El libro “El Príncipe” de Nicolas Maquiavelo es una de las obras más leídas al menos por los que trabajan en el mundo de la política.
A 480 años de su muerte cabe escribirle, tenga o no conexión a Internet.
Nicolás:
Quizás te sorprenda que escriba esta carta después de tanto tiempo –han pasado casi 480 años de tu muerte- pero es que transcurren tan rápidamente nuestras vidas que a veces no caemos en la cuenta que la fugacidad de todo nos puede engullir en cualquier momento.
Es por eso que aprovechando algunos días de descanso vacacional me decidí a enviarte estas líneas.
Te cuento que has provocado un revuelo tan grande con tu libro “El Príncipe”, que has pasado a la historia como el genio de la ciencia política para unos o como sinónimo de retorcido y siniestro en cuanto a cualquier proyecto -no sólo político- de vida se refiera, para otros.
¿Qué te puedo decir yo? Mirá, creo que algunos como Francisco Javier Alcántara riegan fuera del tiesto al decir “a Maquiavelo cabe atribuir el descubrimiento -podemos llamarlo así- de la posibilidad de una política y, por lo tanto, de una ciencia política autónoma, independiente de los antiguos principios generales y al margen de consideraciones de orden moral”(1).
Indudablemente como católico y sacerdote no puedo estar de acuerdo con ésta visión carente de moralidad teniendo en cuenta que como decía Aristóteles –utilizando la recta razón- la política pertenece al campo del obrar y por lo tanto es una rama -la principal- de la Ética. Comparto también la visión de Santo Tomás de Aquino quien habla en la Suma Teológica de la prudencia política propia de los gobernantes, iluminada por la fe, ya que la función del que gobierna es conducir a los gobernados al bien en el campo temporal. Por lo tanto este ordenar al bien no puede encuadrarse sino es a la luz de la verdad perfecta que busca el bien, y éste Absoluto.
Me extraña de vos que no conocieras lo que pensaban tanto Aristóteles como Santo Tomás, habida cuenta que en tu tiempo todavía se los creía como fuentes a considerar en el conocimiento humano.
Te cuento que en este tema te da con un caño Jacques Maritain en su libro “Principios de una Política Humanista”(2). Vos me dirás ¿quién es ese? Para hacerla corta te informo que es un filósofo francés nacido en 1882 y muerto en 1973, que recupera la filosofía de Santo Tomás y opta por el humanismo integral.
Maritain reflexiona que vos en realidad no hacés más que descubrir y describir el comportamiento de los príncipes de tu tiempo y de anteriores épocas también. Es decir que te limitas a presentar esa forma de hacer política como un “hecho” vigente en la sociedad
Al respecto recordando otros tiempos, -permitíme la dispersión temática- si hubieras conocido la obra de Colleen Mc Cullough en cinco tomos sobre la Roma de Julio César no hubieras escrito “El Príncipe”, ya que queda hecho un poroto al lado de lo que subraya esta obra. Aunque en realidad, -cabe aclarar- Cristo no había nacido todavía en esa etapa de la historia para restaurar al hombre pecador y mostrarle un camino diferente. Eso sí para ser sincero tengo que reconocer que lo que vos describís en tu libro hace más lamentable la concepción sobre el ejercicio del poder en tu época ya que Europa estaba evangelizada.
Pero volvamos a Jacques Maritain. Él está convencido que antes que vos escribieras “El Príncipe”, muchos gobernantes y conquistadores no dudaban en usar la mala fe, la crueldad, los crímenes y el engaño para adquirir poder y éxito -tal como lo describes- , pero al obrar así se sentían culpables, tenían la íntima vergüenza de aparecer ante sí mismos tal como eran, hacedores del mal y lejos de la realización del bien. Esto traía como consecuencia que los gobernantes se abstenían de creer que el obrar no virtuoso fuera una regla “normal” de conducta.
Maritain concluye eso sí que la grave consecuencia de tu obra fue que se concibiera legitimado el “derecho” por parte de los gobernantes de realizar cualquier acto malo para alcanzar los objetivos propuestos. Es decir que el fin justificaba los medios empleados, siendo éstos concebidos como no requiriendo juicio de valor alguno ya que se trataba de acciones políticas.
Si antes la realización del mal era percibida dentro del marco de lo accidental u ocasional, se culmina después con el convencimiento de que la realización del mal era necesaria para las acciones políticas.
Esta concepción deletérea conduce como corolario el pensar que el político que estuviera imbuido de alguna concepción religiosa debía obligadamente poner en paréntesis o sacrificar su moralidad con el fin de someterse al “bien” político.
