Después del pecado original, el hombre quedó inclinado al mal, víctima a menudo de su concupiscencia y, Dios rico en misericordia, prometió un redentor al cual envía en la plenitud de los tiempos, a su Hijo, que se hace hombre en el seno de María, y entra en nuestra historia, para guiarnos por el camino de la salvación.
A su vez, la venida del Señor fue anunciada por los profetas al pueblo elegido, Israel, en el cual iba a nacer el Salvador.
Y a lo largo de la historia, se va repitiendo las infidelidades del ser humano, y la misericordia de un Dios que perdona, pero que purifica a través de las pruebas al pueblo pecador, y lo convoca, lo llama, para que vuelva nuevamente por el camino de la alianza.
Y así, nos encontramos con que la historia de la salvación humana se transforma por la acción de Cristo en la salvación de la historia, porque Jesús con su muerte en cruz nos redime, y permite que reconciliados nosotros con el Padre del Cielo, podamos aspirar nuevamente a la vida eterna.
En este caminar de la historia humana, Dios ofrece cada año este tiempo de gracia, el tiempo de cuaresma, para que volvamos nuevamente a Él, dejándonos reconciliar con Dios, como dice el apóstol hoy (2 Cor 5,20-6,2), siendo, a su vez, cada uno de los creyentes instrumento de reconciliación entre los hermanos.
O sea, nosotros tenemos que ser reconciliadores delante de otros, para que todos se sientan llamados a la reconciliación con Dios.
Sin embargo, es importante en estos tiempos tomar conciencia otra vez del pecado, cuyo sentido se ha perdido como reconocía Pío XII en 1948, y hoy se ha agudizado más que nunca .
Hoy más que nunca el ser humano cristiano, el bautizado, piensa que nada es pecado, en todo caso un error, una equivocación, que no es imputable a persona alguna, o se piensa que Dios es tan misericordioso que siempre perdona.
Y es cierto que siempre perdona, pero espera siempre nuestra conversión, nuestro arrepentimiento, que volvamos la espalda al pecado y comencemos una vida nueva, realizando el bien.
Para colmo de males, hoy no solamente la sociedad dice que el hombre es una especie de dios, sino que también dentro de la misma Iglesia hay voces, incluso de pastores, que van diluyendo el sentido del pecado, y que enseñan que ya nada es pecado, o que depende de las intenciones de cada uno, o que el ser humano en su debilidad no puede vivir virtuosamente, y por lo tanto es inútil seguir trabajando por la perfección cristiana.
Por eso hemos de volver siempre a los orígenes, mirarnos a nosotros mismos, aprovechando este tiempo de cuaresma, revisar nuestra vida, recorrer los mandamientos, y viendo las distintas actitudes que tenemos ante Dios y el prójimo, para saber cuáles son nuestras debilidades, qué es lo que hacemos para no dejarnos seducir por el espíritu del mal, qué hacemos para fortificar nuestro espíritu, porque el espíritu puede estar muy dispuesto, pero la carne es débil, y volvemos nuevamente a caer.
Aprovechemos este tiempo de bendición para conocernos más interiormente, y vencer de ese modo al maligno, comprometiéndonos cada vez más con Jesús.
La misma Iglesia ofrece, fundada en las enseñanzas de la Escritura, este camino tan especial de la limosna, la oración y del ayuno, como posibilidades concretas para ir purificando nuestro interior.
En efecto, recordemos que la limosna cubre la multitud de pecados, como dice la Escritura, y enseñan los padres de la Iglesia. Que el ayuno vence, o ayuda a vencer nuestros apetitos más desordenados, pero sobre todo vivir el ayuno del pecado, como dice San León Magno. Y la oración, que debe ser siempre una oración, en la que pedimos perdón y pedimos también al Señor nos guíe por el camino de la santidad. Comencemos entonces el tiempo de cuaresma, confiados en la gracia de lo alto.
Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el Miércoles de Cenizas, Comienzo de la santa Cuaresma. 05 de marzo
de 2025
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