24 de marzo de 2025

Dios tiene paciencia con nosotros, reclama la conversión de vida y promete la salvación si damos frutos abundantes de bien.

 
Los textos bíblicos de este domingo tercero de cuaresma que acabamos de proclamar, ponen el acento en la necesidad de la conversión para no perecer, como señala el texto del Evangelio.
Comenzando por el libro del Éxodo (3,1-8.13-15), contemplamos cómo se concretó la vocación de Moisés, el cual  estaba despreocupadamente ocupándose del rebaño de su suegro Jetrò.
A través de una zarza ardiente  Dios se presenta y le manifiesta que tiene una misión para  él, que consiste en guiar al pueblo de Israel, que está en Egipto,  a la tierra prometida, que mana leche y miel. 
Se trata de una misión que implica de parte de Dios, haber escuchado el lamento, la angustia de un pueblo sometido y esclavizado. 
Y Moisés pregunta acerca de que cuando vaya al encuentro del pueblo, ¿qué les diré? ¿Cuál es el nombre de quien lo eligió para conducir al pueblo sometido? Es importante esto, porque para la mentalidad antigua, conocer el nombre implicaba una forma de posesión de la otra persona. Y Dios responde, aunque no da su nombre,  "yo soy el que soy", señalando así su existencia desde toda la eternidad, en el pasado, en el presente y en el futuro. 
Es decir, los israelitas deben conocer que de ese modo el Dios de sus padres Abraham, Isaac y Jacob  es quien envía a Moisés.
O sea, "yo soy", es quien elige y envía a Moisés,  para que conduzca al pueblo a la salvación,  pueblo que no solamente debe salir de la esclavitud de Egipto, sino que debe cambiar totalmente su manera de vivir y de pensar, y dejar de lado todo lo que haya de idolatría, lo  que se ha adherido de paganismo a su conciencia o a su costumbre. 
En efecto, habiendo vivido tantos años en medio de un pueblo extranjero, no es de extrañar que se hayan apartado del Dios de sus padres, de Abraham, de Isaac, de Jacob, y que por lo tanto vivieran conforme a las costumbres del mundo egipcio. 
Por eso tienen que purificarse a través del desierto y desprenderse de todo aquello que impedía vivir una alianza perfecta con Dios.
Ese Dios que los guía, como señala el apóstol San Pablo (ICor. 10, 1-6.10-12), que  en el desierto alimenta y apaga la sed del pueblo con el agua de la roca que era Cristo , por lo que Dios tiene entonces actitudes muy especiales de amor para con el pueblo elegido. 
Sin embargo,  muchos quedaron tendidos en el desierto, no entraron en la tierra prometida a causa de su infidelidad, porque caminar por el desierto significaba también abandonar todo aquello que pudiera impedir el culto verdadero con el Dios de la alianza. 
De manera que es importante descubrir todo lo que Dios indica siempre al pueblo elegido,  que debe cambiar,  que ha de convertirse.
También nosotros que caminamos por esta vida,  tenemos en nuestro existir apegos idolátricos, que no son propios de los cristianos. 
¡Cuántas costumbres del mundo y de la sociedad se nos pegan en nuestro obrar  cotidiano o incluso miramos con buenos ojos cuanto en realidad no forman parte del plan de salvación que Dios tiene para con cada uno de nosotros! 
De manera que el tiempo de cuaresma es también un tiempo para caminar purificándonos, y descubrir si realmente Dios es lo más importante en nuestra vida cotidiana. 
¿En qué debemos cambiar o convertirnos actualmente? ¿O en qué debemos progresar si ya hemos cambiado? 
El texto del Evangelio (Lc. 13,1-9) muestra a un Jesús que  previene, que dice que no son más malos o más pecadores aquellos que han sufrido un accidente o han muerto, sino que todos hemos de pasar por esa conversión tan necesaria, que abre las puertas al Dios verdadero y que permite dar frutos en abundancia. 
Pero al mismo tiempo muestra Jesús la paciencia de Dios, en la figura  de la higuera en medio de la viña que no da fruto. 
La higuera siempre fue un ejemplo que personifica al pueblo de Israel, que muchas veces por su infidelidad no da frutos. Pero también indica la paciencia de Dios. 
Por eso ante la posibilidad de cortarla y desecharla, porque no hubo conversión, ni cambio, ni fruto alguno, Dios decide dar un tiempo más para que esa higuera pueda producir frutos de santidad. 
Así también Dios tiene paciencia con nosotros, y mientras  reclama una conversión y una vida nueva,  asegura darnos un tiempo más,  para que no durmamos, ni quedemos tranquilos, ni pensemos que todos los años sucederá lo mismo, sino que en cualquier momento se nos puede pedir cuenta por los frutos. 
Pidamos la gracia de Dios para que podamos avanzar, pero creciendo, en el amor de Dios y en el seguimiento de Cristo.

Cngo Ricardo B. Mazza, Cura Rector de la Iglesia Ntra Sra del Rosario, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía  en  el tercer domingo de Cuaresma. Ciclo C. 23 de marzo de 2025

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