18 de abril de 2011

“Por el seguimiento de la humildad de Jesús, retornamos al Padre y a los hermanos”

En la primera oración de esta misa pedíamos a Dios Todopoderoso que nos ha mostrado el ejemplo de humildad de Jesús en su encarnación y muerte en la cruz, nos conceda seguir las enseñanzas de su pasión para poder llegar a la gloria de la resurrección.
¿Qué enseñanza nos deja Jesús a través de su anonadamiento como Dios? La respuesta la encontramos en la carta de San Pablo a los filipenses (2,6-11) cuando nos dice que “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”.
Sus palabras hacen referencia, por lo tanto, al momento en que el Hijo de Dios se hace hombre en el seno de María ingresando en la historia humana como siervo.
Posteriormente, a lo largo de su vida, Cristo vivió este despojarse de su dignidad de Dios, siendo un ejemplo permanente de humildad y de anonadamiento, que interpela desde la raíz toda nuestra vida.
Esta actitud de Jesús tiene su punto de partida, para que podamos entenderla, en el momento en que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, enaltecido por la dignidad que sólo Él puede otorgar.
El hombre, elevado a la dignidad de hijo, y comunicándose cordialmente con su Creador, se levanta contra Él desobedeciéndole.
En ese momento, en el árbol del paraíso, por su infidelidad, el hombre se separa de Dios, porque él mismo quiere ser dios entrando por esta actitud la ruina en la naturaleza humana.
A pesar de ello, Dios que es fiel a sus promesas, en su infinita bondad quiso reparar ese daño causado por el hombre enviando a su propio Hijo, para que haciéndose hombre, es decir, anonadándose, redimiera al hombre realizando lo inverso a lo que aconteció en el comienzo del mundo.
Y así, mientras por el viejo Adán entró el pecado y la muerte en el mundo, por el Nuevo Adán que es Cristo, entra la gracia y la vida.
El viejo Adán desobedece, el Nuevo obedece y se entrega totalmente a la voluntad del Padre. El viejo Adán quiso ser “Dios”, el Nuevo Adán se humilla en el olvido de su divinidad. Como Creador se hace creatura, para convocarnos a dejar de lado la pretensión de ser “Dios” para ser hombre.
La existencia del hombre a lo largo de los siglos va mostrando permanentemente esa pretensión, de la cual no ha escarmentado, de querer ser “Dios”. De allí que a lo largo de la historia humana la soberbia del hombre repetida sin cesar, no ha hecho más que estragos en la misma sociedad humana. Las muertes, las guerras, el desprecio por la dignidad de la persona humana, el olvido permanente de Dios, la pretendida omnipotencia de los poderosos de este mundo, van mostrando cómo sigue latiendo esa pretensión de querer ser “Dios”. Siempre que el hombre quiere ser “Dios” se convierte en dios de barro y no trae más que ruina y muerte.
Esta realidad no sólo la percibimos en la historia humana en general, sino también en la nuestra como argentinos.
La soberbia de pretender ser como “Dios” por parte de muchos que se creen dueños de sus hermanos en los distintos campos de la vida social, política, económica, sindical, empresarial, no ha provocado más que desgracias en la misma sociedad argentina.
Y así, la lucha por el poder va cegando a muchos, aflorando a la superficie de la sociedad, la búsqueda del dinero fácil, el favoritismo y acomodo de quienes su mérito consiste en ser parientes o amigos de los que mandan, el uso de lo que es de todos para provecho propio, el auge de la corrupción, el imperio de la droga y del juego con sus incontables ramificaciones, de la degradación humana, la violencia desatada y protegida por la impunidad, la concreción de los negocios como fin último de la vida.
Todo esto nos señala las heridas profundas de muchos corazones, cuya actitud visible es el desprecio de Dios, el creerse omnipotentes pensando que les es lícito realizar lo que el capricho inclina, apoyados por el silencio o complicidad de quienes han de velar por el estado de derecho y el reinado de una justicia igual para todos. Esto conduce a la decadencia más visible.
Cristo, en cambio, nos señala el camino para retornar a la grandeza de los orígenes. Nos dice: “no se engañen, para salvar al hombre y a la sociedad es necesario pasar por el anonadamiento, por el camino de la cruz”.
Y ¿qué significa esto? El reconocimiento de la sabiduría de Dios, el regreso al Creador y Padre. Tener la humildad de reconocer que no somos nada y, que no es posible pretender ser “Dios”, ya que cuando queremos serlo entramos en el fracaso de nuestra vida y de la sociedad misma.
Aprender los ejemplos de Jesús significa que siguiendo la voluntad del Padre a través de la obediencia, es cuando el hombre se redime de veras.
Imitándolo a Cristo en el servicio permanente a Dios y a los hermanos encontramos la redención del hombre.
Por eso en esta Semana Santa Cristo vuelve a interpelarnos diciéndonos “¿qué les ha pasado en un año más en la historia humana desde la última actualización de la Pascua? ¿Escuchan al Padre y se han abierto a los demás sirviéndolos?” Y Cristo vuelve con su ejemplo a recordarnos que es el camino del despojo de sí mismo el que salva al hombre.
Como Cristo fue servidor de todos, tal como lo viviremos el jueves Santo en el gesto del lavatorio de los pies, nos está diciendo “en la obediencia del Padre pónganse al servicio de los hermanos. No busquen explotar al otro, o el enriquecerse sirviéndose del otro o en la promoción del vicio y de los negocios deshonestos. Busquen aquello que enaltece al hombre, fomenten lo que dignifique al hombre. Olvídense del poder, el pretender estar siempre por encima de todos como dioses de barro.
El verdadero poder se traduce en el servicio a los demás hermanos en general y, sobre los que tenemos alguna obligación en razón del lugar que ocupamos en la sociedad en particular, como lo hizo Cristo Nuestro Señor.
Queridos hermanos: hace un rato hemos caminado llevando los ramos en alto proclamando así el deseo de que Cristo reine en nuestros corazones a lo largo del año y, a través nuestro en la sociedad toda. De esta manera nos comprometemos a tener estas dos actitudes del Señor que hemos actualizado en esta liturgia: la escucha al Padre y el servicio a nuestros hermanos, el reconocimiento del otro de manera permanente.
El grito de Cristo en la cruz diciendo “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” se repite a lo largo y ancho del mundo y de nuestra Patria.
Cuántos hermanos nuestros sometidos a tantas injusticias y a tantas exclusiones gritan también “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Y el Padre del cielo contesta al que sufre el abandono y a los que lo causan, “no te he abandonado, te he dado a mi Hijo Salvador para que sigas su ejemplo. Así como Él se despojó de su dignidad divina para servirme y servir a los hermanos, despójate de tus veleidades de todopoderoso y entrégate sin reservas”.
Hermanos: aprovechemos estos días de oración para dejarnos esclarecer en nuestras mentes y fortalecer en nuestra voluntad para que como fruto de la Pascua aportemos, en medio incluso de nuestras limitaciones, lo poco o mucho que podamos siguiendo los ejemplos del Señor, para vivir ya desde ahora como resucitados mientras caminamos hacia la casa del Padre.

(Encabezado: pintura de Pietro Lorenzetti (1280-1348).

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo de Ramos. Ciclo “A”. 17 de Abril de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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