20 de abril de 2021

“Alegres por la vida nueva recibida y permaneciendo fieles al Resucitado, aguardamos con firme esperanza la resurrección final”


El mismo día de su resurrección por la tarde, Jesús camina junto a dos discípulos que se dirigen a la cercana localidad de Emaús.
Están desconsolados, ya que si bien han oído hablar  de la resurrección de Jesús, ellos todavía dudan, porque además esperaban otra cosa, un Mesías político que salvara a Israel. No habían entendido el verdadero sentido del mesianismo del Señor.
Con paciencia  Jesús les explica  lo que anunciaban las Escrituras y llegando a Emaús acepta la invitación que le hacen de comer juntos, y es en la acción de partir el pan donde lo reconocen como resucitado, ya que éste es un signo eucarístico, después del cual Jesús desaparece.
Estos dos discípulos regresan contentos a Jerusalén y cuentan a los apóstoles la experiencia que han tenido, cómo ardían sus corazones y cómo  se les abren los ojos  al partir el pan.
No obstante haber escuchado a las mujeres que dicen haberlo visto, el testimonio de Pedro y Juan que comprobaron la tumba vacía, siguen todos perplejos y es en este contexto  que el Señor se les presenta.
Ante el saludo esperanzador de “la paz esté con ustedes”, siguen admirados, piensan que es un espíritu que se ha aparecido.
Jesús dándose a conocer como ser vivo, señala que  no es un fantasma, que pueden tocarlo en sus heridas y comprobar que está vivo, pero a la confusión se agrega una gran alegría que los deja más descolocados.
Pero Jesús que desea afirmarlos más en la fe en su resurrección, avanza más y pide algo de comer, y así consume delante de todos un pedazo de pescado asado, manifestando así que está vivo, aunque glorificado en su cuerpo, por lo que puede aparecer y desaparecer de improviso, es capaz de atravesar paredes y conversar con todos.
O sea, es el mismo Cristo que recorrió pueblos y ciudades con los apóstoles predicando la Buena Nueva, pero resucitado en su cuerpo.
No es un espíritu, por eso quiere aleccionarlos abriendo sus inteligencias, para que entiendan que esto estaba anunciado desde antiguo y, que fundados en esta verdad,  han de dirigirse al mundo entonces conocido, para testimoniar el mensaje de la Pascua salvadora.
Pero hay también otro mensaje consolador para todos, y es que la resurrección del Señor asegura la nuestra al fin de los tiempos.
Es cierto que al morir se produce  en cada uno la separación del alma y del cuerpo, continuando el alma en la salvación o en la condenación eterna,  según haya sido el estado  de cada uno en el momento de la muerte temporal, para unirse al final con el cuerpo resucitado y continuar en el mismo modo como  estuvo  el alma separada.
Precisamente en la primera oración de la misa de hoy  pedíamos a Dios que alegres por la vida nueva recibida aguardemos con firme esperanza el día de la resurrección final.
Esta verdad acerca del futuro de cada uno y a la luz del misterio de la resurrección de Cristo, compromete a todos a vivir como resucitados.
¿Qué quiere decir esto de vivir como resucitados? Al morir al pecado y resucitar  pleno de la gracia divina por el bautismo, el cristiano que de ese modo fue elevado al estado y vida sobrenatural, ha de vivir como si ya estuviera resucitado siguiendo la persona de Jesús, escuchando y viviendo su Palabra, llevando a otros la Buena Noticia de la salvación.
Pero seguramente nos preguntemos: ¿cómo es posible vivir estrechamente unidos al Señor si somos débiles, si pesan todavía sobre nuestra espalda las consecuencias del pecado de los orígenes? Precisamente hablamos el domingo pasado del sacramento de la reconciliación que permite al pecador no sólo amigarse con Dios, sino también consigo mismo y los demás comenzando una vida nueva.
Justamente san Juan en la segunda lectura de hoy (I  Jn.  2,1-5ª) afirma  que Jesús es defensor ante el Padre del pecador, ya que “Él es la víctima propiciatoria por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero”.
Por otra parte, enseña san Juan, será de gran ayuda en el camino de la santificación personal el cumplimiento de los mandamientos que Jesús nos ha dejado, con lo que manifestaremos a su vez, que lo conocemos y amamos buscando crecer en su amor cada vez más.
Por otra parte, en este camino en que luchamos para vivir como resucitados, cayendo y levantándonos muchas veces, y fortificados por los sacramentos de la confesión y de la eucaristía, contamos también con la guía y protección de María Santísima, madre de Jesús y nuestra.
Ayer y hoy celebramos en la arquidiócesis de Santa Fe a nuestra patrona, bajo la advocación de nuestra Señora de Guadalupe.
María nos acompaña y protege para que vivamos siempre como resucitados, facilitándonos la senda que conduce al encuentro con su Hijo y Señor Nuestro Jesucristo. Acudamos siempre invocando con confianza su amor de Madre.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el III°domingo de Pascua. 18 de abril de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





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