31 de enero de 2007

EL SILENCIO DE LOS INOCENTES


No apoyar a los césares que niegan a Dios lo que es de Dios, es una obligación.

1. La enseñanza perenne de Jesús

El domingo pasado, 16 de octubre de 2005, en todas las iglesias católicas del mundo resonaron las palabras de Jesús: “den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 15-21).
La sentencia de Jesús es la culminación de un intercambio de fuerzas con los fariseos y herodianos que buscaban del Señor una respuesta acorde con sus intereses.
Sea que estuviera de acuerdo con pagar el impuesto al emperador o no, Jesús estaba condenado de antemano por estos personajes.
Jesús acepta el desafío, y como enseña “con toda fidelidad el camino de Dios”, al decir de sus interlocutores, les da esta respuesta que ha quedado en el pensamiento permanente de todos los creyentes.
Su enseñanza acerca del orden temporal y la relación con la autoridad política ha quedado así plasmada en la doctrina social de la Iglesia (cf. Compendio de la DSI nºs 377-427).

2. Dar al César lo que es del César
¿Qué es dar al César lo que es del César? Ciertamente JESÚS quiere dar una enseñanza superadora de la mentalidad vigente en ese momento a través de la cual el hombre casi carecía de derechos, y sólo tenía deberes en relación con el emperador. Basta con tener en cuenta las persecuciones y expolios realizados por los Césares para advertir que su categoría de dioses, les hacía proceder a su antojo.
La divinización del César era muchas veces la coronación de sus locuras y extravagancias. Tentación ésta que siempre estuvo presente en el decurso de la historia humana. Basta con recordar a Hitler, para advertir que nadie escapa a la seducción del poder desmedido.
Cristo entonces deja ésta enseñanza de que al César, es decir a la autoridad política, le corresponde y en su medida, no la intimidad de las personas, ni su inteligencia, ni su voluntad libre, ni su utilización caprichosa sino aquel aporte económico, intelectual o social que a modo de contribución de los ciudadanos, y fruto de su desarrollo como personas, sea vehiculizado por la autoridad para el crecimiento de la sociedad civil toda.

3. La Responsabilidad del “César”
Por lo tanto, el bien común ha de ser la meta de toda potestad política.
Bien común que no es la sumatoria de bienes particulares, sino “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”( Compendio de la DSI nº164) o sea, la creación de aquellos espacios que contribuyan al desarrollo de la persona humana en todos sus aspectos.
Y así, por ejemplo, trabajar por el bien común será potenciar los talleres de Laguna Paiva (Santa Fe) u otros lugares de la Argentina, para la construcción de vagones y locomotoras, y no dilapidar los fondos públicos en comprar esos mismos elementos en desuso a España para satisfacer a su gobierno de turno.
Potenciando lo que tenemos, creamos fuentes de trabajo y permitimos que el hombre argentino ponga a disposición de todos el fruto de su trabajo e ingenio.
Posibilitar estos u otros emprendimientos, como por ejemplo exportar materia prima con valor agregado y no simplemente la materia prima para que otros nos la devuelvan con ese valor agregado, es tarea inteligente de la autoridad política que devuelve al pueblo lo que éste ha entregado.
Y así advertimos que “dar al César” implica una relación bilateral en la que el ciudadano entrega algo de sí a la autoridad, realizando la justicia legal, para que ésta ejerza lo más equitativamente posible la justicia distributiva, en el marco de la justicia social.

