Nos expresa el Libro del Eclesiástico (27,4-7) que el ser humano es conocido por su palabra, por lo que podríamos decir que por Jesús, Palabra viva del Padre, nos remontamos y conocemos al Padre.
A su vez, el texto del Evangelio (Lc.6,39-45) recuerda que de la abundancia del corazón habla la boca, de manera que a través del lenguaje, comunicamos al exterior lo que hay en nuestro interior.
Afirmamos además que un árbol bueno solamente da frutos buenos, y un árbol malo da frutos malos, y que lo mismo también acontece con el ser humano, ya que cuando éste es bueno, se conoce su bondad a través de su palabra y a través de sus obras, y por el contrario, cuando el ser humano es malo, su maldad se manifiesta al exterior con palabras y con obras.
Y así, siempre tenemos la posibilidad de conocernos por los frutos que producimos, y conocemos al prójimo, a su vez, por medio de sus frutos de bondad, ya de palabra, ya de obra.
Sin embargo, en relación con el conocimiento del prójimo, el Señor advierte que no podemos con ligereza juzgar el interior de las personas, porque solamente Él conoce lo que hay en el corazón del otro, de manera que es necesario mirar primero la viga de nuestro ojo, para sacarla, y luego la brizna que hay en el ojo del otro.
De manera que es necesario tener en cuenta que muchas veces a través de las palabras y de las obras, si bien conocemos al ser humano, este conocimiento es engañoso y, corremos el riesgo de caer en una consideración equivocada, y emitir un juicio bueno cuando la persona es mala, o un juicio malo siendo una persona buena.
Siempre hemos de actuar con prudencia, con discernimiento, buscando descubrir siempre la verdad, por eso nos advierte Jesús en el Evangelio de hoy, que no busquemos corregir meramente a los otros de sus pecados y errores, sin ver primero lo que hay en nosotros, no sea que como ciegos guiemos a otros ciegos.
Suele suceder que nos molestan los defectos o pecados ajenos, porque comprobamos que también existen en nosotros, y así corrigiendo a otros, estamos reprochando lo que existe en nosotros.
Y así, al ver reflejada nuestra interioridad en el proceder del otro, fácilmente juzgamos al prójimo. porque no nos atrevemos a juzgarnos y a reprocharnos lo que somos y, entonces sacamos esto afuera para corregir al prójimo.
De manera que hemos de estar siempre atentos para descubrir a través de nuestra palabra y de nuestras obras qué es lo que hay en el interior, si hay bondad o si hay malicia. Si uno se observa a sí mismo con profundidad, ciertamente va a encontrar siempre cosas oscuras, que obviamente preferimos que nadie las conozca, aunque Dios sí las conoce en profundidad y sabe lo que hay en nosotros.
De allí la preocupación por vivir siempre buscando a Cristo, seguirlo a Él, vivir conforme a su palabra, a su enseñanza, teniendo siempre una mirada que otea el futuro. ¿Qué futuro? El de la gloria eterna.
Al respecto, recuerda san Pablo, en la segunda lectura (I Cor.15,54-58) que llegará el momento en que será vencido el mal y será vencida la muerte. Respecto a lo que todavía posee poder sobre nosotros, tanto el pecado como la muerte, tenemos la seguridad, la certeza de que el día que Dios lo decida, será destruido no solamente todo mal, sino que también la muerte dejará de tener sentido en nuestra vida.
Pidamos al Señor que nos ilumine con su gracia, para que cada día busquemos lo que quiere de nosotros y sepamos hablar y orar conforme a su voluntad y a nuestra dignidad de hijos de Dios.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el octavo domingo durante el año. 02 de marzo
de 2025
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