13 de julio de 2021

Enviados los apóstoles para dar testimonio de Jesús e invitar a la unión con Él, y despojados de todo, es la gracia divina su único apoyo.

Hemos escuchado recién la profecía de Amós (7,12-15),  profeta que se caracterizó por denunciar las injusticias sociales en el reino del Norte, el reino de Israel.  Él no es hijo de profetas, no tiene vocación de profeta, sin embargo, Dios lo elige para que se dirija al santuario cismático de Betel, del reino de Israel, y predique contra las injusticias que se cometían allí bajo el rey Jeroboam, en que los poderosos se enriquecían a costa del empobrecimiento del pueblo. Pero he aquí que Amasías sacerdote, lo expulsa conminándolo a refugiarse en el reino de Judá y cumplir con su misión profética.  Sin embargo, Amós reconoce que Dios lo envió al reino de Israel y que su misión es dar a conocer su Palabra, recriminando duramente por lo que estaba sucediendo y anunciando la caída de Israel como después sucederá, ya que no escuchan a Dios y no se convierten.

De manera que otra vez surge esta figura del profeta que sufre persecución, que lleva una pesada carga sobre sus hombros que es la misión que Dios le ha encomendado, pero que cumple  con lo que se le ha encargado confiando en la fuerza del Espíritu.
Si tomamos  la carta de San Pablo a los cristianos de Éfeso (1, 3-14) en la segunda lectura, caemos en la cuenta que en el Nuevo Testamento, se anuncia que hemos sido alcanzados por un sinnúmero de bienes espirituales a través de Cristo Nuestro Señor, que es el Hijo de Dios hecho hombre, que ha venido para guiar y  conducir al ser humano a la Patria Celestial. Y esto porque como hijos adoptivos del Creador  somos herederos de su misma vida y para ello hemos sido elegidos desde antes de la creación del mundo. ¿Y cuál es la misión de Jesús? Lo recuerda el mismo apóstol diciendo que “conforme al designio misericordioso del Padre, todo debe reunirse bajo Cristo que es la cabeza de la Iglesia, que es la cabeza de todo lo creado” por eso para que esto pudiera suceder, para que se lo reconociera a Jesús como el Hijo de Dios hecho hombre, era necesario escuchar su palabra.
El domingo pasado reflexionamos acerca de cómo en Nazaret Cristo no tuvo éxito, podríamos decir así, se lo pone en duda. Dice la gente: ¿Quién es este? ¿Qué viene a predicarnos de estas cosas? ¿De dónde viene el poder que tiene?, surgiendo aquello de que nadie es profeta en su tierra y en medio de sus parientes y allegados.
En cambio en el texto de este domingo (Mc. 6,7-13) Jesús llama a doce hombres para que lo acompañen en esta misión de proclamar el reino. Son los discípulos que fueron aprendiendo en el trato con Jesús, descubriendo cuál es la misión que les cabía. y ahora después de este discipulado en el que se han ido formando, son enviados a  la misión, es decir llevar al mundo las enseñanzas del Señor Jesús.
Los envía de dos en dos, para que su testimonio sea más efectivo y les pone como condición estar despojados de todo amparo material porque su único y verdadero apoyo es justamente la gracia de Dios. Contemplamos así cómo los discípulos comienzan a predicar y la nota característica será convocar a la conversión ya que es imposible estar unidos a Cristo, reconocerlo como el enviado del Padre si antes no se da la conversión del corazón a través del asentimiento de la fe. La fe es de vital importancia para poder dar ese paso de la conversión e ir tras Jesús nuestro Señor.
Ahora bien, ¿en que nos debe interpelar la palabra de Dios a nosotros? En que tenemos que ser también discípulos y misioneros de Jesús, siendo el bautismo precisamente el que no solamente nos ha convertido en hijos de Dios, sino también en discípulos del Señor y por lo tanto también llamados a la misión.
¿Y cómo hacemos el discipulado? Estando cerca de Jesús, conociendo su enseñanza. Pero así y todo eso no basta, vivimos momentos muy difíciles en el mundo, ya que han entrado en crisis los valores, y ya todo da lo mismo, y el relativismo moral está al orden del día, y es un tiempo en que las ideologías, fundadas en la ficción y no en la verdad se van imponiendo cada vez más en la cultura de hoy.         De allí la necesidad de formarnos porque cuando nos encontramos sin formación, con alguien que defiende la nefasta ideología de género, por ejemplo, no sabemos qué decirle.
El otro día expulsaron de su cátedra y condenaron en España a un profesor de biología porque enseñó que hay dos sexos, masculino y femenino, por lo tanto no ha dicho nada nuevo, pero fue cuestionado y apartado de su cátedra. Enseñaba  la verdad, pero la locura de la ideología de género dice que eso es una construcción cultural y que no hay que fundarse en la biología que distingue al varón de la mujer, sino que imponen solamente lo que persona siente o percibe.      O sea, a qué grado de locura hemos llegado que se defiende el error como si fuera verdad, de allí  que sea importante que el creyente se forme bien.
Por otra parte no olvidemos también que en no pocas universidades se lavan los cerebros de los alumnos, se los confunde con propaganda contraria a la Iglesia, mostrándola con una mirada sesgada de lo que fue su actividad, por ejemplo, en la evangelización de América. Las “leyendas negras” están al orden del día, los jóvenes  se han quedado con eso y como no hay ningún interés en aprender, en escuchar otra campana y de percibir otras enseñanzas, permanece en el imaginario colectivo lo que más o menos se escucha por ahí. Por eso es importante ser discípulo del Señor, no solamente seguirlo a Él en su persona, en la enseñanza del Evangelio, sino ir teniendo también una sólida formación, obteniendo respuesta a los interrogantes del mundo de hoy.
Comenzar por lo básico, estudiando el catecismo de la Iglesia Católica, no aceptar cualquier cosa, ya que no pocos católicos, o que se dicen católicos, tienen cada idea opuesta a la enseñanza de la Iglesia que el problema del descreimiento se agudiza cada vez más. ¿Qué hacemos frente a esto? El viernes a la noche en una charla virtual que tuve con personas de otra parroquia donde yo estuve, y que querían escuchar sobre diversos temas sobre la enseñanza de la iglesia, preguntaban qué hacer concretamente ante los interrogantes que plantean los hijos en la familia. Ellos estaban abrumados porque a pesar de tener buenas intenciones y deseaban transmitir la fe no pocas veces se cansaban o no sabían cómo dar testimonio. ¿Qué hacemos? –preguntaban. Hay que insistir, hay que hacer como el profeta Amós, yo voy al reino de Israel y daré a conocer el mensaje del Señor. O lo del profeta Ezequiel “sea que te escuchen, o que no te escuchen, sabrán que hay un profeta en medio de ellos”.
O sea, el cristiano, como los doce apóstoles, debe estar fundado en Cristo nuestro Señor, iluminado y guiado por el Espíritu, y entonces bien formados intelectualmente transmitir la verdad del Evangelio que no se queda únicamente con el texto literal sino con el Evangelio que debe iluminar la vida humana, en todos sus ámbitos, en todos sus aspectos, y saber entonces que Cristo está con nosotros y no tener miedo de predicar en medio del desierto como lo hizo san Juan Bautista que predicó y llamó a la conversión de una vida nueva. Pidámosle al Señor entonces que nos ilumine y que nos de la fuerza necesaria para descubrir qué quiere de nosotros en estos momentos tan difíciles que estamos viviendo en el mundo para que el mensaje sea creíble.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XV durante el año. Ciclo B. 11 de julio de 2021. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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