1 de marzo de 2023

Así como en un árbol el antiguo Adán fue vencido, el nuevo Adán, Cristo, triunfará en el árbol de la Cruz.

En la primera oración de esta misa pedíamos a Dios que “por la práctica anual de la cuaresma, progresemos en el conocimiento del misterio de Cristo y vivamos en conformidad con él”.
Súplica ésta que elevamos  cada año, ya que siempre podemos ahondar más en el misterio de Cristo, hasta alcanzar con la gracia divina, la lucidez perfecta en el reino de los Cielos.
Por lo tanto este caminar hacia la Pascua requiere de nosotros conocer más quién es Jesús, ahondar en el misterio de la encarnación y de la misión que concretó en su vida mortal y, lo que significa para la vida de la iglesia y del hombre.
Él es el enviado del Padre para salvarnos de aquello que hemos heredado de nuestros primeros padres Adán y Eva, esto es, el pecado, la muerte y la inclinación permanente al mal.
El pecado de los orígenes  no sólo nos apartó  de Dios y de todo el orden creado, sino que también quedó la humanidad marcada por la herida de la pérdida de la inocencia y sumida en la debilidad quedando  sujeta no pocas veces a las tentaciones del maligno.
El libro del Génesis (2,7-9; 3,1-7) relata cómo Dios reviste al hombre de todo lo que necesita para ser feliz y lo coloca en un paraíso para indicar que  es el ser creado más amado por Dios.
Para indicar la unión entre Creador y criatura se menciona cómo Dios pasea por el paraíso dialogando con quien es creado a su imagen y semejanza, sobresaliendo así sobre todo otro ser creado.
Sin embargo había un límite o frontera que el hombre no debía traspasar, precisamente por la distancia infinita existente entre Creador y creatura, y así el hombre debe reconocer quién es y no pretender estar al mismo nivel y dignidad que su Creador.
La calificación de lo malo o de lo bueno en las acciones humanas pertenece únicamente a Dios en cuanto Creador, pero el espíritu del mal tienta al hombre declarando que Dios es mentiroso, que no morirán por avanzar más allá de lo permitido, y serán como  dioses.
El diablo que es el padre de la mentira hace sucumbir a Eva primero y luego a Adán y, como consecuencia quedan sujetos a la muerte, y además, habiendo  pretendiendo ser Dios han denigrado su misma naturaleza humana.
Este pecado de los orígenes que se hereda permanentemente a lo largo de la historia, conduce a través del pecado personal que el ser humano cada vez que ofende a Dios esté pretendiendo serlo él también y por lo tanto decidir acerca de lo bueno y de lo malo.
De allí se explica que a lo largo de la historia, y principalmente en nuestros días, el hombre se proclama dios y desplaza de su vida y acciones al Dios verdadero, llegando incluso a llamar bueno a lo malo y malo a lo bueno, renegando de sus orígenes, culpando de sus propias torpezas a los demás, a la sociedad, a lo que se le ocurra.
Así y todo, Dios nuestro Señor sigue pensando en salvarnos, en redimirnos, ya que si el hombre es infiel, Él no lo es.
El apóstol San Pablo (Rom. 5, 12-19) despliega en su teología el misterio del pecado y la superación por el misterio de la salvación.
Destaca el apóstol que así como por “un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron” y “con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia”
La Sagrada Escritura nos enseña que donde abundó el pecado sobreabundó la gracia, y así como en un árbol el antiguo Adán fue vencido, el nuevo Adán, Cristo triunfará en el árbol de la Cruz.
Jesús es presentado siempre como Aquel que siguiendo la voluntad del Padre y enseñando que justamente la salvación pasa por la voluntad del Padre, Él nos redime a través de su muerte en Cruz y nos enseña cómo ir superando las tentaciones que se nos presentan.
El espíritu del mal ingresa en nuestra vida por medio de nuestras debilidades, no nos tienta con algo que directamente rechazamos habitualmente o directamente no nos ha llamado la atención.
El mentiroso desde el principio, el diablo que conoce al ser humano en sus inclinaciones habituales, tratará de seducirnos por ellas, mostrando  el fruto de la tentación como lo hizo con Adán y Eva, como algo apetitoso, algo bello a la vista, algo formidable, pero que una vez recibido en nuestro corazón no nos deja más que amargura por habernos separado de Dios.
En las tentaciones del desierto (Mt. 4,1-11) viéndolo a Jesús débil con hambre, el diablo le dirá justamente por qué no convierte en panes  las piedras, pero Jesús dirá “No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que viene de Dios”. Se nos  está alertando de la gran tentación del consumismo, del tener, de aspirar cada día a tener más cosas, más bienes que nos aporten seguridad y felicidad, y el ser humano se desloma para adquirirlos pero no encuentra allí la felicidad, porque su aspiración a los bienes temporales no colma el hambre y sed de felicidad que sólo se sacia en el encuentro con Dios.
También el espíritu del mal insiste en que realicemos las cosas que se nos ocurran, ya que Dios saldrá al encuentro nuestro para salvarnos, y nos quejamos cuando eso no ocurre diciendo por qué Dios no me ha respondido en esto, por qué no escucha mi oración resultando ésta inútil  según nuestro parecer.
No pocas veces los acontecimientos malos fueron causados por nosotros mismos y esperamos que Dios nos salve, que mande a sus ángeles para que no choquemos contra las piedras de la vida.
La tercera tentación es la del afán de poder en todos los ámbitos, en todos los momentos de nuestra vida, el poder que puede dar el placer, el dinero, la riqueza, la política, el dominio que se puede tener sobre los demás por el cargo que se retiene o por el trabajo que se desempeña, el poder que tienta al hombre para ser grande y querer ser como dioses y estar por encima de los demás.
En realidad, la verdadera fortuna que hemos de buscar es vivir con  humildad y sencillez, y solamente a Dios adorar, para que no nos atrape ningún ídolo que se presente delante del humano transitar.
El camino cuaresmal, pues,  ha de implicar ir conociendo más profundamente el misterio de Cristo e ir a la Palabra de Dios, meditarla, recibirla y buscar en ella la respuesta a los grandes interrogantes que tenemos para alcanzar el verdadero sentido.
Queridos hermanos el Señor viene a nuestro encuentro, dejémonos hallar por Él, convirtiéndonos de corazón.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario y Convento san Pablo primer ermitaño, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo I° de Cuaresma. Ciclo A. 26 de febrero de 2023. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

 

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