No te enojés, pero te transcribo lo que concluye Jacques: “la responsabilidad histórica de Maquiavelo consiste en haber aceptado, reconocido y apoyado como regla el hecho de la inmoralidad política, y de haber asegurado que una buena política, una política de acuerdo con su verdadera naturaleza y sus fines genuinos, es por esencia una política no-moral o amoral”.
Fijáte que él habla de tu responsabilidad histórica, nada dice, -ya que respeta tu persona y no quiere juzgarla- de tu responsabilidad moral. Pero de hecho –aunque sólo Dios juzga las conciencias- es verdad que cada uno debe hacerse cargo de sus actos, incluyendo el modo de pensar y sus consecuencias, y nos toca ahora en nuestro tiempo tener que iluminar y defender la dignidad de la persona en una cultura que se considera de avanzada.
Te cuento que las consecuencias de tu pensamiento han sido terribles.
En efecto, legitimado el supuesto derecho a obrar el mal para conseguir los fines que se pretenden, es bastante común que los que gobiernan, hagan caso omiso de su postura religiosa-moral y postulen la “bondad” -que es sólo aparente- de los despropósitos más grandes.
Y así en nuestra época con la excusa de defender los “derechos de las minorías” se legitima el crimen del aborto, la eutanasia, la esterilización y toda forma de discriminación de las personas.
A tal punto ha llegado el desvarío que mientras se mira con complacencia la matanza de los inocentes no nacidos, se penaliza la descuidada atención de los animales como sucede por ejemplo en el reino español.
Lamentablemente a esta “forma de hacer política” no escapan los que se dicen católicos, -muchos de ellos con formación superficial en lo que respecta a los principios morales- quienes dejando de lado las enseñanzas de la Iglesia a quien no quieren obedecer por ser dogmática, queman el incienso de la obsecuencia y de la obediencia debida ante el altar del “nuevo dogma del derecho al mal”.
Erradicado el bien en casi todos los ámbitos del obrar político, o por lo menos dejado de lado en aquellos aspectos que no concuerdan con los aires de renovación provenientes de las nuevas modas culturales, concluye el hombre obrando en contra de su propia naturaleza humana creada y orientada al obrar bueno como medio para su realización personal.
La coima, el chantaje, la violación de la intimidad de las personas, la permisividad del delito, la tolerancia en la violación de las leyes, la mentira, la compra de personas y de medios de difusión, el favoritismo, la entronización de los ineptos en la función pública, la distracción de los dineros públicos a favor de proyectos ideológicos y otros muchos males son la consecuencia de este nuevo derecho a hacer el mal o del vale todo -cuando de fines políticos se trate-, que vos nos has dejado como herencia.
No te enojés conmigo pero el hecho es que le has pegado un golpe mortal al hombre mismo desde tu concepción de que éste es malo por naturaleza, porque lo has despojado de toda posibilidad de elevarse -por la acción de Dios- de sus miserias, fruto del pecado de los orígenes.
Si en la acción política ha sido desalojada la ética, la metafísica y la teología, los intereses y necesidades de las mismas personas, -por las que debe velar la política- pasan a un segundo plano, sólo atendidas ante la fuerza del reclamo y de la protesta y no por el imperio de la justicia misma.
En “El Príncipe” vos hablás de los principados hereditarios, en los que el gobernante desciende por sucesión ordenada a través del tiempo.
Te cuento que en nuestro tiempo se ha implementado la original llamada “democracia hereditaria”.
Esta consiste en que los gobernantes se suceden a sí mismos por el proceso de la reelección acotada a cierto tiempo o la pretendida reelección permanente para el poder ejecutivo, y a la reelección contínua en lo que respecta a los integrantes del poder legislativo.
Y así no es de extrañar que un concejal sea después diputado o senador provincial, para luego escalar a nivel nacional, y esto a través de elecciones periódicas que permiten a una persona “actuar” en política durante mucho tiempo sin el recambio necesario de figuras que pueda enriquecer el ejercicio de la función legislativa con nuevos aportes. Para mal de males, si el elegido está caracterizado por la ineptitud o necesita acomodar a parientes o amigos como pago de favores, se apela a la “necesaria presencia de múltiples asesores” que no hacen más que oprimir el erario público con ingentes gastos.
Vos me dirás que en democracia es el pueblo soberano el que elige. Así es, pero una costumbre arraigada, como en la vieja República de Roma, es la de aplicar la vigencia del soborno.
¿Te sorprende esto? Me dirás que cómo es posible sobornar a los ciudadanos.
No te espantes, ya se han inventado nuevas formas de soborno. Así como se consigue que la gente asista a actos políticos públicos con el “incentivo” del dinero o de “paquetes turísticos”, se ilusiona a parte del pueblo con la entrega de bienes de consumo o promesas futuras -que pronto se olvidan- para conseguir el apoyo de las voluntades. Y así se hace carne aquello que “más vale pájaro en mano que cien volando”. Además, las “listas sábanas” que permiten detrás de figuras conocidas la introducción de los “colados advenedizos”, contribuyen a presentar un paquete más o menos atractivo y engañoso.
