En la primera lectura tomada del profeta Isaías se nos narra lo que aconteció en el siglo VIII A.C. en el reino de Judá. Siendo rey Ajaz y, habiéndose unido los reyes de Damasco y Samaría para atacarlo y establecer un príncipe extranjero, éste pide ayuda a los asirios.
Se trataba no sólo de una cuestión política sino también religiosa, ya que significaba interrumpir la descendencia davídica en el trono, cuestión asegurada por el mismo Dios. Ajaz desconfía de Dios y sus promesas, deja de fundarse en esa roca firme, buscando las fuerzas humanas de las armas extranjeras. El rey por lo tanto, no debiera desconfiar, -interpela el profeta- sino esperar en el cumplimiento de la ayuda del Dios de la Alianza que siempre está presente aún cuando pareciera que todo se derrumba. En este marco se deja oír la palabra de Isaías diciendo (Is.7, 10-14) “escuchen casa de David, ¿acaso no les basta cansar a los hombre que también cansan a mi Dios? El Señor les dará un signo. Miren, la virgen está embarazada y dará a luz un hijo y lo llamarán Emanuel”. Este anuncio apunta en lo inmediato al nacimiento de Ezequías, hijo de Ajaz. Anuncio que está recordando que a través del hijo del rey que está por nacer, se continuará la descendencia de David. Por lo tanto no hay razón para dudar. El nombre de Emanuel, “Dios con nosotros”, asegura la presencia divina a través de Ezequías.
Pero al mismo tiempo este anuncio está mirando al futuro, está pensando en otra virgen, María, en otro Emanuel, Jesús, el Dios con nosotros que ya no viene solamente para un pueblo sino para toda la humanidad.
Y así lo dice el texto del evangelio que hemos proclamado “todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el profeta”. Hay como un paralelismo entre la primera lectura y el evangelio. José está en un cono de sombras, en la duda. María está embarazada. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo se cumplirán las profecías? Dice el texto que era un hombre justo y que por eso resolvió abandonarla en secreto, ya que no quería aparecer en sociedad con una paternidad que no lo era. Pero al mismo tiempo como creía en la Virgen, aunque suene paradojal, no quería denunciarla públicamente. Imaginemos por un momento ese cuadro de duda y confusión por no entender lo que estaba pasando, ya que María había guardado silencio respecto a lo que estaba aconteciendo.
Y nos encontramos aquí con dos anuncios del ángel. Lucas afirma que el anuncio del ángel se dirigió a María “Tendrás un hijo”. Mateo asevera en el anuncio realizado a José “No temas recibir a María tu esposa porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo”. A María le dirá no temas porque tendrás un Hijo por obra del Espíritu Santo.
En este doble anuncio nos encontramos con la genealogía humana y divina de Jesucristo. Mateo remonta la ascendencia de Jesús hasta Abraham. En el texto de hoy aparece Cristo que en cuanto hombre, ingresa a la genealogía humana y a la descendencia de David por la aceptación de José, descendiente de David.
Entra aquí en la figura de José lo que llamamos la “obediencia de la fe”. El niño no es de la carne y sangre de José, pero éste entiende que la paternidad no es solamente biológica. Por eso acepta el hecho de que el niño debe nacer en una familia, con un padre que lo recibe amorosamente, que lo cuidará y, velará sobre su vida como si fuera propio. Comprendiendo, por lo tanto, lo que se le pide y, en armonía con la obediencia de la fe, se entrega totalmente al designio de Dios sobre su propia vida. Igualmente había aceptado el plan divino la misma Virgen con aquellas palabras “He aquí la servidora del Señor”. José está diciendo también “que se cumpla lo que has dicho”, de allí que presuroso recibió a su esposa en su casa.
José asume la paternidad que se le pide sobre el niño, para manifestar que es descendiente de David a través suyo y, al mismo tiempo es Hijo de Dios Padre presente en el vientre de María. Y así sigue la historia de la salvación. Cristo es así el Emanuel, Dios con nosotros para todo el mundo, no sólo para el pueblo elegido como lo fue Ezequías y, que viene a asegurar no sólo el reino de Judá como en el Antiguo Testamento, sino el Reino de Dios entre los hombres, toda vez que el ser humano abra su corazón a esa acción de Dios.
