12 de abril de 2011

“Convertidos, vivamos para Cristo Resurrección y Vida del hombre”.

1.-“Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios….El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo” (Rom. 8, 8-11) leímos en la liturgia de hoy.
Vivir según la “carne” es tener como modelo lo que es pecado, según la visión de Pablo. Y así esta vida en pecado implica existir en medio de las envidias, celos, impurezas, adulterios, rapiñas, malos deseos, codicia, enemistades, odios, aversiones, pereza.
Del tomar como modelo lo “carnal” deriva el que hombre no pueda agradar a Dios de ningún modo, ya que no anida en él el espíritu de Cristo.
Esto lleva a enfrentarnos con la necesidad de tomar una decisión en nuestras vidas, ya sea aceptando y viviendo según Cristo o, por el contrario, rechazándolo a Él siguiendo las propias pasiones.
En este tiempo de Cuaresma la liturgia de la misa de cada día, en sus distintos textos bíblicos, nos hacer ver el enfrentamiento pertinaz de la dirigencia de los judíos y de muchos de ellos, contra el misterio de Cristo.
La infidelidad, el rechazo y la negación que hacen del Mesías son permanentes. En este texto de san Pablo advertimos ese enfrentamiento prolongado en el tiempo por medio de la vida “carnal”, o del pecado, que rechaza la vida del espíritu o de Cristo.
San Pablo, escribiendo a los gálatas, llega a decir cuáles son las consecuencias de estos dos diferentes modos de vida afirmando que “De Dios nadie se burla. Lo que cada uno siembre, eso cosechará. El que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en espíritu, del espíritu cosechara vida eterna” (Gal. 6,7).
El que siembra pecado en su vida, cosechará sólo muerte –no sólo espiritual, sino muchas veces corporal- y destrucción. Quien por el contrario siembre en el Espíritu de Cristo, cosechará la verdadera Vida.
De nosotros se espera, por cierto, un vivir en el espíritu de Cristo ya que por el bautismo Pablo supone, y con verdad debiera ser así, que “no estamos en la carne sino en el espíritu”. Tener el espíritu de Cristo implica empaparse con las enseñanzas del evangelio viviendo de acuerdo a Jesús.
En nuestra vida cristiana, a pesar de las debilidades que nos empujan a lo “carnal”, no pocos bautizados aceptando la vida verdadera que proviene de Cristo, ofrecen cada día el testimonio de una entrega sincera a la verdad y al bien, aunque se vean sometidos al desprecio o indiferencia de parte de quienes viven “en la carne”. Madres que son capaces de dar la vida para que nazcan sus hijos, jóvenes que viven a ejemplo del Cristo casto aunque se les presentan aventuras fáciles, matrimonios fieles a su vocación que buscan constituir familias que sean en verdad pequeñas “iglesias domésticas”, cristianos que trabajan honestamente por el pan cotidiano buscando una vida austera acorde con su fe. Estos hermosos ejemplos y, muchos más que sólo Dios conoce, dan fuerza a la Iglesia toda que camina hacia el Cristo total, aunque por otra parte muchos bautizados renieguen del mensaje cristiano o traten de edulcorarlo según su gusto.

