10 de marzo de 2025

"Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación" (Rom.10,8-13)

 


Comenzamos este sagrado tiempo de cuarenta días para caminar en el desierto interior y encontrarnos con Dios con corazón renovado.
Días propicios para profundizar en el misterio de Cristo, y  conocernos más a nosotros mismos, de modo que a la luz del ejemplo de Jesús, aprendamos a combatir al maligno que acecha siempre nuestro caminar y busca hacernos sucumbir en el pecado, para  alejarnos de Dios y de la meta del reino de los cielos. 
Este tiempo evoca los cuarenta años en el que el pueblo elegido caminando  en el desierto se encontró con Dios y fue probado por el espíritu del mal, por lo que no pocas veces abandonó al Creador y otras tantas retornó nuevamente a Él al descubrir que lo único que sostiene precisamente en la vida humana es la unión con el  que nos ha dado la vida, que nos llama a vivir como hijos adoptivos suyos.
Cuarenta días pasó Moisés en el monte preparándose para recibir las tablas de la ley, y otro tanto estuvo suplicando por el pueblo pecador caído en la idolatría del becerro de metal.
Cuarenta días caminó el profeta Elías  hasta llegar al monte Tabor y se encontrara con Dios.
Cuarenta días estuvo Jesús en el desierto ayunando y orando, siendo después tentado por el demonio.
Nosotros también estamos convocados para que en estos cuarenta días vayamos al desierto interior para encontrarnos con Jesús,  conocer sus enseñanzas y llevarlas a la práctica.
Ir al desierto con el deseo sincero de conversión, haciendo silencio en nuestra vida buscando no enloquecernos con las redes sociales, con el celular, con los acontecimientos del mundo, sino estar atentos a lo que sucede pero en clave de salvación y descubriendo la voluntad de Dios sobre el mundo y sobre cada uno de nosotros.
Eligiendo el seguimiento salvador de Jesús, caminamos buscando la santidad de vida, que  eleva por encima de las miserias y permite  encontrar la verdad plena presente en la enseñanza del evangelio. 
El texto del Evangelio (Lc.4,1-13) describe las tres tentaciones comunes que el espíritu del mal presenta al hombre durante su vida.
La primera tentación es el atractivo por los bienes de este mundo que acapara la atención y por los cuales somos capaces de dar la vida. 
La sociedad de consumo es el reflejo más claro de cómo se presenta esta tentación con frecuencia, por eso Jesús dirá que no sólo de pan vive el hombre, no sólo de los bienes materiales vive el hombre, no sólo del placer vive el hombre aunque éste sea a veces bueno, sino de la palabra, de la voluntad de Dios Nuestro Señor. 
Sabemos perfectamente que no pocas veces el placer que obtenemos en esta vida es efímero y que deja un sabor amargo en el corazón del hombre cuando se trata de un pecado. Por eso,  para combatir esta tentación, hemos de vivir austeramente, no enloquecernos, no estar pensando en tener más y más cosas, sino más bien en ser mejores seguidores de Cristo, virtuosos que buscan la voluntad del Padre. 
La segunda tentación es la del poder. El ser humano también se enloquece tratando de poseerlo, incluso algunos siguiendo al demonio, y así,  hay muchos que adoran al espíritu del mal con tal de conseguir en este mundo el poder y estar por encima de los demás, cayendo incluso en la tentación de igualar al mismo Dios. 
Ese poder proveniente del diablo o de modo pecaminoso, nos utiliza,  otorga muchas cosas en este mundo, por lo cual hemos de luchar y pensar más bien en vivir la humildad a imitación de Cristo.
Y la tercera tentación es  la de buscar el éxito. ¿A quién no le gusta ser alabado, reconocido, solicitado en este mundo? Ser puesto en el pináculo del éxito, ser reconocido como alguien importante, sospechando incluso que esto es también pasajero, ya que como dice el dicho, "sic transit gloria mundi",  "así pasa la gloria del mundo". 
El éxito es pasajero, aparece pero  después se desvanece. Por eso más que buscar el éxito en esta vida, intentemos sobresalir por la virtud, por la vida de santidad, por el seguimiento de Cristo. 
Reconozcamos con espíritu de fe que fortalecidos con el ejemplo del Señor podemos caminar en este mundo haciendo frente al  tenebroso del maligno que busca apartarnos de Dios, de aquél a quien siempre hemos de ofrecer las primicias de nuestros frutos espirituales. 
Precisamente la primera lectura (Deut. 26,4-10) nos habla de cómo el hebreo ofrecía a Dios las primicias de las cosechas, reconociendo que a Él se lo debía, porque  siempre lo estuvo salvando de todo peligro y de todo mal.
Nosotros también hemos de ofrecer las primicias de la cosecha,  los frutos de bondad que podemos ir adquiriendo en este tiempo de cuaresma, sabiendo que es importante crecer en esa profesión de fe de la cual habla San Pablo en la segunda lectura (Rom. 10,8-13). 
Creer en Cristo Nuestro Señor y Salvador, creer que Él es el Hijo del Padre que vino a salvarnos por el misterio de la cruz y resurrección y que invita a tomar esta cruz salvadora, recordando que "con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación". 

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el Ier domingo de Cuaresma. Ciclo C. 09 de marzo de 2025

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