La antífona del aleluya que recién cantábamos nos decía que “la paz de Cristo reine en sus corazones; que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza” (Col. 3,15ª.16ª). Este es el designio de Dios para cada uno de nosotros y de nuestras familias. Nuestra aspiración, por lo tanto, ha de ser el asegurarnos que tanto la paz como la Palabra que provienen del Señor recién nacido, se alojen en nuestros hogares al celebrar hoy la Fiesta de la Sagrada Familia fundada por Jesús, María y José.
La paz reinará toda vez que vivamos en unión plena con el Creador, ya que esto se prolongará necesariamente en la vivencia de “la tranquilidad en el orden” (S. Agustín) de todos los integrantes de la familia humana. La Palabra de Cristo aceptada con gozo, alimentará toda nuestra existencia iluminándonos para el bien en cada una de nuestras decisiones.
Los textos bíblicos proclamados nos entregan una vez más hermosas enseñanzas acerca de esta institución primordial para el ser humano.
Su razón de ser nace precisamente del hecho de que cada persona es imagen y semejanza del Dios único en tres personas. Como es imposible pensar en alguna de las personas divinas sin relacionarla con las otras, también lo es pensar en el ser humano sin referirlo a la familia.
Con su sabiduría perenne la Iglesia nos presenta hoy el modelo de familia al que cada bautizado ha de acudir para conocer el sentido último y razón de ser de cada una de nuestras propias familias.
Al contemplar la Sagrada Familia que nos presenta hoy el texto del evangelio de Jesucristo según san Mateo (2, 13-15) posiblemente nos preguntemos: ¿por qué Dios permitió que desde el comienzo, esta familia tan suya, estuviera marcada por la persecución? ¿Por qué Dios no eliminó a Herodes que buscaba matar al niño y concluir así de cuajo con los problemas? De hecho muchas veces nosotros mismos pensamos así cuando le interrogamos a Dios por la muerte de tanta gente buena mientras los malos siguen felices y contentos –aparentemente- perjudicando a tantos. Todo lo que aconteció con la Sagrada Familia no sólo fue algo dispuesto por Dios para el bien de sus integrantes, sino también para dejarnos una enseñanza de vida. La palabra de Dios nos quiere enseñar que el pertenecer a una familia cristiana no significa que estemos exentos de dificultades y de problemas, sino que incluso de este modo se fortalecen sus miembros.
Se nos alienta además, para que a pesar de las dificultades, quienes integran una familia cristiana deben poner, al igual que la sagrada Familia, su total confianza en la roca firme que es el buen Dios.
José no pregunta cosa alguna, no pone en tela de juicio la decisión de Dios, a pesar que resulta fuera de toda comprensión lo que están padeciendo, ya que el Creador tiene el poder de sortear todos los obstáculos, sino que toma al Niño y a su madre y huyen a Egipto.
Allí –si bien el silencio del evangelio es absoluto- tuvieron que sortear diversas adversidades como la de conseguir vivienda, buscar José trabajo como carpintero, sostenerse con frugalidad y estrechez en un clima de vida plena de austeridad, pero con total certeza en que Dios siempre presente entre ellos no los probaría más allá de sus fuerzas.
Dios que en su providencia conduce la historia humana, cuando llega el momento oportuno –la muerte de Herodes-, llama a su Hijo de Egipto y como no había cesado totalmente el peligro en Judea, los guía y mueve a instalarse en Nazaret para que se cumpla la profecía.
La sabiduría divina que guía los pasos de la Sagrada Familia, quiere hacer lo propio con cada una de las nuestras, toda vez que si confiamos en Él se hará presente en medio de nuestras tristezas, alegrías, dificultades e incomprensiones que tenemos que vivir, encauzados en el designio de Dios que lo es siempre para nuestro bien.
En ese clima tan particular de abandono al designio divino, Jesús crecía en santidad, sabiduría y estatura delante de Dios y de los hombres.
Precisamente, iluminados por los ejemplos de la Sagrada Familia descubrimos desde la fe que toda familia constituida según la voluntad de Dios, es el ámbito propicio para el desarrollo de las personas.
De allí que la Iglesia promueva tanto la dignidad de la familia y nos enseñe acerca de la necesidad de poner nuestro confianza en la familia trinitaria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
El texto bíblico deja también una lección oportuna y crucial en nuestros días, manifestando la identidad de la familia según el plan de Dios.
Esta identidad, es decir lo que es desde los orígenes, implica la presencia de un papá, de una mamá y de los hijos, fruto del amor de los padres.
Ese proyecto divino integrador de las personas en su diversidad, es verdadera fuente de realización personal de quienes integran la institución.
“Estilos” de familia que no partan de la unión de un varón y de una mujer, son ajenos al designio de salvación por parte del Creador, ya que no responden a la verdad sobre el hombre.
Es necesario crecer en el seno de la familia buscando arraigar las diversas virtudes que permiten el desarrollo integral de la persona, tal como lo describe San Pablo en la segunda lectura (Col. 3, 12-21), constituyendo el amor cristiano la razón de ser de este intercambio de ejercicio virtuoso.
En efecto, nos recuerda Pablo que fuimos elegidos santos y amados por Él, y hemos de revestirnos de benevolencia, de bondad, de dulzura, paciencia, soportándonos mutuamente, disculpándonos si alguien tiene quejas de otro. Se nos invita, por tanto, a todo un ejercicio de deberes más que exigencias de derechos a los que estamos siempre prontos a reclamar.
Viviendo en este clima sobrenatural ya que fuimos elevados por el bautismo a la grandeza de hijos de Dios, podremos mostrar al mundo que es posible crecer en el ámbito de la familia adquiriendo no sólo las cualidades humanas necesarias a toda persona humana, sino también las riquezas del espíritu que se nos entregan desde la cuna del recién nacido.
Mirando a la familia de Nazaret podremos entonces encauzarnos en la verdad sobre esta institución, máxime en nuestro tiempo en que la cultura imperante nos quiere asignar como bueno el programa de familias ensambladas, o quiere imponer que los hijos deben ser dejados a su arbitrio total, o se iguala la relación padres e hijos con el concepto de amigos, o se pretenda imponer el que cada uno haga lo que quiera.
El libro del Eclesiástico (3, 3-7.14-17) que acabamos de proclamar nos deja una descripción criteriosa acerca de las actitudes entre padres e hijos que son valoradas por la providencia divina. Quiera el Señor concedernos el que vivamos en plenitud este ideal que se nos anuncia desde siempre.
Que esta presencia especial del Señor nos permita crecer como personas y familias en medio de su Iglesia, hasta que podamos gozar algún día de la intimidad de la familia trinitaria.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Fiesta Litúrgica de la Sagrada Familia, 26 de diciembre de 2010. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.
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