Los textos bíblicos de este domingo, queridos hermanos, nos están haciendo un llamado concreto a vivir en la “obediencia de la fe”, es decir, escuchar desde la fe como lo hicieron María y José (Mateo 1, 18-24). Obediencia significa oír, escuchar. Y de la fe, implica que al escuchar especialmente a Dios que nos habla, le entregamos el asentimiento de nuestra inteligencia y el obsequio de nuestra voluntad.
Vivir en la obediencia de la fe es someter el propio criterio y punto de vista a lo que Dios enseña e ilumina. El cristiano que vive en la obediencia de la fe está abierto a lo que Dios le dice, no a las novedades efímeras del mundo, o a lo que piensa la calle, o a lo que la cultura disolvente de nuestro tiempo, tan vacía, va imponiendo en nuestro corazón. La sociedad en general y, muchas veces, piensa de distinta manera cada día, de acuerdo a sus humores, o de sus puntos de vista personales, y esto porque lamentablemente se vive de la obediencia del mundo, tan pasajero todo por su temporalidad.
María y José, en cambio desde la obediencia de la fe, siempre están en actitud de escucha de la voluntad del Padre prolongada en el servicio que se les solicita.
De allí que si la Navidad nos interpela y comprendemos que la vida del cristiano es servicio, es ya un triunfo, porque habremos comprendido que desde su nacimiento el Señor se presenta como un servidor.
Así lo vemos en el pesebre, en medio del mal olor de los animales y del abandono de los poderosos de este mundo. El mismo Jesús dirá, ya adulto, que ha venido a servir y no a ser servido (Mc. 10, 45).
San Pablo (Rom. 1, 1-7) comprendió fácilmente que era servidor del Señor, en la fidelidad a su misión de apóstol, de enviado.
De allí que hable en el texto que hemos proclamado, que Jesús descendiente de David, ciertamente por José, y también Dios, Hijo del Padre, nos ha bendecido abundantemente con sus dones de manera que “por Él hemos recibido la gracia y la misión apostólica a fin de conducir a la obediencia de la fe para gloria de Su Nombre a los paganos” entre los cuales estamos nosotros que hemos sido llamados por Jesucristo.
En nuestros días percibimos muchos problemas dentro de nuestra Iglesia Católica y la razón está en que carecemos en gran medida de la obediencia de la fe.
Podemos preguntar a tantos que se dicen católicos y a nosotros mismos, qué piensan o pensamos del aborto, del adulterio, de las relaciones prematrimoniales, de vivir en pareja, del aceptar o dar coimas, de obtener cargos para los que no estamos preparados. ¡Cuántas veces estamos detrás de la chapita esgrimiendo derechos pero retaceando los deberes! Comprobaremos después de hacer esta averiguación que muchas personas viven con el criterio que obtienen del mundo, de los medios de difusión, de las costumbres que se van imponiendo, porque lo habitual es vivir en la obediencia del mundo.
La venida del Señor nos permite ver la necesidad de escucharlo y seguirlo con confianza y fidelidad, ya que Él no nos quita nada y nos comunica todo lo que hay de bueno en su persona y enseñanza.
Debemos aspirar a que Él nos transforme, ya que no terminamos de ser levadura en medio de la sociedad en que vivimos y nos hostiga, pretendiendo seducirnos para que lo abandonemos a cambio de la mentira que nos ofrece el mundo, como el risueño papa Noel, sustituto anodino del Rey de reyes y príncipe de la Paz.
Con frecuencia escuchamos decir que la Iglesia debe ser más flexible, menos dura, más permisiva, según la obediencia del mundo en definitiva, y para no seguir perdiendo adeptos.
Con facilidad y con frecuencia muchos que se dicen católicos aceptan como verdades de fe lo que escuchan y enseñan desde distintos oráculos mundanos contrarios a criterios y visiones de fe, mientras al mismo tiempo con facilidad también ponen en tela de juicio las enseñanzas del mismo Jesucristo y de la Iglesia a través de su magisterio.
La venida de cristo nos interpela a ser verdaderos creyentes y seguidores del Señor desde la obediencia de la fe, a ejemplo de María y José.
Si acaso decidimos dejarnos llevar por las enseñanzas del mundo, no nos quedemos en el seno de la Iglesia para cascotearla con los argumentos del mundo y desde nuestro cómodo lugar de espectadores.
Pidámosle al Señor ir percibiendo sus enseñanzas y la fortaleza necesaria para practicarlas.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo IV° de Adviento, ciclo “A”. 19 de diciembre de 2010. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.
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