12 de abril de 2021

Al contemplar las heridas de Cristo resucitado asumimos las cicatrices de tantos hermanos que necesitan de nuestro consuelo.

 

El texto del evangelio según san Juan (20, 19-31) refiere a la tarde del domingo de Pascua, cuando los discípulos están encerrados, por temor a los judíos, ya que podría sucederles lo mismo que a Jesús.  En este contexto, a pesar de que ya tenían noticia de que Cristo no estaba en la tumba, todavía persistía la duda, no habían llegado a comprender el cumplimiento de las escrituras. Necesitaban la presencia del Señor que esclarezca la inteligencia de cada uno para entender este misterio y ser fortalecidos  para animarse a seguirle. Jesús se les aparece y les dice “la paz esté con ustedes”, pacificando el corazón de cada uno y otorgando la paz que el mundo no puede darles.
San Agustín decía que la paz es la tranquilidad en el orden y ciertamente el único que puede dar tranquilidad en el orden es Cristo nuestro Señor, porque nos permite vivir dentro del orden creado con una jerarquía concreta de valores, viviendo las virtudes, por eso  es que en el mundo de hoy no encontramos que abunde la paz, porque reina el desorden en el corazón de cada persona y en la sociedad toda.
Y Jesús dice yo les vengo a traer la paz, aún en medio de las persecuciones que tendrán que soportar, confíen en mí y yo estaré con ustedes para fortalecerlos, y así  puedan dar testimonio”.
Por eso, con el envío, “yo los envío a ustedes como el Padre me envió a mi”, les da el poder de perdonar los pecados. Instituye así el sacramento de la reconciliación diciendo “los pecados serán perdonados a todos aquellos que reciban el perdón de ustedes en el sacramento de la reconciliación, pero serán retenidos los pecados si no son liberadas las personas a través del sacramento de la reconciliación. Entrega el poder de atar y desatar a todos los apóstoles que en su momento Jesús le había dado a Simón Pedro como Pastor supremo. A partir de esa potestad es posible  administrar el sacramento de la confesión, siendo consciente el confesor y el penitente que quien esta presente allí es Cristo nuestro Señor, el Señor de la misericordia. Si se habla de perdonar o de retener, no se debe a que Dios ponga límites a su misericordia, sino que el mismo perdón divino esta condicionado a la actitud interior del penitente, ya que si no hay conversión, si no hay propósito de enmienda, si no se busca realmente la unión con el Señor, Dios no puede hacer otra cosa más que aceptar esa decisión, aunque errónea, de quien ha elegido vivir lejos de lo que Jesús enseña.
Vemos cómo entonces el Señor nos deja este otro regalo, que se agrega a la entrega del sacramento del Orden Sagrado y de la Eucaristía, el jueves santo. Es el sacramento de la Misericordia, del perdón, que se ofrece a todos porque todos somos pecadores y necesitamos de este perdón divino.
Pero, a su vez, necesitamos  encontrarnos con el Cristo que nos muestra sus manos y su costado, para que contemplando las heridas de manos y pies y  del costado  descubramos cuánto el Señor nos ha amado, cuánto le hemos costado a Él.  Las cicatrices de las heridas que muestra el Señor no son exhibicionismo sino que es un signo  de lo que ha significado cada uno a Jesús en el árbol de la cruz.  Por eso al ser enviados al mundo para llevar el perdón de Dios que es fruto de su misericordia, nos esta diciendo el Señor que sus cicatrices son salvadoras, no solamente para nosotros sino también para los demás.
Precisamente decía el papa Francisco hoy, que al contemplar las cicatrices de Cristo hemos de vislumbrar las cicatrices de tantos hermanos nuestros que necesitan de nuestra presencia. ¡Cuánta gente hay en el mundo de primera categoría, de segunda, de tercera, desechados, cuando tendría que haber respeto por lo derechos de cada uno! Ver en los demás las cicatrices de su dolor, de su falta de arrepentimiento, de su lejanía de Dios y de los demás, del no reconocimiento como personas en una sociedad que utiliza al ser humano, mirar las cicatrices de tanto dolor, de tanto sufrimiento.
A mi me pasa por ejemplo, y les digo una confidencia, que me llegan mucho cada día los pedidos de oración de la gente  que sufre y se desespera porque piensa que no tiene salida, y a la cual se ha de transmitir  la esperanza de que con Cristo resucitado se abre para todos una respuesta consoladora aún en medio de las penurias.      Ese dolor, ese sufrimiento, esas cicatrices en el alma y en el corazón del ser humano no tendrían sentido, si no miramos y contemplamos todo esto a la luz del resucitado. Están esos dolores, esas súplicas, pero está también la respuesta del Señor, “la paz esté con ustedes”. Por eso tratemos de aliviar  tanto dolor y tanta pena que hay en tantas personas en este mundo que a veces no lo vemos, no lo sabemos o pensamos que se reduce únicamente a la cuestión económica y no, hay muchas heridas más profundas. 
Por eso buscar siempre ir al encuentro del hombre de hoy llevando el amor de Dios que se visualiza en las cicatrices de Cristo Señor y que ello nos lleve a crecer mas en la fe en Él que nos ha salvado.     El apóstol San Juan en la segunda lectura, afirma que “el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios” (1 Jn. 5, 1-6).
Realmente nacemos de Dios si creemos en Cristo nuestro Señor como salvador y, al mismo tiempo seguimos a su Persona, escuchamos y practicamos  sus enseñanzas amando a nuestros hermanos por el  cumplimiento de los mandamientos del Señor.
No podemos decir que amamos al Señor si sus mandamientos quedan fuera de nuestra entrega a Él porque ahí tenemos el cauce para reconocer que queremos ser  sus hijos.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía el II° domingo de Pascua. 11 de Abril de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





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