20 de diciembre de 2011

“En la apertura a Dios como María, colaboremos en el designio divino de salvación”.

Aunque con frecuencia la liturgia proclama repetidamente determinados textos bíblicos, sin embargo siempre podemos profundizar en ellos y encontrar nuevas enseñanzas.
 Precisamente la liturgia de este cuarto domingo de adviento nos acerca más al misterio del Hijo de Dios hecho hombre. Y lo hace teniendo en cuenta al rey David en el Antiguo Testamento (2 Sam. 7,1-5.8b-12.14ª.16) y a María Santísima en el evangelio según san Lucas (1,26-38).
En ambas figuras aparece el llamado a ingresar en el plan de Dios, en el proyecto divino de la salvación de la humanidad, pero las actitudes de ambos difieren ante el designio divino.
El rey David no puede consentir que el Arca de la Alianza con las tablas de la ley, signo de la presencia de Dios, permanezca lejos de una edificación que le de cobijo, mientras el habita en casa de cedro. Quiere generosamente construir una casa, un templo para el Arca, contando con el beneplácito del profeta Natán. Pero esa misma noche llega la voz del Señor al profeta haciéndole ver que no será David quien construya el templo, sino su hijo Salomón.
De entrada percibimos que David proyecta algo bueno pero que no responde al designio divino, como es frecuente en el ser humano.
Para explicitar esto, el mismo Dios declara que David es lo que es porque Él fue a su encuentro y lo eligió. “Yo te saqué del campo de pastoreo”, no saliste tú por propia iniciativa, “de detrás del rebaño”, para que vayas delante del mismo como jefe del pueblo de Israel. “Estuve siempre contigo, delante de ti y haré que tu nombre sea más grande como el de los grandes de la tierra”.
De este modo queda en evidencia cómo el Señor se hace presente en la historia humana queriendo conducir al rey a grandes cosas. De esa manera nos manifiesta que no hay una historia profana por un lado, y una historia religiosa por el otro, sino que Dios toma la historia humana para realizar su proyecto de grandeza en bien del hombre. No nos moverá como títeres, sino que con su gracia guiará nuestros corazones para dar nuestro asentimiento de fe a lo que la Providencia a lo largo del tiempo nos presenta. Y cuando de este modo el hombre ingresa en el proyecto divino, encuentra la verdadera felicidad, y cuando se resiste fracasa.
La sagrada escritura abunda en descripciones que resaltan el éxito o el fracaso del hombre según sea su respuesta personal al Dios providente.
Y Dios le dice a David que será Él quien le edifique una Casa siguiendo la estructura social y política de su tiempo, el reino, prometiéndole “haré de ti un gran rey, afianzaré la realeza de tus descendientes. Tu Casa y tu Reino durarán eternamente delante de mí y tu trono será estable para siempre”.
Aparentemente pareciera que se refiere a un reinado y a un reino puramente humano, pero Dios está pensando en un reino diferente y en un rey único, el Mesías prometido desde antiguo.
De allí que llegados al anuncio del ángel a María Santísima, elegida para ser la madre del Salvador, se repite lo que Dios había dicho a David pero enriqueciendo la noticia con la promesa de la divinidad del rey-Mesías.
En efecto, “El Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob”, refiere al origen humano de Cristo, prolongando la dinastía davídica. Pero como “su reino no tendrá fin”, refiere ya no a reyes humanos sino al Hijo de Dios, rey del universo.
Los reinos humanos y sus dirigentes son efímeros, aunque pretendan existir por siempre, precisamente porque se apoyan en la voluntad del hombre que se caracteriza especialmente por ser volátil.
Sólo Dios es eterno, de allí que confirme el ángel la divinidad de Cristo afirmando “Él será grande, se llamará Hijo del Altísimo”.
Y continúa señalando su origen en “el Espíritu Santo” el cual “vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios”.
La figura de María aparece contrastando con la actitud de David. Mientras el rey quiere realizar su proyecto, aunque bueno, pero sin conocer si estaba conforme a la voluntad de Dios, la Virgen Madre se caracteriza por su profunda apertura y disponibilidad ante la voluntad de Dios que la convoca a participar de la salvación de la historia humana, ya la del hombre, ya la de toda la creación, contaminados por el pecado de los orígenes.
La respuesta de María no se deja esperar “yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu palabra”.
El anuncio del ángel con la consiguiente respuesta de la Virgen María, implica el cumplimiento de aquello que el apóstol san Pablo afirma en la segunda lectura de la liturgia de hoy (Rom. 16, 25-27). Anuncia a Jesucristo, misterio guardado desde toda la eternidad, misterio de Dios hecho hombre que irrumpe en la historia humana para elevarla, reclamando la apertura del hombre al misterio escondido ingresando en su proyecto eterno.
Nosotros, cuando planificamos nuestra vida, lo cual es legítimo ya que no podemos vivir de la improvisación, lo hemos de realizar preguntándonos siempre cómo ingreso yo en la providencia de Dios, es decir, qué quiere Dios de mí. Cuando en cambio programamos nuestra existencia prescindiendo de lo que quiere Dios de nosotros, siguiendo sólo nuestro parecer, el fracaso está más próximo, como sucede con frecuencia con los proyectos puramente humanos, ya que falta la firmeza que el Señor otorga.
La apertura a la voluntad del Señor como María, diciendo “hágase según tu palabra” permite que aún en medio de los sufrimientos de la vida, o de las dificultades propias del mundo temporal, la actitud ante la vida sea totalmente diferente porque sabemos que aún en medio de lo aparentemente negativo se va realizando la salvación de la historia personal y universal.
La Palabra de Dios por lo tanto nos invita ya a las puertas de la Navidad a preguntarnos cómo ingreso yo en este acontecimiento salvífico, qué se espera de mí, cómo comprometerme con el designio divino de salvación al que hemos de sentirnos llamados a participar como hijos en el Hijo.
¿Qué puedo hacer en mi familia, en el trabajo, en la sociedad para poder llevar con alegría el mensaje salvador de Jesús que viene nuevamente a nosotros? ¿Qué hacer para que se compruebe que en la aceptación del Señor la vida humana va teniendo un sentido diferente a todo lo que ya hemos experimentado y que nos ha dejado insatisfechos, siempre anhelantes de la trascendencia aún sin saberlo?
Pidamos la luz del Niño de Belén para descubrir cuál ha de ser nuestra respuesta en el hoy de la salvación humana.

Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo 4to de Adviento, ciclo “B”. 18 de diciembre de 2011.





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