"Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada." Edmund Burke
3 de enero de 2010
La maternidad divina-humana de María Santísima
Celebramos hoy la fiesta de la Maternidad divina de María Santísima. Protegidos por el manto maternal de la Madre del “amor hermoso”, comienza un nuevo año civil, pletórico de promesas de salvación y plenitud para el creyente. Confiada siempre en su patrocinio, este día celebra también la Iglesia, la jornada de oración por la paz del mundo cuyo lema es para este año de 2010, “Si quieres la paz, protege la creación”. ¡Qué mejor que confiar a la obra más hermosa del Creador, María, todos nuestros deseos de ser buenos administradores de la creación orientándola siempre a la Gloria de Dios y al bien de la humanidad toda!
Por eso este primer día del año se abre –como señala el libro de los Números (6, 22-27)- con la fórmula que ante la invocación de Dios, asegura su bendición y su favor, en especial la paz tan necesitada.
Esa paz siempre la experimentamos de Él, ya que el mundo no la puede dar al estar el corazón humano en permanente guerra con su Dios y sus hermanos a causa del pecado, que siempre divide al hombre, nunca suficientemente decidido a abrirse a los dones de la verdad, de la luz y de la vida, que quiere derramar profusamente el Creador entre nosotros.
Comenzamos, pues, el año, con la seguridad de que Dios ama a todos sus hijos, y que su bendición que no hace acepción de personas, nos está asegurada a pesar de nuestras debilidades y falta de correspondencia a Su Amor.
Esta bendición de Dios sobre todos los hombres se hace realidad con la llegada del Hijo de Dios hecho hombre, enviado para salvarnos del pecado e introducirnos en la vida divina.
San Pablo (Gál. 4, 4-7) en la segunda lectura, nos dice que Jesús nace de una mujer, sometiéndose también a las leyes judías para darles un sentido nuevo por la acción superadora de la gracia.
Indudablemente tal enseñanza viene a dejar sentado que la mujer, por quien entró el pecado en el mundo, es redimida de modo particular por María, al ser elegida para dar al mundo al Salvador. Jesús entonces viene a dignificar no sólo a la mujer, estableciendo el papel que cumplió en la redención, sino que señala con su nacimiento la dignidad particular de que goza toda vida.
En efecto, si Cristo nació de mujer, es incoherente pretender -sin ofender el orden natural que se origina en Dios- banalizar la vida humana, como es habitual en la cultura de nuestro tiempo.
El hecho de que Cristo naciera de mujer eleva a una dignidad especial no sólo la maternidad, sino también la vida que en ella se origina, se gesta y viene al mundo como obra perfecta del Padre.
Precisamente la maternidad Divina de María se prolonga en cada hombre venido a este mundo, ya que por el don de la maternidad bendecida por Dios, es constituido hijo adoptivo suyo.
Es tan grande el don de la maternidad humana, que elevada por la divina, hace posible que nazcamos al mundo no como cualquier ser, sino ya elevados a la excelencia de la participación divina.
De allí que por el nacimiento en carne de cada hombre, se hace realidad que como Jesús, podamos llamar al Padre del Cielo con su verdadero nombre, “Abba”.
Nacidos con la capacidad de poder llamar a Dios de modo tan cercano podemos hacer realidad la vivencia de la libertad de los hijos de Dios a causa de la redención. Y aunque la lucha contra el espíritu del mal se continúe hasta el fin de los tiempos, contamos con la seguridad de la ayuda divina a causa justamente de nuestra condición de partícipes de la naturaleza divina.
El evangelio de San Lucas (2, 16-21) nos narra el acontecimiento de la visita de los pastores, quienes son los primeros en recibir la noticia del nacimiento de Jesús.
Se nos quiere enseñar que Jesús se manifiesta inmediatamente a aquellos que son de corazón sencillo, los que esperaron con anhelo la venida del Mesías y que por lo tanto están abiertos y dispuestos a recibir el mensaje del Señor en el silencio de la noche.
Este acontecimiento de los pastores es un preludio del sermón del monte ya que ¡felices los pobres de espíritu! Ellos lo son porque desapegados de sí mismos y conscientes que son poca cosa ante el Señor, anhelan recibirlo todo de Él.
En los pastores se cumple también el “¡felices los limpios de corazón, porque verán a Dios!” porque sin doblez, sin oscuridades interiores, transparentes en su sencillez vieron a Dios hecho carne y lo glorificaron.
El texto del evangelio en consonancia con la sencillez y silencio de los pastores, destaca también el silencio de María.
De ella se dice que “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. De María se habla poco en el Evangelio. Pero si desentrañamos la riqueza de lo poco que se dice encontraremos una fuente inagotable de gracia.
Estamos invitados a ponernos en el lugar de Ella para meditar lo que consideró secretamente.
Seguramente pensó en que con la venida de su Hijo fuimos reconciliados con el Padre. Que a través de su venida, el Señor nos constituye hijos adoptivos del Padre y hermanos suyos. Que fuimos adoctrinados para decir con confianza: Abba, Padre”. Que al manifestarse a su pueblo a través de los pastores enseña cómo Dios se da a conocer a los de corazón limpio de toda maldad.
Y al meditar en estas consideraciones, al igual que María, se nos interpela para guardar silencio.
En silencio sigamos meditando en el hecho de que María es Madre de Dios, y que de este privilegio brotan las muchas prerrogativas que la adornan copiosamente.
En efecto, porque es Madre de Dios nace sin pecado original, permanece virgen antes, durante y después del parto, es asumida en cuerpo y alma a los cielos sin pasar por la corrupción corporal que trae la muerte y medianera de todas las gracias porque por medio de ella recibimos al autor de la Vida. Es también Madre nuestra ya que nos da a luz en el árbol de la Cruz.
María como toda Madre guarda silencio ante los grandes acontecimientos que comprenden a sus hijos. Por ello guarda silencio ante su nacimiento, cuando comienza su misión como enviado del Padre, camino al calvario, cuando llora al pie de la Cruz de su Hijo y no se la menciona ante el sepulcro vacío.
María vive en el silencio. Pero no es un silencio estéril, sino fructífero, ya que ama a su Hijo y con Él a todos nosotros.
María guarda silencio, en fin, porque para quien ama, las palabras están de más.
María Madre nos invita a guardar silencio frente al misterio del nacimiento de Cristo. Acallemos la imaginación, los pensamientos y las palabras. Dejemos que en medio de nuestro silencio seamos moldeados por quien es la Palabra de Vida.
Meditemos en Jesús nacido en Belén, saquemos enseñanzas para nuestra vida y guardemos para siempre en nuestro corazón el acontecimiento salvífico de nuestra humanidad.
Vayamos como los pastores despojados de toda maldad para contemplar al que ha nacido en carne humana para nosotros.
Vayamos al pesebre y pidamos a María, Madre de Jesús que nos enseñe a querer, a servir y vivir la presencia de nuestro Salvador.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en la Solemnidad de María Madre de Dios. 1º de Enero de 2010. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com. www.nuevoencuentro.com/tomasmoro.
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