13 de marzo de 2023

“Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo”.

En la Sagrada Escritura, el agua ha tenido siempre un significado muy profundo, ya sea representando la vida como el paso del Mar Rojo escapando el pueblo judío de la esclavitud de Egipto, o  el cruce del río Jordán por el que entrarán en la tierra prometida asistidos por el Arca de la Alianza, como también un sentido de muerte y destrucción pero para dar nueva vida como el diluvio universal.

Por cierto que esto fue siempre un anticipo del agua del bautismo por la que morimos al pecado y renacemos a la vida de la gracia
El agua que el Señor Jesús quiere entregar a cada uno de nosotros significa la entrega del Espíritu Santo y de la gracia, que requiere nuestra conversión, el deseo de una existencia nueva y el darnos totalmente a Él, anunciándolo como el Salvador del mundo.
Esta es la verdad que la liturgia ofrece hoy para continuar con el caminar cuaresmal en medio de las pruebas de cada día.
En definitiva respecto a la vida, el agua  permite que todo florezca y dé fruto abundante, saciando, a su vez, la sed de la humanidad.
En el libro del Éxodo (17,3-7) contemplamos al pueblo de Israel caminando hacia la tierra prometida, y en el desierto padece también la falta de agua, tiene sed y se queja a Moisés, el cual se presenta ante Dios diciéndole ¿qué hago con este pueblo que debo guiar?
El Señor le responde otorgando agua en abundancia a través de la roca que es un anticipo de Cristo como roca viva  que entrega generosamente el don del Espíritu, que sacia totalmente.
Esto es así, porque el pueblo sediento en el desierto significa la sed de Dios que soporta el ser humano en el caminar de esta vida, aunque sumergido muchas veces en las cosas de este mundo, preocupado en demasía por los acontecimientos cotidianos, no lo advierta, a pesar incluso de la experiencia dolorosa que las cosas de este mundo no sacian su corazón inquieto y buscador de eternidad.
Más aún,  cuantas más cosas se posean no por ello el corazón humano se siente satisfecho, siempre con sed de eternidad, como cantamos en el salmo 41 “Mi alma tiene sed de Dios, ¿cuándo llegaré a contemplar su rostro?”

¡Qué hermoso poder enunciar siempre que nuestra  alma tiene sed de Dios, ya que expresa el reconocimiento de aquello que sacia y que queremos alcanzar por la misericordia divina!
San Pablo (Rom. 5, 1-2.5-8) recuerda que fuimos justificados por la fe en Jesucristo, habiendo alcanzado la gracia que nos afianza, gloriándonos en la esperanza de la gloria de Dios.
Más aún, “la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”.
Por cierto ese amor derramado es el agua del que habla el evangelio y donde Jesús se declara como aquel que es la fuente de Agua Viva.
Contemplamos a Jesús  que ha caminado largamente, se dirige a Galilea y, a pesar  que podría evitar la travesía por Samaria, lo hace ex profeso porque tiene sed de la conversión de la samaritana.
San Agustín expresa al respecto, que la samaritana representa a la Iglesia formada por los paganos, a la iglesia que nacerá del costado abierto de Cristo, manifestando así el carácter universal del llamado a la conversión para formar un pueblo nuevo.
Jesús llega al pozo de Jacob y  se encuentra con esta mujer porque está sediento no solamente del agua material en cuanto hombre, sino también sediento del alma de esta mujer en cuanto Dios que es.
Le dirá “dame de beber”, respondiendo ésta sorprendida  “¿cómo tú que eres judío me pides a mí que te debe beber?”- porque entre samaritanos y judíos había enemistad.

Jesús quiere mostrar que Él, como Salvador del mundo convoca a todos los hombres para formar parte del pueblo de Dios, ya que esa es la voluntad del Padre, y para eso,  como Hijo del Padrese hace hombre y redime  a la humanidad del pecado y de la muerte eterna.
Con este diálogo con la samaritana -que representa a la Iglesia venida del paganismo- ella recorre el camino de la fe, y esto porque Jesús va suscitando la transformación en su  interior.

La samaritana ve con agrado el no tener que volver al pozo si recibe esa agua que se le ofrece, pero Jesús le hace ver que ha de salir de sus preocupaciones temporales, de las ataduras afectivas volátiles en la que está enfrascada, y beber el agua viva de la conversión y de la gracia, transformando su vida por la acción del Espíritu.
Habiendo comprendido mejor lo que se le ofrece, la mujer  regresa a Sicar -sin el cántaro de agua, signo de que ha encontrado el agua viva- y proclama  a todos  que ha encontrado al Mesías, al profeta, de manera que su propia conversión, su disponibilidad ante Jesús y la aceptación de quien se ofrece a ella como Salvador, tiene  ese fruto de la misión, de convocar a otros al encuentro con Jesús.
Al término de esta experiencia, los samaritanos le dirán a ella “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
Como la samaritana, convertidos y habiendo alcanzado el agua viva de la gracia, hemos de anunciar las maravillas del Señor que hemos contemplado, para que muchos se acerquen sin miedo a la fuente de la salvación, con la esperanza de la Vida eterna.

Hermanos: recordemos que si vamos al encuentro del Señor, no tendremos más sed, colocaremos todas las cosas de este mundo en su verdadera dimensión, no estaremos enloquecidos atrapados por lo mudable, sino que buscaremos lo inmutable, no estaremos preocupados por lo accesorio, sino por Jesús fuente del agua viva que quiere entregar su Espíritu,  su vida y salvación.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo III° de Cuaresma. Ciclo A. 12 de marzo de 2023. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com





No hay comentarios: