2 de julio de 2009

En la tempestad, el Señor nos protege


“Un cambio en el timón de la política que no esté acompañado de una verdadera conversión del corazón de todos, resultará un mero maquillaje que traerá tempestades más crueles, ya que “se recoge lo que se siembra”.

1.-El infortunio de Job y la Providencia de Dios.
El libro de Job evoca al hombre que padece adversidades a pesar de su buena conducta y fidelidad a Dios.
Job pierde a sus hijos y fortuna, y él mismo es herido por la enfermedad.
Tres de sus amigos van a consolarlo, y es en ese encuentro cuando surge de Job el clamor del hombre que se ve enfrentado por el enigma del sufrimiento y el silencio de Dios. De ahí su constante apelación a un pleito con Él para probar su inocencia.
Hasta su mujer, cansada de advertir su fidelidad a Dios, le dice: “maldice a Dios y muere de una vez” (Job. 2,9).
Pero Job se mantiene unido a Dios a pesar de las pruebas, ya que “El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó” (Job. 1,21), y aunque no entiende lo que le sucede, conserva una conducta enclavada en la fe a su Creador.
Y Dios le enseña que el hombre no puede pedirle cuentas por su obrar, dada su pequeñez ante su omnipotencia, a que no estuvo presente cuando hizo todas las cosas, y porque ha demostrado a lo largo de la historia humana cuánto ama a su criatura predilecta.
De allí que proclame que el mal está acotado en los límites que Él le ha impuesto. Y lo hace a través de la figura del mar, - ámbito de las fuerzas del mal- ceñido para que no avance sobre tierra firme.

2.-La tempestad calmada por el Señor y la vacilación de los apóstoles
En el Nuevo testamento Dios se humaniza aún más, ya que no habla desde la tormenta, sino en Jesucristo que domina el mar y todos los elementos.
Y así, el Dios victorioso sobre las fuerzas del maligno, se revela de un modo nuevo en el Evangelio que proclamamos.
Ha terminado un día en el que el Señor realizó muchas curaciones, expulsó demonios, escuchó el dolor de muchos corazones quebrantados. Sube a la barca, descansa en el cabezal de la popa, y se queda dormido.
Mientras tanto la tempestad furiosa azota la barca, hasta tal punto que las aguas la invaden con el peligro subsiguiente de que ésta naufrague.
Los apóstoles están aterrorizados, no sólo por la tormenta en medio del mar, sino también por las fuerzas malignas que lo habitan, -según el pensamiento de la época-, además de la posible existencia de seres monstruosos, en fin, todo un mundo tenebroso.
Y se acercan a Cristo dormido presurosos porque están a punto de ahogarse, de perecer.
Por un lado, con sus palabras están reconociendo el poder de Jesús para cambiar la situación, por el otro, ante el actuar del Maestro, exclaman “¿Quién es éste que hasta el mar y el viento le obedecen?”
Sucede así también con frecuencia en nuestro mundo cuando el contradictorio corazón humano reconoce la potestad divina, pero también la niega. Somos así de cambiante los seres humanos.
A pesar de ello Jesús siempre nos deja signos de salvación como en esta situación en que se manifiesta como Dios. No invoca al Padre para que intervenga, sino que Él mismo impera sobre el viento y el fragor de la tormenta diciendo: “Cállate”, calmando las aguas procelosas.
Está diciendo: “Soy Dios, estoy por encima de todo acontecimiento. Tengo dominio absoluto sobre las fuerzas de la naturaleza, creaturas mías al fin y al cabo. Solamente no detento esa autoridad –porque así lo quiero-sobre la libertad humana, ya que al hombre quiero atraerlo con los lazos del amor para que actúe libremente hacia el bien”.
El Señor, llega, en efecto, hasta la puerta de la libertad humana, porque a nadie le impone su presencia, y espera que vayamos a su encuentro.
De allí la importancia de lo que decía San Pablo en la segunda lectura de esta liturgia dominical, de que si hemos muerto con Cristo, renacidos en Él y por Él, somos nuevas creaturas con un estilo de vida diferente.
Por eso les dice a los apóstoles “¿Por qué tienen miedo?”, como preguntándoles, ¿por qué hacen tanto alboroto, esa gritería, esa angustia desconfiada por el actuar de la Providencia divina?
Enseguida señala cuál es la causa de todo esto: “¿Cómo que no tienen fe?”
Precisa de esa manera la condición humana por la que profesamos la fe en Cristo hecho hombre cuando las aguas están calmas, pero ante la tempestad se da curso a la desesperación.
Esto sucede porque el ser humano no ha puesto su seguridad en Dios, por más que proclame la fe en Él, sino que busca afirmarse en sí mismo, y descubre lo que en realidad es en los momentos de la tempestad.

3.-En la tempestad de Argentina, Cristo está presente.
¿Quién no tiene problemas y dificultades en la vida cotidiana?
Estamos a unos días de las elecciones y estamos sumidos en medio de una tempestad en la que la barca de la Patria hace agua con prisa y sin pausa.
Tenemos que soportar males y deshonestidades de todo tipo.
Y también en esta situación angustiosa al ver que zozobramos, el Señor nos dice: “¿Cómo que no tiene fe? ¿Por qué tienen miedo? “
Es cierto que en las vicisitudes que tenemos que afrontar no depende todo de Jesús, ya que en las crisis no solamente la gracia y ayuda de Dios se necesita, sino que es obligatoria la respuesta del hombre.
Hemos de confiar en el Señor y saber que Él desde el cielo observa las peleas de los políticos, los insultos, las artimañas para ganar una elección, y se ríe a mandíbula batiente exclamando:”Soy yo el Señor de la historia”, y nos recuerda lo que enseña el salmo para que lo repitamos confiadamente: “¡Levántate Señor! ¡Sálvame, Dios mío! Tú golpeas en la mejilla a mis enemigos y rompes los dientes de los malvados. ¡En Ti, Señor, está la salvación, y tu bendición sobre el pueblo!” (Salmo 3,8 y 9).
En medio de las dificultades y de males de todo tipo, cuando parece que todo se hunde y que no queda otra que repetir lo de la mujer de Job “maldice a Dios y muere de una vez”, debe surgir la serenidad y poner nuestra seguridad en el Señor sabiendo que cambiará la historia pero no por arte de magia sino en la medida en que seamos instrumentos de ese cambio en nuestra Patria.
Si la Argentina no muda de aires, si no se convierte a Dios, si no pone su existencia bajo una luz diferente donde abunde la nobleza, la honestidad, la verdad, la justicia en todos los campos, será imposible avanzar y construir una sociedad totalmente distinta.
Debemos ir al encuentro del Señor, escuchar qué nos dice, y seguramente nos impulsará a buscar siempre el bien.
Un cambio en el timón de la política que no esté acompañado de una verdadera conversión del corazón de todos, resultará un mero maquillaje que traerá tempestades más crueles, ya que “se recoge lo que se siembra; el que siembra para satisfacer su carne, de la carne recogerá sólo la corrupción; y el que siembra según el espíritu, del espíritu recogerá la Vida eterna” (Gálatas 6, 7 y 8).

4.- La tempestad en la Iglesia, y la seguridad en Cristo.

Esta barca que avanza en medio de la tempestad es también imagen de la Iglesia de Cristo, la cual navega en este mundo y por la historia humana en medio del mal, de ese mar que le es hostil tanto desde fuera con el viento y la tempestad de los servidores del maligno, como desde dentro invadida por el agua de la falta de testimonio de los bautizados que amenaza con hundirla, cuando falta la unión plena con Cristo.
Pero a pesar de todo tenemos la seguridad de la presencia del Señor.
“No teman”, -nos dice, “¿Cómo es que no tienen fe?” Aunque parezca que todo se hunde, allí está el Señor para impedirlo.
Hoy también recordamos a los padres en su día. A ellos se los invita a ser timoneles de una barca muy especial, la de la familia.
La familia también hoy está convulsionada por la falta de trabajo, de vivienda, de salarios dignos, de educación en la verdad, de atención en la salud o en la seguridad.
La familia muchas veces es bombardeada desde dentro, haciendo agua, por la desunión reinante entre padres e hijos, disoluciones matrimoniales, la falta de transmisión de la fe y de vivir desde la misma los distintos acontecimientos.
Y en esta familia así vapuleada quiere entrar también Jesús, y le dice “no tengan miedo”. A través de la figura del padre terreno, Jesús se hace presente, como cabeza que es del Cuerpo místico de la Iglesia.
Pidamos por lo tanto también por los padres para que puedan guiar firmemente a su familia, la barca que se les ha confiado.
Imploremos al Padre de todos nos de su gracia para vivir siempre según el evangelio de la verdad.


Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS Santo Tomás Moro”. Reflexiones sobre los textos de la liturgia del domingo 12 durante el año (ciclo “B”): Job.38, 1.8-11; 2 Cor.5, 14-17 y Marcos 4,35-41. 21 de junio de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-

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