10 de diciembre de 2010

“Constantes y consolados por las Escrituras, mantengamos la esperanza”

El apóstol San Pablo (Rom. 15,4-9) nos dice que “todo lo que ha sido escrito en el pasado, ha sido escrito para nuestra instrucción a fin de que por la constancia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza”. Esto ciertamente se cumple en lo que hemos escuchado en la primera lectura (Is. 11, 1-10) donde el profeta Isaías anuncia la presencia del Mesías.
Nos comunica que del tronco de David ya seco por sus infidelidades aparecerá un brote nuevo haciendo referencia al Hijo de Dios hecho hombre, a Jesús. Y este brote nuevo que surgirá del tronco seco de la dinastía davídica, vendrá a realizar una transformación, no sólo en el pueblo elegido, sino también en toda la humanidad. Y así, Aquél que anuncia el profeta, revestido por el espíritu y sus dones, vendrá a implantar la justicia.
El enviado de Dios se preocupará por los débiles, los pobres, por aquellos que son los marginados de la sociedad. Al mismo tiempo al establecer la justicia “herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado”.
Pero también la presencia del Mesías viene a transformar el mundo y a devolverle el estado original del paraíso, reconciliando consigo a la misma naturaleza creada. Y lo atestigua diciendo “el lobo habitará con el cordero, el leopardo se recostará junto al cabrito”. Imágines que hablan por lo tanto de la armonía incluso que existirá en todo lo creado, devolviéndole a todo lo existente, el orden y armonía en que fue creado.
Y sigue avanzando Isaías en esta descripción afirmando que el hombre que se había perdido en los orígenes por querer ser como Dios, por pretender alcanzar el conocimiento de Dios, recibirá con la venida del Mesías, el conocimiento del Señor que llenará la tierra, es decir, alcanzará a través del conocimiento la ubicación de su propia vida. Conocerá que es poca cosa, bajará los humos que lo engañan, no pensará que es Dios.
Y concluye el texto del profeta asegurando que este brote nuevo “se levantará como estandarte”. ¿A qué se refiere sin saberlo? Está anunciando la cruz de Cristo que atraerá a los pueblos ya que “las naciones lo buscarán y la gloria será su morada”. Todo un anuncio de lo que significa la presencia de Cristo para toda la humanidad
Ahora bien, después de esta descripción idílica nos invade el pesimismo y nos preguntamos: ¿dónde está todo esto que anuncia el profeta Isaías? ¿Dónde está la justicia y la paz que traería el Mesías consigo? ¿Dónde la armonía de toda la creación cuando el hombre sigue lastimando su propio hábitat natural? ¿Dónde está la eficacia de la Cruz de Cristo cada día más olvidada?
Son muchas las preguntas que nos hacemos habitualmente ya que las naciones que miran al crucificado para buscar su salvación, realmente no abundan. Además, ¿cuándo se realizará lo anunciado por el profeta en el sentido de que el malvado será separado?
Ante todo esto tenemos que responder que la presencia del Mesías ha ido transformando si no el corazón de todos, al menos el de aquellos que en el transcurso del tiempo han tratado y tratamos de ser fieles al Señor. Somos conscientes que no estamos transformando todo el mundo, pero tenemos la experiencia de que cada vez que obramos bien, contribuimos para que la venida de Cristo sea eficaz.
Y así, el bien que podemos hacer tiene un efecto difusivo de sí mismo, ya que llega a todos y, aunque nos sorprende más profundamente el mal o la injusticia en el mundo, sabemos perfectamente que hay mucho de bueno en el corazón de un sinnúmero de personas.
En efecto, a pesar que mal se enseñorea sobre la humanidad, el Señor sigue ocupando el corazón de muchos que le son fieles. Esto nos permite creer con firmeza que la venida del Señor es don de salvación.
Asimismo, como nos decía san Pablo, mantengamos la esperanza de que esta manera nueva de vivir se difunda cada vez más en la humanidad.
Pero he aquí que la Palabra de Dios nos advierte a través del Precursor, de la necesidad de la conversión, mensaje que se prolonga por la Iglesia.
San Juan Bautista (Mt. 3,1-12) decía en su tiempo y también a nosotros ahora, “conviértanse porque el reino de los cielos está cerca”. Convertirse implica dar la espalda a todo lo que nos separa de Cristo, para entrar de lleno en la vida nueva que Él nos ofrece.
Conversión que significa sinceridad, decisión, por eso Juan le dice a los fariseos “raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?”. Dice esto porque se acercaban para ser bautizados pero con la intención de aparentar, pero sin verdadero corazón arrepentido y dispuesto a hacer el bien. Hecho que muchas veces sucede entre nosotros, que nos acercamos a pedir perdón a Dios para descargar nuestra conciencia, pero sin mucho entusiasmo para comenzar una vida nueva.
Por eso seguirá diciendo Juan “produzcan el fruto de una sincera conversión”, es decir, que se vea exteriormente que estamos convertidos.
El Señor, por lo tanto, nos invita a ir cambiando nuestro corazón. Y esto reclama un examen de nuestra vida, una recorrida de la existencia propia, para tomar conciencia de si tenemos un modo de pensar acorde al evangelio o, por el contrario, estamos alejados del ideal de perfección que se nos presenta para poderlo proyectar en el obrar de cada día.
Es imposible obrar como convertidos, santamente, si antes no se ha hecho esa transformación de la mente tratando de buscar el pensamiento del Señor y adquirir este conocimiento que anunciaba Isaías.
Estamos convocados a salir al encuentro de Aquél que es más grande que Juan Bautista, el que nos viene a bautizar en el agua y el espíritu, para que transformados por Él, prolonguemos en nuestra relación con el prójimo lo que ya vivimos con Jesús, tal como lo recuerda San Pablo. Por lo tanto, seamos de aquellos que reciben a sus hermanos permanentemente en la vida cotidiana mostrándoles los mismos ejemplos de Cristo.
Pidámosle a Jesús que ya viene, que nos enseñe este camino de conversión y, así hallemos un sentido distinto, profundo y verdadero a nuestra vida.




Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo II° de Adviento, ciclo “A”. 05 de diciembre de 2010. ribamazza@gmail.com.










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