Gracias a Dios, poco a poco esto se va desdibujando –sin prisa, pero al fin algo es algo-, de manera que la gente comienza a pensar más en la responsabilidad que le atañe –y que grava sus conciencias por el resultado futuro- en la construcción de una sociedad más humana.
Te digo que en síntesis no puedo estar de acuerdo con vos acerca de la visión que tienes del fin de la política como la conquista y conservación del poder sin importar los medios para llegar al éxito.
Tu influjo ha sido decisivo en los siglos que siguieron a tu libro “El Príncipe”. Las guerras se han sucedido en el transcurso del tiempo, han aparecido ególatras como Hitler que no vacilaron en poner a su servicio todo un mecanismo de muerte que les permitiera alcanzar y mantener el poder. Los experimentos con seres humanos de la época hitleriana no sólo se mantienen y exacerban ahora, sino que llevaron a que la ciencia pretendiera alcanzar y conservar el poder sobre la misma persona humana, transformándola en objeto continuo de ensayo.
Es moneda corriente hoy en el pensamiento de muchos que la persona humana debe ser engañada, manipulada y sometida para alcanzar y mantener el poder.
La sociedad del consumo, la cultura del sólo placer, el delirio de querer vivir únicamente el momento, han llevado a la formación de ejércitos de cautivos que no piensan sino sólo en la satisfacción de sus impulsos más primitivos. La persona humana parece estar cada vez más lejos de la dignidad que Dios le ha dado.
Maritain explora la incoherencia de tu pensamiento cuando supones la necesaria presencia simultánea de la amoralidad total del gobernante para sus fines y la existencia de valores y creencias del pueblo para poder ser éste presa fácil del gobernante.
Y así afirma: “es imposible que el uso… de un arte de política enteramente inmoral, no produzca una progresiva disminución y degeneración de los valores y creencias morales en la vida humana común, una progresiva desintegración del tesoro heredado de estructuras estables y de costumbres ligadas con aquellas creencias, y finalmente una corrupción progresiva de la misma materia ética y social con la cual opera esa política supramoral”. No se necesita mucha observación de la cultura que nos rodea para caer en la cuenta de la verdad de éste análisis.
Pero he aquí que si se pierden éstas reservas morales de la población, se concluye con la destrucción del mismo “príncipe” que se ve acorralado por lo que él mismo sembró.
Si bien esta realidad golpea fuerte en el hoy que vivimos, como personas de fe sabemos que la vuelta al Señor de la historia hará posible un resurgimiento para la sociedad toda.
Para no cansarte, dejo para otra carta el analizar el verdadero fin de la política, pero quisiera terminar señalándote una debilidad particular -ya que no es la única-que presentas en tu libro.
Me refiero a la adulación en que caes de ciertos personajes especialmente los Médicis como Lorenzo de Médicis, hijo de Piero el Infortunado y nieto del gran Lorenzo el Magnífico.
. Es cierto que las frustraciones que te trajeron el retorno de los Médicis en Florencia, la cárcel y el abandono, te empujaron a tratar de rescatar las glorias perdidas.
Pero has de tener en cuenta que si el gobernante te ofrece algo a cambio de un favor que le has de conceder te está manifestando que esa es su particular forma de actuar cuando quiere conseguir algo que no tiene, o está diciéndote que te teme y trata de comprarte o cree que sos de la misma calaña que él permeable a las seducciones del poder.
Es necesario recordar siempre que la persona vale por lo que es no por lo que tiene y que es necesario no claudicar cuando de principios se trate, ya que “sic transit gloria mundi”, así pasa la gloria del mundo.
Tienes razón cuando insistes en que el gobernante debe rodearse de hombres prudentes y no por aduladores que se buscan a sí mismos, pero debo decirte que lamentablemente es común ver cómo el que ejerce el gobierno frecuentemente busca a quienes no le hagan sombra -que por cierto suelen ser ineptos-, quedando así al descubierto su propia necedad.
Por el contrario el gobernante prudente es aquel que elige como colaboradores suyos a los mejores, manifestando en esa elección no sólo su sabiduría para bien gobernar, sino su deseo de superarse en la conducción de gobierno preparando dignos sucesores para el futuro.
Si quieres conocer más sobre lo que pienso acerca del poder te remito a un tema muy evangélico que parte de la idea de que el poder es servicio y que ayuda a superar este pensamiento tuyo tan prescindente de la sabiduría de Dios. (“El precio del Poder”. Diario7. 25 de Septiembre de 2006).
Te dejo hasta la próxima, si Dios quiere y oro por ti.
Padre Ricardo
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