24 de octubre de 2022

La humillación del publicano implica imitar el anonadamiento del Hijo de Dios cuando se hizo hombre y en su camino hacia la cruz.

 
Habíamos reflexionado el domingo pasado sobre la parábola del juez injusto y destacado en contraposición a Dios como aquél que siempre actúa con justicia otorgando a cada uno según corresponda.
Hoy continuamos con esta idea, por lo que es importante retener lo que enseñan los  textos bíblicos de la liturgia de hoy.
Una primera afirmación que se percibe es que Dios mira el corazón de cada persona, no es como el hombre que se queda con lo exterior, y que tantas veces confunde, como aconteció con la elección del rey David, ocasión en que se le dice a Samuel que no se quede con lo exterior, porque Dios ha mirado el corazón del más pequeño de los jóvenes que se le presentaron resultando ser el elegido.
Esto permite  caer en la cuenta de que cuántas veces los juicios del hombre sobre las personas son equivocados o equívocos, por eso es importante aprender a observar como mira Dios.
El texto del Eclesiástico (35,12-14.16-18) insiste en que Dios recibe la oración del humilde, de quien se hace pequeño delante de Él, “no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja” , y que ésta oración suplicante subsiste hasta que Dios interviene “para juzgar a los justos y hacerles justicia”.
A su vez, el texto del evangelio (Lc. 18, 9-14), afirma que “el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”.
Por su parte, San Pablo (2 Tim. 4, 6-8.16-18)  refiere que fue abandonado por todos cuando realizó su primera defensa y que le ha quedado sólo el apoyo de Dios. Él está culminando su carrera en este mundo y se acerca el momento de su partida habiendo “peleado hasta el fin el buen combate” conservando la fe, sabiendo que le espera la corona de justicia “que el Señor, como justo juez” le dará en su día final junto a todos los que se mantienen fieles hasta el final.
Reconoce el apóstol  que el Señor lo sostuvo dándole fuerzas para transmitir el evangelio a los paganos, y que  lo librará de todo mal hasta que llegue el momento de entrar en su Reino celestial.
Dios, por tanto,   juzgará a Pablo por sus obras, por su apostolado entre los paganos y le dará el premio de la gloria, quedando atrás quienes lo han dejado solo movidos por respeto humano o por otras razones., por lo que se evidencia que Dios sigue el recorrido del que se hace humilde delante suyo, desechando a quienes se enaltecen.
El texto del evangelio (Lc. 18, 9-14) deja una enseñanza hermosísima para  cada uno de nosotros. Imaginémonos el templo en que el fariseo puesto delante del altar hace su oración, mientras el publicano a lo lejos, de rodillas, no se anima  a levantar la vista.
El fariseo da gracias a Dios, lo cual  no está mal si se hace esto agradeciendo por los beneficios recibidos, o porque perdonó nuestros pecados, o  me sostiene en las pruebas de la vida, o porque me guía en la existencia de cada día.
En cambio este hombre agradece exaltando  sus supuestas virtudes, no se siente como los demás hombres, no es ladrón, ni adúltero, ayuna dos veces a la semana, más de lo que pedía la ley,  entrega la décima parte de sus entradas.
Se trata de un hombre aparentemente perfecto, pero mira por encima del hombro al publicano, afirmando que no es  como él, lo cual es cierto si miramos la actitud interior del supuesto pecador.
El publicano, en cambio, no se animaba a levantar la mirada al cielo, “sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”,
El publicano no enumera sus pecados, ya que Dios los conoce, no como el otro que tiene que enumerar sus actos buenos porque cree que Dios no los conoce o a lo mejor  piensa que Dios no lo juzga de la misma manera como actos buenos.
Mientras tanto, el publicano, que ha pedido misericordia la obtiene.
En efecto, dice Jesús que el  publicano salió justificado, ya que al admitir que es pecador y que necesita de Dios, está ya transitando por el camino de la redención.
En cambio, el que piensa que es santo y que lo único que necesita es la canonización oficial y ser puesto en los altares para ser venerado, no salió justificado de la presencia divina.
Esto puede hacernos pensar en que cuántas veces miramos por encima del hombro a los demás sintiéndonos superiores, perfectos y sin pecado, cuando somos peores que aquellos que juzgamos sin piedad clausurando nuestro corazón para vivir la misericordia.
La verdadera actitud está en mirar a los demás con piedad, pensando que aunque con pecados, puede ser que esté luchando, por lo que  rezamos por él, o lo alentamos para seguir por el camino del bien.
¡Cuántas veces  nos apartamos de quien consideramos pecador, para no “contagiarnos”, cuando la verdadera imitación de Cristo debe movernos a acercarnos por medio de la corrección fraterna!
Nunca estar seguros de estar salvados, ya que se necesita pasar por la puerta estrecha del seguimiento del Señor y la vivencia de las virtudes para parecernos más y más al Salvador.
El justificado de la parábola es este hombre que pidió perdón por sus pecados y Jesús lo admitió en su amistad y preferencia.
En la actualidad tiene un gran auge el pecado de la presunción que es contrario a la virtud de la esperanza por exceso, por el que se piensa que el hombre puede pecar tranquilo ya que  Dios es tan misericordioso, tan bueno, que todo lo perdona.
Es cierto que Dios es misericordioso, pero a su vez es un juez justo; y una cosa es la actitud del publicano que humildemente pide perdón a Dios por su pecado, con la intención de cambiar de vida, y otra cosa es que aproveche la presunción de la misericordia de Dios para pecar tranquilamente, pensando que me confieso y está todo bien.
En efecto, puede ser que yo me confiese, pero si no estoy arrepentido, y estoy pensando en lo que voy a realizar de malo, de nada sirve.
Por eso es muy importante la actitud de humildad, no considerarnos nunca mejores que otros, ya que el soberbio no solamente es rechazado por Dios, sino también resistido por los hombres, mientras que  la  humildad atrae siempre a Dios y a hombres.
Cuánto más nos consideremos mejores que los demás, tenemos proximidad a la figura del fariseo, cuánto más pensemos que somos “humus”, tierra,  nos acercamos a la actitud del publicano.
¿Y por qué la humillación del publicano es agradable a Dios? porque su anonadamiento implica imitar el anonadamiento de Cristo, el cual no se sintió menoscabado en su divinidad cuando se hizo hombre,  ni se sintió denigrado como Dios al ir camino de la cruz.
A los ojos de los hombres Cristo llegó hasta lo más bajo, al anonadamiento total del siervo de Yahvé que ya anunciaba el profeta Isaías, para ser exaltado por encima de todo por su Padre.
Lo mismo sucederá con cada persona que se humille ante Dios, ya que será exaltado por el Padre hasta su gloria.
Queridos hermanos: agradezcamos al Señor por su palabra y que su enseñanza penetre nuestro corazón y ayude a vivir de otra manera. ¡Tantas cosas que tenemos que cambiar, lo cual  no es imposible con la gracia de Dios y con nuestra respuesta a esta gracia de lo alto!

  Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXX del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 23 de octubre  de 2022. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





No hay comentarios: