10 de julio de 2009

Talitá Kum: ”¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!”


Es necesario “que nos ocupemos por transmitir y afianzar la cultura de la vida, ya que ésta es fruto del amor que procede de Dios, mientras que la cultura de la muerte es causada por el odio a la persona, y también al mismo Creador”.

El domingo pasado proclamado el texto de Job consideramos cómo aparecía en el horizonte del hombre el misterio del dolor y la presencia del mal que inquietaba y angustiaba, sin que se advirtiera una respuesta inmediata a la problemática.
Decíamos que en la persona de Jesús y su obrar para con la humanidad doliente, encontrábamos una respuesta a interrogantes tan profundos.
En la liturgia de este día descubrimos algunas pistas que nos pueden ayudar a comprender esta temática, ya que el libro de la Sabiduría, uno de los más cercanos al Nuevo Testamento, nos enseña que la muerte es consecuencia del pecado, ya que Dios ha creado todas las cosas de una manera perfecta, para que existan, prolongando de esa manera la visión del libro del Génesis: “Y vio Dios que todo era bueno”.
La muerte, en efecto, no entraba en los designios de Dios. Fue la envidia del demonio y las malas obras del hombre, lo que causa la herida de la muerte en todo el orden creado.
El pecado del hombre, tentado por el espíritu del mal, abre las puertas de este mundo a la muerte, esa muerte que muchas veces para el que no tiene fe es lo último de la existencia y que lleva a un pesimismo tal al no encontrar un más allá que le pueda dar sentido al hombre.
La Sagrada Escritura señala que la muerte no proviene de la voluntad de Dios, ya que es el Señor de la vida, y en ese contexto el hombre ha sido creado para la inmortalidad, siendo la resurrección -posible gracias a la muerte y resurrección de Cristo- un anticipo de ella.
En el texto del evangelio proclamado hoy aparece con mucha claridad el tema de la vida, de la cultura de la vida, de la cual tanto ha hablado el papa Juan Pablo II.
El Pontífice ha recomendado que como bautizados trabajemos por este ideal nobilísimo, teniendo en cuenta que estamos acosados por la llamada cultura de la muerte.
De allí la necesidad de mirar a Cristo, el cual desde el comienzo de su estada entre nosotros, señala cuánto le importa la vida del hombre.
A través de gestos y de palabras está junto a la muchedumbre, y así lo percibe el jefe de la sinagoga, Jairo, quien se acerca para decirle “mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva”.
Y “Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados” (Marcos 5, 23 y 24).
Pero es en ese caminar, en ese ir andando junto a la humanidad doliente, representada por la multitud, cuando una mujer que padece hemorragias, toca el manto del Señor.
Uno se pregunta, ¿por qué la actitud de esta mujer, que toca el manto a escondidas? Es que de acuerdo al pensamiento judío la hemorragia hacía impura a la persona –legalmente hablando-, y por lo tanto se consideraba como una manera de exclusión de la misma comunidad (Lev.15, 25-27).
Esta mujer se acerca al Señor con temor pero también con confianza en que podía ser curada.
Al ser curada, Jesús se da cuenta de lo que había acontecido y pregunta, ¿quién me ha tocado?, ante la lógica sorpresa de los discípulos ya que estaba apretujado por todas partes.
Pero es que Jesús sabe que se trata no de un contacto cualquiera sino de alguien que lo hizo con fe. Por eso, la mujer se presenta ante Jesús reconociendo lo que ha hecho, y Él tiene una respuesta hermosísima: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad” (v.34).
Al afirmar que “Tu fe te ha salvado”, le está diciendo “Me interesa que te reencuentres con la verdad, con el Salvador. Tu fe te ha dado vida, te ha reconstituido interiormente, y para que veas que esto es así, cúrate de tu enfermedad”.
La curación de la mujer será signo de una sanación más profunda, pero también resulta en el marco del texto bíblico un anticipo de que Jesús puede hacer cosas aún mayores manifestándose como el Señor de la vida, como aquél que viene a vencer la muerte, y que anuncia la verdad de “Yo soy la resurrección y la vida, el que crea en mí, aunque muera vivirá”.
