23 de abril de 2011

“Todo se ha cumplido”

Hemos escuchado la Pasión del Señor acompañándolo en su caminar hacia la muerte en Cruz.
La exposición de los diferentes acontecimientos la realiza el apóstol san Juan que nos presenta una visión de los últimos momentos de la vida de Jesús que completa lo que describen los evangelios sinópticos.
Juan (Juan 18,1-19,42) evoca a Jesús como el que viene a cumplir con la voluntad del Padre hasta las últimas consecuencias.
De allí que sus últimas palabras “todo se ha cumplido”, es una afirmación dirigida no sólo a todos nosotros, sino también a  aquellos que a lo largo de su vida  buscaban siempre un “signo” que señalara claramente que era el Hijo de Dios. Jesús ya había afirmado que “no se les dará otro signo que el de Jonás”, en clara referencia a su pasión, muerte y resurrección.
En el “todo está cumplido” nos está diciendo también a nosotros que no hemos de esperar algo nuevo. Que en lo que Él ha realizado se ha verificado lo anunciado en el Antiguo Testamento y que el designio de Dios de salvar a la humanidad se realizó en su pasión y muerte.
No hay otra cosa que esperar todavía, les está diciendo a los incrédulos de nuestro tiempo que pretenden nuevas señales para creer en su divinidad, “todo se ha cumplido” al derramar su sangre en la cruz y ofrecerse al Padre misericordioso como salvador nuestro.
Sólo resta esperar la culminación de su misión salvadora cuando resucite mañana de entre los muertos para hacernos nuevas creaturas.
En su resurrección, anticipo de la nuestra, nuevamente podemos decir “todo se ha cumplido”. Esta afirmación resulta ser para nosotros una invitación a celebrar siempre en la Eucaristía, especialmente el domingo, el día del Señor, esta Pascua Nueva que recrea y perfecciona la del Antiguo Testamento.
En cada Eucaristía actualizamos el “todo se ha cumplido”, no esperando otra cosa  mejor, ya que contiene la plenitud de la salvación.
El “Todo se ha cumplido” está presente en la Eucaristía porque es el sacramento del amor de Jesús que nos recuerda que ha dado su vida por el mundo.
Ahora bien, en el transcurso del tiempo, mientras la Iglesia actualiza el misterio pascual de Jesús en la Eucaristía, también se van repitiendo los mismos hechos que hemos vivido en la Pasión ya que para muchos la Pascua del Señor será un hecho anecdótico que no toca el corazón.
La actitud de los soldados que juegan a los dados al pie de la cruz, indiferentes ante el misterio de su propia salvación que se desarrolla en medio del dolor y el silencio no es algo que pertenece al pasado, sino que se repite en la historia humana.
En efecto, ¿cuánta gente juega a los dados –no literalmente se entiende- porque  están en otra cosa, mientras el Señor se entrega sacramentalmente para la salvación del mundo? ¿Cuántos dejan de lado la celebración de la Pascua semanal para holgar y “jugar a los dados” las vestiduras del Señor que son todas las gracias, todos los dones que en su generosidad nos da abundantemente?
El Señor sigue pasando en la historia humana, nos sigue confrontando para que nos encontremos personalmente con Él.
La muerte en Cruz de Jesús tiene que prolongarse en nuestra propia muerte al pecado, a la vida sin Dios, para hallarnos personalmente con Él.
Queridos hermanos: en esta tarde de dolor vayamos al encuentro de Jesús pidámosle que nos perdone por tener que cargar de nuevo la cruz a causa de nuestras infidelidades, cruz cada vez más pesada porque lleva los pecados de toda la historia humana.
Digámosle: ya que has dado tu vida por mí, dame el espíritu de contrición. Dame la gracia de poder llora mis pecados como Pedro que lloró amargamente sus infidelidades.
El llorar los pecados es un don especial de Dios otorgado a aquellos que lo buscan sinceramente y,  que lleva a preparar el corazón para recibir sus misericordias.
San Ambrosio decía que el agua es la que limpia al hombre del pecado, la del bautismo y las lágrimas del sacramento de la Penitencia.
Si estamos convencidos como lo enseña nuestra fe que Jesús dio la cara por nuestros faltas y murió por nosotros, y queremos que su misterio de Amor se aplique a nuestra vida, supliquemos el don de las lágrimas para que contristando nuestro corazón nos comprometa en esta semana de gracia  a cambiar nuestra vida, a colocar a Dios como eje sobre el que gire  nuestra existencia,  a saber mirar los acontecimientos de la vida con la mirada nueva del Cristo muerto y resucitado.
Esperemos con ansia encontrarnos con Él cuando digamos ¡Felices Pascuas! ¡Gracias Jesús por resucitar y entregarnos la vida nueva!
Y recibida esta vida nueva proclamemos cada día en el Año de la Vida, que sólo Jesús resucitado nos da la vida verdadera y libera al hombre y al mundo de la muerte del pecado.

 Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la celebración de la Pasión del Señor del Viernes Santo.  22 de Abril de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com/


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