí presente o lo estará.  Al respecto, señala el salmo segundo  que mientras los poderosos se ponen de acuerdo para destruir al Mesías, Dios se ríe de ellos y prepara su destrucción.
Por eso debemos hacernos como niños e ir al encuentro de Jesús, y allí escuchar las maravillas que se dicen de Él, para luego  comunicarla: ¡Nos ha nacido un niño! Signo de la alegría para el hombre caído, como recuerda el profeta Isaías.
Dejemos que la inocencia de este niño, la debilidad, la pequeñez de este niño penetre en nuestro corazón y nos haga también como niños, que es lo que tantas veces nos dice Jesús en el Evangelio, hacerse como niño, qué hermoso ver la sonrisa de un niño recién nacido, me imagino el gozo y la alegría de María y de José ante el niño que se sonríe, que levanta sus manitas dirigidas a su madre, que busca acercarse a quienes lo cuidan.
También nosotros hemos de cuidar a Jesús en los desechados de este mundo, en los débiles, en los enfermos, en aquellos que necesitan una palabra de aliento, en los pobres que trabajan pero no les alcanza el dinero y quienes  podemos ayudar.
Es importante dejar de lado de nuestra vida todo lo que es, recordaba el papa anoche, mundanidad, frivolidad.  La mesa de navidad es algo totalmente distinto a lo que muchas veces la sociedad de consumo continúa  imponiendo. El ser humano hoy está hambriento y sediento de Dios, pero mientras quiera o pretenda seguir saciando esta hambre y esta sed de Dios llenándose de cosas, de placeres mundanos, de diversiones, el vacío será cada día más hondo.
Lo vemos en cada Navidad, ¡cuántas personas  se preparan para los festejos pensando únicamente en emborracharse, en divertirse de cualquier forma, honrando así  a  sus propios deseos!
En estos días no pocos partidarios del aborto saludarán  a otros con  el tradicional ¡Feliz Navidad!, pero en su interior, siguiendo sus malas intenciones ya han quitado la vida a Jesús  antes que naciera.
Solamente si uno se colma de la caricia de Dios, de la alegría de Dios, del amor de Dios puede encontrar la plenitud en su corazón. Ojala nos despierte el llanto de este niño, no de malhumor sino para caer en la cuenta de dónde pasa la centralidad de la historia humana, no pasa en lo pasajero, sino en lo que perdura.
En este día de navidad habrá muchas personas solas, sin nadie con quien compartir, pero si lo tienen a Jesús en su corazón estarán compartiendo lo mejor y alcanzarán esa alegría que el mundo no puede conceder, porque el mundo nos da una alegría pasajera, efímera, la presencia del Señor, en cambio,  siempre es duradera.
Pidámosle a Jesús que ha nacido entre nosotros que nos siga iluminando en este tiempo de navidad que hemos iniciado, que nos siga fortaleciendo para ir profundizando en el verdadero sentido de su nacimiento entre nosotros.
A Jesús lo contemplaremos de nuevo el domingo al celebrar la Sagrada Familia, inserto en una familia. Familia humana a la cual también en nuestro tiempo se quiere destruir, deshacer, porque también el espíritu del mal sabe que la familia, educadora de sus hijos es la mejor defensa que tiene el ser humano ante sus pretensiones  de querer esclavizar al hombre.
 Vayamos, por tanto,   al encuentro de Jesús y que Él permanezca para siempre con nosotros.


Textos bíblicos: Isaías  62, 11-12; Tito 3, 4-7; Lc. 2, 15-20.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de Navidad. 25 de diciembre  de 2020. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.





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