1 de diciembre de 2010

“Con alegría vamos al encuentro del Señor que Viene”

Comenzamos con este domingo el tiempo de Adviento, preparándonos así a la venida del Señor. No solamente a la que se realizó ya históricamente, y que actualizaremos en Navidad, sino que desde la fe en aquella venida, esperamos confiadamente la segunda. Cuando Cristo ingresó a la historia humana como Hijo de Dios hecho hombre, lo hizo en la humildad de la carne y tuvo que padecer la humillación de la cruz para salvarnos de todos los males. En cambio, en la segunda venida se hará presente en el esplendor de su gloria.
San Cirilo de Jerusalén dice que aquél que fue juzgado y condenado injustamente en su primera venida, vendrá “para convocar a juicio a quienes lo juzgaron a Él” y también “El que la primera vez se calló mientras era juzgado dirá entonces a los malvados que durante la crucifixión lo insultaron: Esto hicisteis y callé”. (Oficio de lecturas del primer domingo de Adviento).
El Señor de la historia –porque por Él se hicieron todas las cosas-, vendrá a recoger los frutos de lo que ha sembrado mientras vivía entre nosotros.
La segunda venida se presenta, pues, como algo a realizarse todavía, pero que ha de prepararse, para que Él llegue sin sorpresa para nadie -como sucedió en el tiempo de Noé con el diluvio en que la gente comía, bebía y se casaba, vino el diluvió y los arrastró a todos-.
El tiempo de adviento que comenzamos hoy, por lo tanto, nos convoca a una vida nueva a ejemplo del que vino en la humildad de la carne, para que dispongamos nuestro corazón para recibir a quien llegará en el esplendor de su gloria para juzgar y retribuir con justicia a todos los hombres.
El apóstol san Pablo (Rom. 13, 11-14) nos presenta pistas que podemos transitar como lo habrán hecho en su momento los cristianos de Roma: “ustedes saben en qué tiempo vivimos” o sea cuáles son las preocupaciones más comunes que tiene el hombre de hoy, qué intereses ocupan muchas veces nuestro tiempo y corazón. Por experiencia comprobamos que lo que interesa es lo placentero, la sociedad de consumo, el darnos todos los gustos, el evitar denodadamente los sufrimientos y dolores, el crecer en la sociedad aunque otros tengan que ser aplastados o dejados de lado, en fin, tantos hechos que nos pintan la sociedad de hoy.
Sigue diciendo el apóstol que “ya es hora que se despierten”, o sea, no vivamos ignorando esta realidad sino que hemos de preocuparnos por lo que realmente importa ya que “la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos las fe”. En efecto, a medida que avanzamos en la vida, por cierto, nos acercamos al momento de la segunda venida del Señor, por lo tanto existe un apremio para que cambiemos nuestra vida.
“La noche está muy avanzada” –continúa Pablo- recordando el peso agobiante del mundo tenebroso del espíritu del mal que pareciera devorarlo todo, la noche del alma del hombre que ha abandonado a Dios, por eso urge que “abandonemos las obras de la noche porque se acerca el día”.
Esa noche, especialmente la del alma, tiene que dar lugar al día que es la presencia de Cristo Nuestro Señor y, que queremos manifestar con la corona de adviento que comenzamos a encender hoy.
Y así, desde el primer cirio encendido estamos indicando que vamos caminando hacia la luz. Cada semana se enciende un cirio distinto para significar que abandonamos las obras de la noche para acercarnos paso a paso a la luz total que es Cristo y que nos ilumina en la Navidad.
El ser humano necesita ir dándose cuenta paulatina pero progresivamente - como las velas encendidas sucesivamente lo manifiestan- , que debe entrar en la luminosidad que es Cristo. Si de repente todo se le apareciera claro no sabría qué hacer, salvo una gracia especial del Señor como aconteció con las grandes conversiones, la de Pablo incluida.
Cristo como buen pedagogo trabaja en nuestro interior poco a poco, va encendiendo un cirio cada semana, acompañando nuestro caminar hacia la luz, de manera que dócilmente sepamos responder con generosidad al llamado recibido, sin apagar ninguna de las luces acogidas.
Es por eso que Pablo nos dirá que “nos revistamos con la armadura de la luz”, es decir que quien busca unirse a Cristo se despoja de las obras de las tinieblas para revestirse de las de la luz.
Ejemplifica afirmando que “basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria, libertinaje, no más peleas y envidias”, ataduras comunes en la vida del ser humano, vínculos con lo que es pasajero, trabazones en nosotros mismos, de tal modo que renovándonos interiormente en el tiempo de Adviento, podamos decir con veracidad en la Navidad, ¡Feliz Navidad!
La vivencia de esta preparación interior nos ha de ayudar a no dejarnos atrapar por las enseñanzas del mundo moderno que buscan desdibujar el verdadero sentido de la Navidad.
En efecto, los que se dedican al mundo de los medios audiovisuales o que buscan aguar nuestra fe, saben perfectamente cómo ir lavando nuestra cultura cristiana, de manera que insensiblemente vamos creyendo que el núcleo de la Navidad está constituido por ese señor llamado papá Noel, o los regalos, o las comidas programadas.
Estamos en el mundo, pero no somos del mundo, como nos invita Jesús, lo cual ha de significar el aceptar que el gran regalo, el gran don es y será siempre la figura de un frágil niño que nace para traernos la salvación humana y que por tanto entra en nuestra historia para asegurarnos que Dios está con nosotros.
Realizar las obras de la luz implica ir cambiando nuestros criterios, descubrir que Jesús ha nacido, muerto y resucitado para nosotros, y que viene en el hoy de cada día a ayudarnos a vivir “luminosamente” por medio de las obras de los hijos de Dios hasta que nos encontremos con Él cuando venga por segunda vez. Nuestra fe, por lo tanto, debe iluminar las pequeñas cosas de cada día, de nuestra vida y de la sociedad toda, para encontrarles el auténtico sentido que le dio la encarnación del Hijo de Dios.
Fortalecidos por la comunión eucarística, para la que deberíamos esforzarnos el ser dignos de recibirla siempre, adelantemos en el tiempo el encuentro con Dios, que todos creemos y esperamos alcanzar.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo I° de Adviento, ciclo “A”. 28 de Noviembre de 2010.
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