4. Dar a Dios lo que es de Dios
Pero ¿cómo vivimos “dar a Dios lo que es de Dios?. La pregunta es de capital importancia sobre todo si nos atenemos al texto bíblico que sólo menciona el dato de la presentación de un denario y lo que de la vista de la figura e inscripción, Jesús señala.
Es decir, ¿qué figura estaba viendo Jesús para indicar la relación con Dios?
En rigor tenía ante sí las “figuras” de sus interlocutores y la “inscripción” de ser cada uno de ellos “imagen y semejanza de Dios” (cf. Génesis 1,26 y 27).
Esta verdad creatural nos hace ver en seguida que la soberanía de Dios está por encima de todos y de todo.
A Dios le corresponde todo lo nuestro, en especial la obsequiosa entrega de nuestra libertad y obediencia, la vivencia de su ley inscrita en nuestros corazones, la ofrenda de una conciencia que busca siempre el bien.
De este modo la vida del hombre se convierte en un culto agradable a Dios por el que se dignifica el trabajar por ser como aquel del que se es imagen y semejanza.
Se vivirá entonces buscando la voluntad de Dios en cada decisión , ejercicio éste de la verdadera prudencia del espíritu.

5. Posibilidad de vivir ambos aspectos
La enseñanza de Jesús tiende a unificar nuestra vida, lejos de toda dispersión centrífuga de criterios y fuerzas.
Es por eso que la afirmación “den al césar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, es un imperativo a realizar en nuestra existencia cotidiana no como igualando la importancia de ambas por estar en un mismo plano afirmativo, sino estableciendo un orden superior en el dar a Dios lo que es de El, es decir dándose a El por encima de todo y desde allí iluminar nuestra conducta en el orden temporal.

6. La colisión de ambos imperativos
La vida del hombre no suele ser lineal, es por eso que no pocas veces surgen inconvenientes para asumir ambos mandatos del Señor, sobre todo cuando se ignora y hasta se desprecia la vida y dignidad de las personas, como en la actualidad.
Se trata del silencio de los inocentes que cada vez se hace más elocuente y ruidoso porque piden “den a Dios lo que es de Dios”.
Y así el “silencio de los inocentes” niños que se desean abortar clama que nosotros nos acordemos de ellos.
El silencio de los inocentes encarnado en tantas familias que aspiran a que los gobernantes breguen por crear políticas de estado que las favorezcan, reconociendo el designio creador de Dios del matrimonio constituido por un varón y una mujer.
El silencio de los inocentes de tantos jóvenes que aspiran al matrimonio sin posibilidades de concretar un proyecto de vida, porque están en el olvido de la memoria política.
El silencio de los inocentes de los que carecen de trabajo y vivienda digna para crecer como personas.
El silencio de los inocentes que nunca son escuchados por una sociedad cada vez más encerrada en sí misma.
El silencio de los inocentes ancianos y enfermos que se alimentan de las migajas que caen de las mesas de los epulones de turno y que miran resignados la amenaza de la eutanasia.
El silencio de los inocentes jóvenes a quienes se les destruye el futuro por la prédica constante del consumismo, el sexo libre, la vida fácil y el odio a la vida digna como personas.
El silencio de los inocentes de tantos pobres utilizados permanentemente manteniendo su estado de marginalidad para que no aprendan a reclamar lo que les corresponde en una justa distribución de las riquezas, consolándolos con las dádivas del clientelismo.
En fin, un cúmulo de males por los que el hombre tiene la certeza de que el César está ausente, y reconoce que sólo le queda el Dios hecho hombre, a quien recurre permanentemente a través de su Madre Santísima y de tantos Santos que lo son, porque vieron en los sufrimientos de sus hermanos el rostro sufriente del crucificado.
Y como el César – aún los que se dicen católicos- muchas veces no está dispuesto a dar a Dios lo que es de Dios, esto es, no da a sus semejantes lo que es de ellos, es que surge el imperativo divino para el bautizado, de defender los valores y la dignidad de la persona.

7. La actitud profética de los bautizados
Dentro de pocos días habrá elecciones. Ello nos obliga a otear el horizonte político para asumir actitudes que contribuyan a cambiar este estado de cosas.
No apoyar a los césares que niegan a Dios lo que es de Dios, es una obligación.
No apoyar a los que implementan políticas contra la vida, o que cercenan las facultades de la vida, es un imperativo.
No apoyar a los que carecen de políticas favorables al ser humano, es un llamado.
Pero también se nos interpela para que nos animemos a trabajar por un mundo nuevo, que es posible siempre.
Los santos nos dejan siempre un ejemplo precioso para imitar.
Santo Tomás Moro, elegido por Juan Pablo II como patrono de los políticos, nos deja un hermoso legado.
El fue el hombre de los dos reinos.
Fiel a su rey en todo lo que éste reclamaba justamente, trabajó siempre con respeto a la autoridad política.
Como Canciller defendió el derecho del rey, pero también el de los pequeños de este mundo.
Pero cuando estuvo en juego la soberanía de Dios y el reconocimiento de su Iglesia, entendió que debía dar a Dios lo que es de Dios, señalando que en ésta fidelidad, daba también al César lo que era de él, ya que le mostraba que la autoridad debía también someterse a su creador.
Mientras que la conciencia del rey era “autónoma en su juicio” y “creadora” de nuevos conceptos morales por los que acomodaba a sus gustos y caprichos la capacidad de discernir, Tomás Moro era fiel a su conciencia íntimamente ligada a la ley de Dios.
Y así vivió que “el ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las autoridades civiles si éstas son contrarias a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de la persona o a las enseñanzas del Evangelio” (Compendio de la DSI, nº 399)
Asimiló el alcance de las palabras del Apóstol Pedro:”Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos.5,29).
Llevando a su máximo las palabras exigentes del Apóstol Pablo :”Dios nos encontró dignos de confiarnos la Buena Noticia, y nosotros la predicamos procurando agradar no a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones” (I Tes. 2,4), entregó su vida por la causa justa de la fidelidad a Dios diciendo ya en el cadalso a la gente allí reunida, que el moría como “el buen servidor del rey, pero primero Dios”.

8. Edmund Burke (1729-1797)
Me parece conveniente destacar, terminando ya este prolongado artículo, una figura interesante que –aunque no necesariamente compartamos totalmente su visión de las cosas- entendió lo que es servir a la autoridad política, a la cual había que ponerle límites, y a Dios.
Me refiero a Edmund Burke nacido en Dublín, Irlanda, de padre anglicano y madre católica que se destacó en la actividad política desde el parlamento inglés de su tiempo.
Oigamos lo que nos dice Marco Respinti:
“Gran parte de la actividad pública burkiana trascurrió en defender de un lado a la Iglesia anglicana de los ataques de los "libres pensadores" y de los reformistas protestantes radicales, de otro a los católicos y a los disidentes protestantes, agraviados en sus derechos por la política absolutista del gobierno londinés. La razón de esta acción política no es un concepto "latitudinario" de la libertad religiosa, sino más bien una visión de conjunto de la naturaleza humana y de las relaciones entre el Estado, los cuerpos sociales intermedios y los individuos amenazados por el absolutismo moderno. Objetivo de Burke es garantizar iguales derechos a todos los súbditos británicos, dondequiera que se encuentren y cualquiera que sea la fe religiosa que profesen: derechos concretos, adquiridos historicamente en virtud de la secular tradición constitucional y consuetudinaria británica - los "beneficios" -, y - a partir del 1789 francés y no por azar en áspera polémica, entre otras cosas, con las "libertades inglesas" - contrapuestas a las abstracciones iluministas y racionalistas de la Ley y del "derecho nuevo".
El centro de la filosofía política burkiana es, de hecho, la defensa del ethos clásico-cristiano, fundamento de la normatividad que el pensador adivina en las tradiciones jurídicas y culturales de su país, parte de la "sociedad de las naciones" cristianas europeas. La relación burkiana entre derecho natural moral e instituciones civiles, entiende estas últimas como intento histórico de encarnar el primero, según una lógica que une moral personal y moral social. La "filosofía del prejuicio" - esto es, de la tradición y de la costumbre histórica - es la gran baza del common sense británico burkiano.
Elocuentes son aquellas palabras que pronunció con convicción:” lo único que se necesita para que el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada”.


(*) Cngo Prof. Ricardo B. Mazza
Profesor titular de Teología Moral en la UCSF
Director del Centro de Estudios Políticos y Sociales “Santo Tomás Moro”

moristasantafe@yahoo.com.ar

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