"Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada." Edmund Burke
1 de julio de 2009
“Señor, Tú sabes que te quiero”.
Esta condición de grandeza está al alcance de cada uno, con la fuerza que viene de lo alto.
Todo depende que ante ese Señor de la historia que nos dice a cada uno en lo más secreto del corazón “¿me amas?”, le sepamos responder, “Tú sabes que te quiero”.
Estamos celebrando la misa de la Vigilia de la Solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo.
Los textos bíblicos de la liturgia nos llevan como de la mano a entender este misterio que encierra la vocación de Pedro y Pablo, y que aparece como prototipo de todo llamado de Dios, de toda vocación que Él quiera.
Encontramos una afirmación cargada de ternura de parte de Pedro, que es como la clave de la liturgia de esta tarde: “Señor, Tú sabes que te quiero”.
Cuando alguien es capaz de pronunciar estas palabras delante del Señor, es porque a pesar de las infidelidades propias del ser humano, tiene una orientación fundamental de la vida hacia Jesús, el Único que da sentido a la vida humana.
Jesús le pregunta tres veces a Pedro acerca de su amor para con Él, ya que tres veces lo había negado.
Se trata de un reproche del Señor cargado de dulzura, de amistad, como diciéndole:”Yo sé que tú me has abandonado pero yo estoy buscándote para asegurarte que no te despojo de lo que te he dado. Te elegí como piedra visible de la Iglesia que he fundado, pero no me arrepiento de haberlo hecho. Cuando te elegí sabía de tus debilidades, pero conocía tu decisión de corresponder a ese amor que yo te he brindado desde el comienzo”.
Sin duda alguna aparece nuevamente Dios como el que ama primero tal como lo manifestara en la creación, en la redención y a través de la santificación de cada uno.
Por eso, este reclamo del Señor dirigido a Pedro y a cada uno de nosotros es un reclamo que apunta en definitiva a una vida más plena: “Pedro, ¿me amas?”, “Señor, tú sabes que te quiero”.
Cada uno de nosotros está invitado a sentirse interpelado por el Señor, a abrir el corazón y la mente para que nos pregunte por nuestro nombre: “¿Me amas realmente a través de tus pensamientos, palabras y acciones?, ¿me amas?”
Y con ese amor, “¿estás respondiendo a la predilección que tengo por ti y manifiesto permanentemente?”-pareciera repreguntar Jesús.
Cada uno así solicitado por el Señor, está invitado a responder: “Señor, Tu sabes que te quiero”.
Y a partir de esta afirmación comienza una nueva vida para el bautizado, a pesar de las infidelidades y pecados causados por la debilidad humana.
Cuando una persona ha sabido decir “Señor, tú sabes que te quiero”, está tomando la decisión de orientar su vida a Cristo.
Al encontrarse con el Señor ya no habrá más trampas, engaños, ni distracciones, ni el dejarlo a Él para buscar otras metas, otros rumbos.
El Señor se compromete con ese amor que suscita, transformando de tal manera el corazón del hombre, que lo hace capaz de realizar aquello que enaltecen el nombre de Dios y el de la persona que origina esas obras.
Y así lo encontramos a Pedro, con Juan, junto a la puerta llamada la Hermosa en Jerusalén, curando al paralítico: “No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te lo doy “, y en nombre de Jesucristo lo sana.
El poder que tienen tanto Pedro como Juan para curar, es fruto de la afirmación “Señor, tu sabes que te quiero”.
Porque el amor a Cristo no solamente permite recibir gracias especiales de parte de Él, sino que uno mismo como que se anima a cosas superiores a las que podemos hacer en el nombre del Señor ordinariamente.
El recién curado entró al templo saltando, gritando, alabando a Dios, y la gente que lo veía también alababa a Dios. Siempre está la alabanza dirigida al Señor.
Las miradas no están puestas en Pedro y Juan sino en Dios porque el pueblo que vive de la fe reconoce que Juan y Pedro sólo han sido instrumentos en las manos de Dios, y que Dios es el que actúa.
El apóstol, es decir el “enviado”, lo es para que por medio de sus palabras y acciones que van manifestando el misterio de Dios, vaya provocando en el corazón del “resto”, es decir de los fieles, la glorificación de Dios, el dirigirse siempre al Creador.
En definitiva, por la acción curativa que recibe, el paralítico curado es interpelado para que también él pueda decir:”Señor, tú sabes que te quiero”, “tú sabes que te agradezco esta curación. Estaba paralítico, no sólo en el cuerpo sino también en el espíritu, en el corazón y Tú me has librado, por eso repito, Tú sabes que te quiero”.
El Apóstol San Pablo nos habla de cómo percibió el amor de Dios. Perseguía -celoso por sus creencias y con odio- a los cristianos, y cuanto más daño hacía entre ellos, más feliz se sentía. Y su sed de odio parecía que nunca se apagaría.
Hasta que Aquél que lo eligió desde el vientre de su madre –confiesa Pablo- lo llamó por su misericordia. Nuevamente la iniciativa del amor la tiene Dios:”Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, “¿Quién eres Señor?” Soy Jesús a quien tú persigues”.
En ese momento, Saulo comienza su proceso de conversión, cambia totalmente, reconoce el amor del Señor y con su obrar futuro sabrá decir: “Señor, Tú sabes que te quiero”. “¿Cómo no voy a quererte, después de lo que has hecho por mí?”
Y Pablo tuvo una experiencia tan profunda en su interior, de la acción divina en su corazón, que fue capaz de sufrir inmensas pruebas en su vida por la causa del Evangelio. Él recordará que sufrió persecución, cárcel, frío, calor, hambre, sed, miserias de todo tipo, incomprensión, odio, desprecio, todo por la causa de Cristo, por predicar su Evangelio.
El Apóstol sintiéndose elegido, pareciera decir emocionado: “Seguiré trabajando Señor, porque tú sabes que te quiero”, y porque reconoce que todo lo puede en aquel que lo conforta.
Y así, Pablo y Pedro, vivirán a fondo esta vocación de amor de aquel que los ha elegido y enviado para dar testimonio.
Y este, “Señor, tu sabes que te quiero”, estuvo presente también en el momento del martirio.
Es ante el momento de la muerte, Pablo por la espada y Pedro por la cruz, donde repetía cada uno “Señor, tu sabes que te quiero”.
No rechazaron la penuria del martirio, no dijeron “¡Después de todo lo que hicimos tenemos que padecer el martirio!”.
No, sabían perfectamente que ellos no podían ser diferentes al Maestro.
Si Jesús había muerto por ellos en la cruz, también ellos debían derramar su sangre por el que primero la había derramado por ellos.
Y allí en la muerte volvieron a decir cada uno:”Señor, tu sabes que te quiero”.
Qué hermosa vida la de estos dos hombres que con sus defectos, debilidades y miserias, pero también con sus grandezas, manifestaron y manifiestan al mundo lo que es capaz de realizar el hombre cuando responde a la gracia de lo alto.
Esta condición de grandeza está al alcance de cada uno, con la fuerza que viene de lo alto.
Todo depende que ante ese Señor de la historia que nos dice a cada uno en lo más secreto del corazón “¿me amas?”, le sepamos responder, “Tú sabes que te quiero”.
Padre Ricardo B. Mazza. Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Reflexiones sobre los textos bíblicos de la Vigilia de los Apóstoles Pedro y Pablo. 28 de junio de 2009. Hechos 3,1-10; Gál.1, 11-20; Jn.21, 15-19.-
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.-
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