Y este es el mensaje que Jesús quiere transmitir a la familia de Jairo ante su hija muerta: “No temas, basta que creas”.
Jesús se dirige a la casa de Jairo y nos recuerda cuando en una oportunidad va a la casa de su amigo Lázaro, también muerto, para volverlo a la vida.
En lo de Jairo se encuentra con gente que se ríe de Él cuando afirma que la niña no está muerta sino que duerme. Aquellos que no creen en la vida, que Jesús sea la resurrección y la vida, es la muerte el cerrojo de la existencia humana, y están cerrados a descubrir un mensaje diferente, el de la vida más allá de la muerte física, que se traduce en un encuentro con el Dios Eterno.
Jesús despide a toda la gente, se queda con los padres de la niña y con los tres discípulos que lo acompañan: Pedro, Juan y Santiago.
No puede realizar este gesto de la resurrección en medio de los incrédulos, de aquellos que se dan por vencidos ante cualquier dificultad.
Y con el Talita kum, “niña, yo te lo ordeno, levántate”, Jesús muestra una vez más que es el señor de la vida.
Queridos hermano: el Señor nos deja una enseñanza hermosa, el que nos ocupemos por transmitir y afianzar la cultura de la vida, ya que ésta es fruto del amor que procede de Dios, mientras que la cultura de la muerte es causada por el odio a la persona, y también al mismo Creador.
En nuestra Patria, como en muchas partes del mundo, nos estamos nutriendo por la cultura de la muerte en la violencia cada vez más salvaje, en las muertes causadas por la inseguridad, en el descuido y desprecio por la salud de los ciudadanos, en la promoción del aborto encubierto y la anticoncepción más brutal, en la falta de trabajo y digna vida para los más débiles, y un cúmulo de acciones que vulneran el corazón humano.
Jesús, en cambio, señala que es el Señor de la vida, y que el pecado es el que introdujo la muerte y tantos males entre nosotros.
Este modo de pensar entre nosotros prolonga y aumenta la cultura de la muerte originada en la desobediencia del hombre.
Lo vemos hoy presente en nuestro país, por ejemplo, en la despreocupación primero ante el dengue, que sigue latente esperando por un nuevo zarpazo, ahora la gripe porcina, mientras que carecemos de una verdadera política sanitaria que atienda a los más débiles.
¿Cómo es posible vencer a las enfermedades cuando miles de argentinos se ven privados de agua potable, vivienda digna y alimentación adecuada? Estas injusticias todavía latentes entre nosotros claman ante Dios una solución perentoria.
¡Trabajar por la cultura de la vida es defender todo aquello que dignifica y eleva al ser humano en todos los órdenes de su existencia!
En la segunda lectura que recién proclamamos encontramos un gesto hermoso al respecto (2 Cor. 8,7-9.13-15) cuando el apóstol les dice a los cristianos de Corinto que sean generosos en la colecta que está realizando a favor de los pobres de Jerusalén.
Como Cristo a quien ustedes sirven -les enseña-, siendo rico se hizo pobre y ha sido generoso con cada uno por medio del don de la salvación, también nosotros hemos de compartir con los que más necesitan.
Los griegos –para quienes establecer cierta igualdad era condición de amistad- entendieron las palabras de Pablo “la abundancia de ustedes remedia la falta que ellos tienen; y un día la abundancia de ellos remediará la de ustedes” pasando así a la vivencia de la fraternidad cristiana.
Este es un gesto concreto –el compartir los bienes que nos han sido dados- a favor de la cultura de la vida, ya que al no cerrarse el hombre en sí mismo, se abre a las necesidades del otro y se engrandece por su sintonía con el plan de Dios sobre nosotros.
Hermanos: acudamos al que es la resurrección y la vida y pidámosle que nos ilumine para que en nuestro andar cotidiano trabajemos para la vida desechando todo lo que es sinónimo de muerte, odio, guerra, injusticias, faltas de caridad, desprecio por el otro, en fin, todo lo que no nos identifica con las enseñanzas del evangelio.
Padre Ricardo B. Mazza. Homilía en torno a los textos del domingo XIII durante el año. Ciclo “B”. 28 de junio de 2009. Sab. 1,13-15 y 2,23-25; II Cor. 8, 7-9.13-15; Marcos 5, 21-43.-ribamazza@gmail.com; www.nuevoencuentro.com/provida; http://ricardomazza.blogspot.com.-

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