Estamos caminando bajo el signo de la cuaresma, tiempo de esperanza, que nos promete la resurrección final, pasando por la cruz, pero también el año santo tiene como punto central la esperanza, de la que Dios nunca defrauda.
Así aconteció con Abraham, que esperó contra toda esperanza, mientras salía de su tierra y parentela. Dios le había prometido una gran descendencia, pero su hijo no nacía, por lo que él vuelve a insistir, como persona que está ansiosa por tener un heredero, alguien que siga sus pasos.
Y Dios repite que tendrá una descendencia numerosa, y para sellar esto, realiza un pacto, que es unilateral ya que sólo Dios se compromete.
En efecto, se realiza el rito de pasar por el medio de un animal descuartizado, indicando como era habitual en ese tiempo, que lo mismo le ha de suceder si alguno de los que se comprometen no cumple con su palabra.
De manera que es un signo, es un rito cargado de significación, ya que Dios pasa entremedio del animal descuartizado, asegurándole así a Abraham que se va a cumplir su palabra.
Pero es necesario que Abraham salga de sí mismo, así como sale de su tierra y de su parentela, tiene que salir de sí mismo y mirar hacia adelante, esperando el cumplimiento de la promesa.
A su vez, en este tiempo de cuaresma, también hemos de salir de nosotros mismos, comenzar a caminar en la esperanza, despojándonos de toda seguridad que provenga del mundo, para solamente contemplar la gracia que el Señor nos brinda.
Dios que nos ama, promete lo mejor para nuestra vida, la transformación interior proveniente del misterio pascual, la muerte y resurrección de Jesús.
La esperanza hacía que Pablo tuviera su mirada puesta en la gloria del cielo (Fil.1,17-4,1).
Sin embargo, señala escribiendo a los filipenses, que hay quienes tienen como finalidad de su vida el pecado, la lujuria, el desenfreno, pero que él y otros creyentes esperan la gloria de Dios, como ciudadanos del cielo, por lo que se orientan hacia la cruz de Cristo, mientras están en el mundo.
Esperan ver el rostro de Dios que se les promete a los elegidos, por eso, la senda que ha de recorrer el creyente es el camino de santidad.
Dejar de lado aquello que tienta, aquello que aparece como mejor, pero que en definitiva conduce a la propia destrucción.
Sólo Dios salva y promete los bienes verdaderos, los del cielo.
Jesús nuestro Señor, a su vez, se transfigura (Lc. 9, 28b-36), revelando su divinidad para darnos fuerza en medio de las necesidades de esta vida.
Esta transformación de Jesús en el día de la transfiguración, justamente es continuación de lo que Él ya había dicho, anunciando a los apóstoles su pasión, su sufrimiento, su muerte, su resurrección, por lo que esa perspectiva de muerte en Jerusalén, de alguna manera trajo desasosiego para los apóstoles, temiendo lo que sucedería.
Por eso Jesús se transfigura, para asegurarles que la cruz de la vida es un paso necesario, siendo la meta ver el rostro resplandeciente de Dios, de la gloria manifestada en el Monte Tabor.
En ese momento comprendieron que la promesa de la gloria futura debía ser buscada y percibida por ellos mediante la esperanza.
Pedro manifiesta su gozo al contemplarlo a Jesús en su gloria, por lo que dirá "qué bien estamos aquí".
En el encuentro con Dios, contemplando su rostro, estaremos bien, tendremos la paz total, será colmada toda esperanza, no habrá necesidad alguna de lo pasajero, será una vivencia de la divinidad.
La transfiguración del Señor, por lo tanto, nos anima a mirar la cruz de una manera nueva, sabiendo que es necesario pasar por el misterio de la cruz, como señala San Pablo, que anticipadamente en el tiempo vivió Abraham.
Porque todo lo que es prueba, todo lo que es sufrimiento, que aparece en la vida del hombre, no es más que un camino de purificación interior que conduce siempre a la perfección, a la plenitud de vida.
Cristo Nuestro Señor se transfigura, pero eso no es suficiente, se escucha la voz del Padre, que da testimonio de su Hijo: "Este es mi Hijo muy querido. Escúchenlo".
Y así, tenemos la certeza que escuchando a Jesús, viviendo conforme a sus enseñanzas, encontramos la plenitud de vida que necesitamos.
Escuchándolo a Jesús, siempre vamos a transitar por el camino de la verdad, sin error alguno, sin opresión alguna, sin nada que pueda impedir crecer en la verdad y en el bien.
Pidamos hoy al Padre eterno, que en este tiempo de cuaresma, celebrando el año santo de la esperanza, podamos encontrar esa seguridad en Cristo Nuestro Señor que permita a lo largo de nuestra vida, aún en medio de las pruebas, servirlo de corazón, llevando a la práctica su palabra, comunicándola, a su vez, a otros.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 2do domingo de Cuaresma. Ciclo C. 16 de marzo de 2025
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