14 de diciembre de 2011

“Alégrense en el Señor, alabándolo siempre”

Dios en su bondad nos acompaña en este caminar al encuentro del nacimiento de su Hijo hecho hombre, en medio de un clima de alegría. Este domingo llamado “gaudete”, alegraos, insiste en este tema de la alegría: “Estén siempre alegres” (1 Tes. 5, 16-24).
Alegría presente en el salmo responsorial con el cántico de la Virgen María, el Magnificat, “mi alma canta la grandeza del Señor” (Lc. 1, 46-50.53-54). También el texto del profeta Isaías insiste “yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios” (Is. 61, 1-2ª.10-11). Aparece con claridad que el motivo de esta alegría no es el espíritu mundano del jolgorio, sino el equilibrio interior que realiza en el hombre el encuentro con Dios. Alegría que toca toda la persona, cuerpo y alma a la vez, diferente a aquellos gozos que sólo exaltan el cuerpo pero que dejan el alma desencantada.
Por eso es una alegría que permanece a pesar de las dificultades de la vida, aún en medio del dolor y el sufrimiento, porque proviene de Dios, que hace al alma siempre disponible para ahondar en su relación con el Señor.
Para el creyente el encuentro con Jesús en la próxima Navidad será el verdadero motivo de gozo, de alegría. Mientras que para el incrédulo, la alegría se agotará en lo perecedero, en el ruido, en la embriaguez, en el aturdimiento de un existir sin futuro por la ausencia del Creador.
Nosotros cuando participamos de la misa dominical estamos también expresando nuestra alegría profunda por poder compartir con los hermanos el sacrificio renovado de Jesús que se ofrece al Padre por nuestra salvación.
Cada vez que participamos en la misa equivale a expresar “estoy feliz porque he sido salvado, porque mi vida tiene sentido y puedo alabar a Dios aquí en la tierra anticipando la eterna alabanza de la gloria del Padre.
“Estén siempre alegres”- nos dice el apóstol. “Oren sin cesar. Demos gracias a Dios en toda ocasión”. ¡Qué hermoso cuando el corazón del cristiano vive en un permanente himno de acción de gracias! Significa reconocer nuestra pequeñez ante el Creador que cuida siempre de nosotros.
Aquél que se siente seguro de sí mismo, repleto de soberbia, no agradece nunca porque piensa que todo proviene de él, que no necesita de nadie, ni siquiera de Dios. El que canta las alabanzas del Señor realiza aquello de Pablo “examínenlo todo y quédense con lo bueno”.
En una época como la nuestra en que reina la confusión y el relativismo moral, es importante examinar nuestras actitudes, nuestros gestos, para asegurarnos que seguimos los criterios del evangelio. Hemos de quedarnos con lo que nos ennoblece como personas y nos permite ser himno de alabanza a Dios de un modo perseverante.
Por eso es que san Pablo nos diga “Cuídense del mal en todas sus formas”, y al mismo tiempo nos desea que el Dios de la paz nos vaya santificando cada vez más. Y en este proceso, en este camino de santificación, vamos entendiendo que nuestra vocación de cristianos ha de parecerse a la de san Juan Bautista, que es el de la Iglesia, e ir al encuentro del hombre de hoy para mostrarles la alegría que significa ser cristianos, para contagiar a los demás de esta alegría y al mismo tiempo para anunciar que el Señor ya viene y quiere estar con nosotros, porque ya está con nosotros. De allí que Juan bautista diga “en medio de ustedes hay alguien que no conocen”. Lamentablemente el mundo de hoy tampoco conoce a quien está en medio de nosotros, el Emanuel, no se lo termina de conocer y comprender, no se lo ve como el que nos acompaña en el camino de la vida y que quiere hacernos crecer como hijos para encontrarnos algún día con el Padre.
Como Juan tenemos que ir a los hombres de hoy y decirles “allanen el camino del Señor”. No importa que nuestra voz clame en medio del desierto, ante la ausencia de oídos que quieran escuchar la voz del Señor. Nuestra voz será siempre llevar esta Palabra, llevar esta invitación. Le tocará a cada uno responder o no a este llamado que se hace apremiante.
Como Juan poder decir “yo soy la voz” pero no la Palabra del Padre que es Jesús trayéndonos la Buena Noticia para nuestras vidas.
Como Juan debemos decir “soy testigo de la luz pero no soy la Luz”, aunque queremos serlo a través de nuestras buenas obras, dando testimonio de la transformación interior del iluminado por la Luz que viene del Padre.
El espíritu de Navidad que ya está a las puertas ha de interpelarnos y llamarnos a vivir más plenamente la vida cristiana que hemos recibido.
Queridos hermanos estamos viviendo épocas muy difíciles en el mundo, y la opción fundamental de vida por parte de cada uno se va haciendo cada vez más urgente. O quiero vivir como hijo de Dios o prescindo totalmente del llamado a la trascendencia que recibo como persona humana.
No podemos vivir a medias tintas o en tibieza ya que como dice Dios a los cristianos de Laodicea “porque no son ni fríos ni calientes, sino tibios, los vomitaré de mi boca” (Apoc. 3, 16 ).
La Navidad que ya llega nos reclama una actitud decidida de pertenencia al Señor, y desde Él, iluminar nuestra vida y la de la sociedad llevando el mensaje de vida nueva de Cristo que es el único que saca al hombre de sus miserias como lo recuerda el profeta Isaías y que Jesús aplica a sí mismo, “El Espíritu del señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido, me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos, y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor”. Todas estas miserias que se acumulan en el corazón del hombre y en la sociedad, solamente las puede eliminar o dar un sentido nuevo, el salvador del mundo.
El mundo en el que muchas veces confiamos en demasía, por el contrario, nos hunde cada vez más en ellas.
Pidamos al Señor nos contagie de esa alegría que desbordaba el corazón de María Santísima ante la presencia del Salvador. Que esta alegría nos permita vivir intensamente una navidad renovada.


Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo 3ero de Adviento, ciclo “B”. 11 de diciembre de 2011.








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