"Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada." Edmund Burke
12 de julio de 2009
“Sabrán que hay un profeta en Israel”
1.-La relación borrascosa entre Dios y el hombre.
Siempre la relación entre Dios y el hombre en el transcurso del tiempo ha sido tormentosa. Por un lado, Dios busca permanentemente al ser humano como creatura predilecta suya para darle lo mejor de Sí, y por el otro lado las frecuentes infidelidades del hombre.
Estas infidelidades, que como su nombre lo indica, se traducen en la falta de fe que se prolonga en el obrar de todos los días.
Difícilmente alguien puede obrar el bien si no están sus acciones iluminadas por la fe en el Señor.
Los textos bíblicos de la liturgia dominical de este día nos muestran este drama del pasado, del presente y quizás del futuro en lo que se refiere a la relación entre Dios y el hombre, es decir, el Creador que busca al ser humano que se empecina en no escucharlo.
Y así buceando en estos textos percibimos que el eje temático transcurre entre la falta de fe del hombre y la persistencia de Dios que lo busca.
En la profecía de Ezequiel se afirma como realidad de este trato, “sea que te escuchen, sea que no te escuchen sabrán que hay un profeta en Israel”.
La falta de fe y la búsqueda de Dios la encontramos también en la segunda lectura cuando el Apóstol Pablo dice “Cuando soy débil, soy fuerte”.
Y la tercera comprobación de este disloque relacional Dios-hombre la percibimos también presente en el texto del evangelio cuando afirma que Jesús era motivo de escándalo, y que Éste se admiraba de la falta de fe.
En los tres textos encontramos elementos comunes a pesar de la distancia histórica en la que se ubican.
2.-Sabrán que hay un profeta en Israel.
Y así en el Antiguo Testamento, Dios le encomienda al profeta Ezequiel que marche al encuentro del pueblo y que anuncie cuáles son las consecuencias de sus pecados. Y he aquí que ante la omnipotencia del Dios que envía aparece la debilidad del hombre enviado. Dios llama a Ezequiel hijo de hombre, para indicar justamente su debilidad, sus limitaciones, su poca cosa. Y es el mismo profeta quien señala que el espíritu de Dios entró en su corazón y lo transformó.
Cuando Dios lo envía al pueblo, - uniendo así la debilidad humana del profeta y la fuerza de Dios transmitida por el espíritu-, con la orden perentoria de anunciar el mensaje divino, es consciente que se encontrará con un Israel endurecido, testarudo, que no entiende o no quiere entender el significado de los signos de la bondad divina, y no se decide a entrar por el camino de la alabanza a Dios y de su propia felicidad.
El profeta al decir sí al proyecto divino, se coloca en un camino de soledad y sufrimiento sabiendo que sólo Yahvé es su fuerza, máxime cuando escucha el anuncio de su fracaso en la afirmación de “sea que te escuchen, sea que no te escuchen, sabrán que hay un profeta en Israel”.
3.- Cuando soy débil, soy fuerte.
En la segunda carta de San Pablo a los Corintios (12,7-10) aparece nuevamente la debilidad del que anuncia la Palabra. Esta vez es Pablo, el cual dirá que “para que no me envanezca tengo una espina clavada en mi carne”. No se sabe bien qué tenía, probablemente es una enfermedad crónica, molesta, con ataques agudos, quizás de la vista, un estorbo a su misión apostólica, que lo lleva a suplicar por tres veces a Dios que lo libre de esta espina, y por tres veces, Dios le contesta “Te basta mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad”.
Se repite de nuevo la experiencia de Ezequiel, el hombre débil, poca cosa para la misión que se le ha encomendado, y la gracia de Dios presente con esta promesa de “Te basta mi gracia” sale al cruce de todos sus temores, y lo envía al encuentro de los paganos para llevar el evangelio.
El mismo Pablo reconoce la debilidad que sufre de afuera, “insultos, privaciones, y las dificultades sufridas por Cristo” reconociendo el poder de Dios al exclamar “Cuando soy débil, soy fuerte”.
Es una experiencia propia del ser humano que vive de la fe y que asciende continuamente a las alturas de la intimidad con Dios, el conocer que cuanto más débil nos percibimos en las diversas dificultades, la unión con el Señor y su fuerza, nos lleva a superar todo.
“Cuando soy débil, soy fuerte” porque es Dios el que impide que caiga bajo la opresión de esa debilidad.
4.-Se extrañó de su falta de fe.
En el evangelio nos encontramos con el mismo cuadro. La debilidad de Cristo que consiste en no poder entrar en el corazón de sus conciudadanos de Nazaret. Se dirige a su tierra y allí no es recibido.
A pesar de que en la sinagoga explica las escrituras y se reconoce que lo hace con sabiduría y hace milagros, enseguida brota la duda, y el desprecio por Él: “¿No es éste el carpintero, el hijo de María? ……. ¿y sus hermanas no viven con nosotros aquí?”. Como diciendo, acá nos conocemos todos, qué viene éste a presentarse como un ser especial.
Esta consideración sobre Cristo lo muestra al Señor en su debilidad, la debilidad de la carne, de la familia, de provenir de esta localidad. Y Esto hace que Jesús se convierta en motivo de escándalo.
