9 de abril de 2010

Desde el Génesis a la Pascua del Señor.


La palabra de Dios que acabamos de escuchar nos ha permitido recorrer en esta noche santa, los distintos pasos con los que Dios conduce la historia humana según su providente amor, buscando siempre el bien temporal y eterno del hombre.
En efecto, escuchamos en el libro del Génesis el relato que refiere a cómo el hombre es la creatura más amada por Dios, visualizado esto en el hecho de que antes de ser creado como varón y mujer, le prepara un paraíso brindándole de su abundancia divina todo lo que el ser humano necesita.
Y así, esta primera lectura, tomada del libro del génesis, nos describe los dones de todo tipo copiosamente recibidos. Todo esto que de alguna manera el hombre mereció perder por su caída en el pecado.
Dios que no se arrepiente de sus dones y de su elección eterna elige a Abraham. A este hombre lo saca de su tierra y le promete que será el padre de un gran pueblo. Y a través del sacrificio de su hijo Isaac , que aparece como contradicción a la existencia de una descendencia prometida, quiere señalar el texto sagrado anticipadamente que será otro el sacrificio que salvará a la humanidad del pecado, el de Jesús. Por eso el sacrificio de Isaac será figura y anticipo del sacrificio de Cristo.
Y sigue la historia de salvación, ya que de Abrahán surge un gran pueblo, son los descendientes de los doce hijos de Jacob que viven y se multiplican en Egipto, y que concluyen siendo esclavizados.
Dios, que sólo quiere un pueblo libre, y que libremente lo sirva, suscita un salvador, Moisés, - figura también de Cristo- que hace posible el Éxodo liberador de los elegidos.
Moisés marcha a la cabeza del pueblo que aprisa huye de Egipto, y lo saca de la esclavitud atravesando el Mar Rojo, figura del bautismo que permite salir de la muerte a la vida. El faraón, figura del espíritu del mal, persigue al pueblo elegido. El mismo texto sagrado muestra que Dios está con aquellos que confían en su Palabra, y por eso este ejército poderoso se desbarata y sucumbe bajo las aguas del mar embravecido, mientras el pueblo llega a la otra orilla, -preludio de la tierra prometida- cantando alabanzas a Dios.
Pero este pueblo pareciera que no se cansa de ser infiel a Dios, coqueteando con el mal se aleja del Señor.
Y Dios, que conoce esa situación y que siempre es fiel, le anuncia que vuelva a Él, renovando la alianza quebrantada.
Y así, el profeta Baruc les dirá que es necesario volver a la sabiduría que han perdido por no seguir el camino de Dios, para que no se diga que la gloria que han alcanzado, la de ser elegidos de antemano, la han perdido porque Dios se la ha dado a otro pueblo, extranjero.
Palabras que se cumplen como lo escuchamos en la oración después de la lectura, cuando Dios entrega la “gloria” de Israel, es decir, la predilección por los elegidos, al nuevo pueblo, la Iglesia fundada por Cristo.
Baruc deja la puerta abierta para que el mismo pueblo pueda volver al Señor, ya que conoce lo que le agrada, retornando a su única sabiduría.
El profeta Ezequiel seguirá insistiendo, llamando a la conversión para que el pueblo de Israel siga siendo el elegido. Lo reunirá de entre las naciones, haciendo esto no por esa comunidad desleal, sino para mostrar la santidad de su nombre profanado en medio de los paganos, para que conozcan los extranjeros que “Yo soy el Señor”.-
El Nuevo Pueblo elegido - destaca el apóstol San Pablo- ha de morir al pecado para renacer a la vida de la gracia, dejar el hombre viejo para revestirse del nuevo. Cambiar la Iglesia toda, el corazón y el espíritu, por la acción de Jesús, por y con quien hemos sido resucitado, para vivir como tales ante el Padre que nos ha elegido en su Hijo.
Ese Jesús, –escuchamos en el texto del Evangelio- que ya no se encuentra en la tumba, lugar donde las mujeres lo buscan.
”No está aquí el que buscan”, dicen los ángeles. Ustedes buscan un muerto, Cristo está vivo, por lo tanto este no es su lugar. El que ustedes creen que está muerto, vive para siempre, para entregar al hombre una vida que no se termina, ya que el que cree en Él aunque muera vivirá para siempre.
El triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte ha de significar para nuestra vida no solamente una transformación aquí y ahora, en la que como Él debemos librarnos del pecado a la luz de la gracia, sino que toda nuestra vida, nuestro caminar, ha de estar siempre iluminado por el misterio de la resurrección.
Si Cristo ha resucitado tenemos la seguridad que la sociedad toda puede ser cambiada y transformada, para lo que es necesario que el ser humano continúe sus paso por esta vida abriéndose a la gracia de la redención viviendo como resucitado.
La sociedad no cambia si no lo hace el corazón humano. Y si estamos sumergidos en las tinieblas del pecado es porque no hemos actualizado en cada momento el misterio de la muerte y resurrección del Señor, comenzando una vida nueva.
Queridos hermanos: en este tiempo pascual que hoy comenzamos seremos iluminados permanentemente por la luz de Cristo significada por el cirio pascual que como faro en medio de la noche de nuestra vida, nos guiará al buen puerto de la salvación y grandeza humana.
Abramos nuestro corazón, nuestra vida, dejándonos iluminar por el Señor. Que Él vaya cambiando el ser de cada uno de nosotros, transformando nuestra existencia, iluminados por una luz nueva para poder así iluminar a su vez al mundo y a nuestros hermanos con la esperanza de que todo puede ser renovado si es puesto en clave del Señor resucitado.
La imagen edénica que percibimos en el libro del génesis será posible revivirla, si el mundo y nosotros volvemos a los orígenes de la intimidad divina.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en la Vigilia Pascual del 03 de abril de 2010.- ribamazza@gmail.com; http://gjsanignaciodeloyola.blogspot.com; http://ricardomazza.blogspot.com; www.nuevoencuentro.com.ar/tomasmoro.-
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