25 de abril de 2011

“No teman, avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán”.

Según la Tradición, después de su resurrección, Jesús se aparece en primer lugar a su Madre. El evangelio guarda de este hecho recatado silencio como si quisiera resguardar hasta el más mínimo detalle este encuentro tan íntimo entre el Señor y su Madre. Son mujeres también, -María Magdalena y la otra María-, las que se encuentran con el Señor, antes que los apóstoles.
Muy sencillamente el texto del evangelio (Mt. 28,1-10) nos narra el acontecimiento de la tumba vacía, signo de la resurrección. Las mujeres que con fidelidad estuvieron junto al Señor al pie de la cruz con María, son las que se dirigen ahora con el apresuramiento del amor al sepulcro.
Allí se les manifiesta que al que consideraban muerto está vivo. No entienden todavía con claridad qué es lo que sucede y por eso tiene temor. Por eso el ángel les dice “No teman yo sé que buscan a Jesús pero no está aquí, ha resucitado de entre los muertos”. En ese momento es probable recuerden que el Señor había anunciado que al tercer día volvería a la vida.
Atemorizadas todavía por este hecho, pero llenas de alegría, nos dice el evangelio “se alejaron rápidamente del sepulcro y corrieron a dar la noticia a los discípulos”. ¡Qué hermosa actitud, la fe en el resucitado, las mueve, las impulsa a llevar la noticia de la resurrección! Han sido testigos de la tumba vacía. No pueden quedarse con esa verdad oculta en su corazón, sino que tienen que transmitirla.
Es en ese momento que se encuentran con el Señor que viene hacia ellas. Jesús tiene siempre esa delicadeza para con aquellos que le son fieles hasta las últimas consecuencias y, les dice “alégrense”.
El evangelista señala un gesto muy particular por parte de las mujeres, el que se acercaran y abrazaran los pies del Señor postrándose ante Él.
Este gesto evoca el momento en que los soldados echaron mano sobre el Señor en el Monte de los Olivos, lo ataron con rudeza y lo llevaron a los diferentes juicios que se sucedieron en la noche trágica del jueves santo. Pero aquí son otras manos las que abrazan al Señor, las manos de la fe, y el deseo intenso de encontrarse con Jesús, el cual vuelve a decir “No teman, avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán”.
De nuevo el imperioso mandato que mira al futuro de llevar la noticia de su resurrección a todo el mundo y, que ha de reinar en el corazón de quienes lo han seguido en su vida de Maestro.
En este “no teman”, el Señor está dejando el mensaje que el encuentro personal con Él tiene que renovar de tal manera el espíritu del hombre que hemos de dejar atrás ese pasado que muchas veces nos oprime y no nos deja vivir con la libertad de los hijos de Dios.
El ser humano tiene la tentación frecuente de estar rumiando siempre sus pecados, sus dificultades, que impiden con frecuencia acercarse al Cristo Salvador.
Jesús nos dice, entonces, como a las mujeres, “No teman, dejen atrás el pasado, yo ya he muerto en la cruz y allí han quedado clavados los pecados de la humanidad de todos los tiempos. Redimí al hombre y he venido ha realizar algo nuevo. Vengan a encontrarse conmigo, entren de lleno en lo que significa la vida del resucitado y den comienzo a una vida nueva”.
Por eso el apóstol san Pablo nos dice escribiendo a los colosenses (Col. 3, 1-4) algo que para él es obvio, “ya que ustedes han resucitado con Cristo”, es decir, han dejado atrás el pecado y desean una vida nueva, “busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios”.
Esto es así, porque el cristiano que ha muerto al pecado es un resucitado que contempla en su vida cotidiana los bienes prometidos por el Señor, advirtiendo por ese medio la precariedad de los bienes materiales y, que son sólo un medio y no lo que da sentido pleno a la vida del hombre.
El pecado nos ha desviado la mirada hacia las cosas de la tierra, afirma san Pablo, y el permanecer sólo en las cosas de la tierra no nos ha traído más que angustia, desaliento, congoja, el sentirnos siempre insatisfechos.
Dejando el pecado para resucitar con Cristo a una vida nueva significará no el desentendernos de nuestras obligaciones cotidianas o despreciar los bienes materiales, necesarios para nuestro sustento digno, sino el no caer en la idolatría de los mismos, o el vivir esclavizados por lo pasajero pensando que allí está nuestra felicidad última. Implicará pasar entre los bienes materiales sin que estos nos atrapen, con la mirada nueva que otorga la contemplación de los bienes que nos esperan y que Dios no has prometido.
Es la esperanza en la vida futura la que nos permite tener una forma de vida diferente. Buscando el bien en el trabajo de cada día, en nuestra vida de familia, en las relaciones con los demás, sabiendo que estamos construyendo el futuro eterno Nuestra dedicación será distinta, nuestro trato con el prójimo adquiere nuevo camino, si estudio ya no es solamente por un futuro promisorio para mí, sino que lo oriento a la gloria de Dios y al mejor servicio del hermano. En la vida familiar será la transmisión a los niños de la fe en Jesús, para que ellos aprendan ya desde pequeños a vivir como resucitados, dejando de lado todo lo que es mezquindad e impida lograr lo que Dios quiere para nosotros.
Esta nueva visión de lo temporal adquirida desde la condición de resucitados nos permite meditar asiduamente desde la fe cuál de las acciones que realizamos a diario nos conducen al Señor, ya que no todo lo realizable puede serle dirigido, sino sólo lo que es bueno, noble, lo que le agrada, como lo recuerda Juan Pablo II en la encíclica “Veritatis Splendor”.
Todo esto a su vez se une al hecho de anunciar las maravillas del Señor. Por eso, Pedro en la primera lectura tomada del libro de los Hechos de los apóstoles (10, 34.37-43) dice “nosotros somos testigos de todo lo que Jesús ha hecho, por eso nos envió a predicar al pueblo y atestiguar que Él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos”. Asimismo recuerda el testimonio de los profetas que debe ser continuado por ellos y concretamente por nosotros en el trascurso de la historia humana.
¡Qué hermoso poder comunicar al mundo –la “Galilea” de hoy- que hemos resucitado, lo cual significa vivir como tales transformando la vida personal y social desde la perspectiva de aquél que ha vuelto a la vida para dárnosla en abundancia!
En este Año de la vida hemos de saber transmitir la alegría que nos trae Jesús resucitado convencidos y dispuestos a persuadir que Él es la vida verdadera para cada uno, para el mundo, para las estructuras humanas.
Insertos en la vida del resucitado todo lo existente adquiere una nueva luz que nos incentiva a morir a lo que todavía no ha muerto del todo en nosotros. Por eso la Pascua del Señor se ha de actualizar en nosotros cada día ya que a cada momento tenemos que morir todavía a algo para comenzar a ser hombres nuevos revestidos por la levadura del evangelio.
El Señor nos dice como a las mujeres que van a su tumba “no teman” dejemos el pasado mirando el futuro de grandeza que nos presenta Jesús.
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Encabezado: Francisco de Osona (n. 1465 - m. 1518). Cuatro pasajes de la vida de Jesús resucitado: Resurrección; Visita de Cristo resucitado a su Madre en compañía de los Patriarcas; Incredulidad de Santo Tomás; y la duda de San Pedro, hacia 1505. Óleo sobre tabla, 96 x 98 cm.Ingresa en el Museo por la Desamortización de la Cartuja de Portacoeli, Serra (Valencia). Nº inv. 215, 217.
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Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo de Resurrección. 24 de Abril de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






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