Escándalo etimológicamente significa piedra de tropiezo.
Escandalizo cuando pongo en el camino de la vida de otro algo que lo hace caer en el pecado, cuando arrastro a otra persona a hacer el mal, y lo conduzco con ello a la ruina de su alma.
Según esto, ¿cómo puede ser Cristo escándalo, piedra de tropiezo? Porque aquellos que se encuentran con Él tropiezan “con la verdad que no reconocen” y se endurecen en su falta de fe.
No es que Cristo ponga obstáculo alguno en el camino hacia el bien de los habitantes de Nazaret, sino que al vivir en el pecado por la falta de fe, tropiezan con la Verdad que es Él, y al no reconocerlo se endurecen más en su proceder inicuo. Por eso Jesús se admira por la falta de fe.
Es lo que sucede a los que viven en las tinieblas, y que ante quien vive en la luz, en lugar de convertirse, se endurecen más en su mal proceder.
¿Cuál es la consecuencia de la falta de fe? La obstinación del corazón que impide el obrar de Cristo, por eso dice el texto del evangelio “que no pudo hacer allí ningún milagro salvo algunas curaciones, imponiendo las manos” a los pocos que creían.
Las acciones de Cristo suponen siempre la fe como en la curación de la mujer que padecía hemorragia y la resurrección de la hija de Jairo.
El milagro no es un acontecimiento a través del cual Cristo quiere apabullar a todo el mundo con su divinidad, sino que es la respuesta a la fe de aquella persona que se acerca a Él.
Y esto acontece a menudo en nuestra vida. ¡Cuántas veces se escuchan los lamentos del hombre ante un Dios que parece ausente, lejano, como sin importarle nada de lo que sucede a los demás, que no actúa, que no concede lo que pedimos, que no soluciona los problemas!
No se percibe que Dios no puede actuar ante la falta de fe, cuando el corazón del hombre se bloquea más en su postura, en su pecado, y no abre su corazón a la gracia sanante del Señor.
5.-La Iglesia en su soledad, testigo de la benevolencia de Dios.
El obrar de la Iglesia se caracteriza como en Ezequiel, como en Pablo, como en Jesús, por la debilidad propia de todos los bautizados que somos pecadores, pero que al mismo tiempo goza como Ezequiel, Pablo y Jesús, de la gracia de lo alto para ir al encuentro del hombre de todos los tiempos y llevar el Evangelio de la Salvación.
La Iglesia, es decir, cada bautizado, siguiendo el designio salvífico de Dios, no debe hacerse ilusiones de recibir aplausos, sino que la mayor parte de las veces cosechará rechazos, como Ezequiel, como Pablo, como Jesús.
Como Ezequiel por perturbar la “tranquilidad” de las costumbres erráticas del pueblo elegido, como Pablo por recriminar los procederes de los paganos, como Jesús por recordar la vocación que el pueblo ha recibido desde el principio.
Como se minimiza y desprecia el mensaje de Ezequiel, de Pablo y de Jesús, se mengua el mensaje de la Iglesia, la que a pesar de nuestras debilidades y pecados sigue teniendo la fuerza de Dios para llevar este mensaje.
Aunque sea criticada porque defiende la vida y la dignidad de toda persona humana a despecho del mundo, lo significativo es que sea testigo de quien la envía aún no siendo escuchada, ya que “sea que te escuchen, sea que no te escuchen sabrán que hay un profeta en Israel” (Ezeq.2, 2-5).
Si la presencia de la Iglesia fuera agradable a todos ya habría perdido la capacidad de ser sal y luz del mundo. Para cumplir con la misión de Cristo, tiene que ser profeta molesto e interpelar con su presencia.
La Iglesia como Pablo debe experimentar “cuando soy débil, soy fuerte”. Cuando más débil se presenta por el pecado de sus miembros, más clara es la fuerza de Dios. Por otra parte es más fácil tomarse de la debilidad que de la fortaleza, que es el signo manifiesto de la presencia del Señor.
Y Jesús sigue prolongándose en la misión de la Iglesia reclamando que vayamos al encuentro del hombre de hoy, aún sabiendo que hallaremos corazones endurecidos en los distintos ámbitos de la vida humana.
¡Cuántas personas reciben un sinnúmero de sinsabores en la vida, y sin embargo siguen con sus planes, con sus proyectos puramente humanos en los que no está presente el Señor, pensando que todo lo pueden!
Sucede lo que recuerda la Escritura que “Dios ciega a los que quiere perder”, es decir, a los que rechazan la luz de un modo habitual al no mirar más allá de sus fronteras personales, y así no hacen más que juntar carbones encendidos sobre sus cabezas.
Invitados a acercarnos al Señor como Ezequiel y Pablo, reconociendo que cuando somos débiles, somos fuertes, llevemos a todos el evangelio con la fuerza que Dios nos ha entregado por el bautismo.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de “San Juan Bautista”, Santa Fe de la Vera Cruz. Homilía en torno a los textos de la liturgia del domingo XIV “per annum”. Ciclo “B” (Ezequiel. 2,2-5; II Cor.12, 7-10; Mc.6, 1-6). 05 de Julio de 2009. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-
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