2.-El texto de la resurrección de Lázaro (Juan 11, 1-45) es muy sugestivo al hablarnos de que Cristo es la Resurrección y la Vida.
La muerte corporal acucia al hombre en su existencia y la considera como una verdadera desgracia, aunque nada dice por el contrario ante la muerte del alma por el pecado. Cristo venció no sólo la muerte del cuerpo por la resurrección, sino también la del alma por la crucifixión.
Frente a Lázaro muerto, Jesús llora mostrándose como hombre perfecto que sufre ante la muerte del amigo. Pero también se manifiesta como Dios todopoderosos cuando dice “Lázaro, sal fuera”.
Es el misterio de Dios hecho hombre revelado a través de este milagro portentoso. Cristo permitió la muerte de su amigo para manifestar luego su divinidad llamando a la fe a muchos judíos, ya que no todos creyeron en Él. A menudo decimos “ver para creer”, Jesús nos dice “creer para ver”.
Así se lo expresa a Marta dubitativa, ya que el cuerpo del muerto huele mal,”No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios” (Jn. 11,40).
Esto mismo nos sucede muchas veces a nosotros. Permanecemos en la incredulidad o en una fe muy fría a pesar de todas las pruebas que Cristo nos ha dado de su divinidad. Muchas veces decimos que creemos en Cristo pero no somos consecuentes con esa fe en la vida de todos los días, ya que con el modo de obrar no nos diferenciamos mucho de los paganos, de los que no creen todavía en Jesús.
Como los judíos a menudo no creían a Jesús, a pesar de los signos manifestativos de su divinidad, también nosotros permanecemos incrédulos ante su divinidad tantas veces manifestada.
Con la resurrección de Lázaro, Jesús no sólo quiere mover a la fe a los judíos que lo observan, sino también a sus propios discípulos y a nosotros mismos tan remisos a adherirnos a su Persona.
Con este hecho Jesús quiere enseñarnos que sólo con Él es posible lograr la victoria sobre la muerte, ya que es la resurrección, pero también que viene a realizar la victoria de la vida del Espíritu sobre la muerte que ocasiona la carne, es decir, el pecado.
Frente a Lázaro muerto Cristo llora, como lo hace también ante el cristiano que está muerto por el pecado.
Cristo nos tiende la mano, nos quiere resucitar, dándonos la vida de la gracia, por eso dice “quiten la losa” del sepulcro, es decir, quitemos la losa del peso de los pecados que nos abruman para escuchar y aceptar su palabra vivificante. Aún la fetidez del pecado puede diluirse por Cristo. Aún el peso de nuestros pecados puede disminuirse ya que al decir de San Gregorio “está oprimido bajo el peso de la sepultura aquel que a la perpetración del crimen añade la costumbre del pecado; pero la gracia divina ilumina con frecuencia a estos pecadores con los resplandores de su luz”.
La situación de Lázaro después de la resurrección, y también la nuestra, queda expresada por las palabras de san Agustín. En efecto, el obispo de Hipona nos dice que “Lázaro saliendo del sepulcro, representa el alma separándose de sus apetitos carnales; el salir atados los pies y las manos con vendas nos enseña que aún aquellos que abandonan las cosas carnales y sirven de corazón la ley de Dios mientras están revestidos de este cuerpo, no están libres de las tentaciones de la carne”, es decir, del pecado. “El estar su rostro cubierto con un sudario nos enseña que en esta vida no podemos tener plena inteligencia” de las cosas de Dios. El “desátenlo y déjenlo caminar” nos anuncia que después de esta vida desaparecerán todos los velos para que podamos ver cara a cara a Dios”.
La vida nueva, por lo tanto, que nos ofrece el Señor, comienza ya aquí como señal y manifestación anticipada de la futura.

3.-Esta verdad fundamental para la fe, “Yo soy la resurrección y la vida”, ya está presente en el texto de Ezequiel que hemos proclamado (Ez.37, 12-14).
En efecto, el anuncio de la vuelta a la vida de los huesos sepultados, expresa en la profecía de Ezequiel la vuelta a la vida del pueblo elegido sepultado en el exilio de Babilonia a causa de sus pecados, el retorno a su tierra y el cumplimiento “en la plenitud de los tiempos” de la vida nueva que se ofrece a todos los que crean en el Salvador.
En este día, ya próximos a la Pascua, pidamos al Señor que nos alimenta con su cuerpo, que es Resurrección y Vida, el que avancemos en la conversión del corazón que nos permita vencer el pecado para comenzar la existencia nueva que nos ofrece.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo V° de Cuaresma ciclo “A”. 10 de Abril de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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