22 de enero de 2014

“Escuchemos a quien es Luz de las naciones y vivamos atentos a sus inspiraciones, libres de la tentación de la mundanidad”

El profeta Isaías (49,3-6) nos habla hoy del siervo de Yahvé que ha de restaurar a Jacob y, más aún, es destinado “a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra”. Este siervo de Yahvé no aparece claramente identificado, de modo que se pensó en el mismo profeta, o en Ciro, el rey que sacó del destierro de Babilonia a los israelitas, o en algún otro personaje.
Sin embargo, a la luz del Nuevo Testamento, advertimos que refiere al Mesías, al Hijo de Dios hecho hombre, llamado siervo porque toma la naturaleza humana, la de siervo, para rescatarnos del pecado a través del misterio de la Cruz y resurrección. Verdad ésta que expresa san Pablo, afirmando que “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz” (Fil. 2, 6-9).
En el texto del evangelio (Jn. 1, 29-34) Juan Bautista sigue en esta línea de pensamiento con la afirmación de que Jesús “es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, en clara referencia al cordero pascual de la antigua alianza, signo del paso de la muerte a la vida, que será sacrificado en la nueva alianza colgándolo del árbol de la cruz.
Por dos veces afirma Juan Bautista que no conocía al Señor, pero que fue enviado a bautizar con agua “para que Él fuera manifestado a Israel”, preparando el bautismo del agua en el Espíritu, indicándole el Padre como signo de quién era su Enviado, el descenso del Espíritu sobre Él en el momento de su bautismo. Posteriormente, convencido por estos signos, el precursor afirma con la certeza que le da la fe, que “Él es el Hijo de Dios”.
Juan, por lo tanto, como profeta que une el antiguo con el nuevo testamento, testimonia la divinidad de Jesús, el cumplimiento de las profecías que todos los creyentes esperaban.
Esto nos hace ver que el encuentro con Jesús es siempre un camino que conduce a la adhesión a su persona y al compromiso de entrar de lleno en la novedad que ofrece de una existencia totalmente nueva.
La entrada de Jesús en el corazón humano resulta muchas veces difícil, ya que implica la exigencia del seguimiento a su Persona y a su palabra, y que cambia totalmente la vida que hasta ese momento el hombre lleva, especialmente en nuestro tiempo en que se multiplican los atractivos de la mundanidad que buscan apartarnos del compromiso con el Señor.
Relacionado con esto nos puede ayudar lo que dijera el papa Francisco en su homilía en la Casa Santa Marta el pasado viernes 17 de enero. 
Su reflexión partió del texto del primer libro de Samuel (8,4-7.10-22ª) que narra el momento en que los ancianos de Israel le piden a Samuel que les dé un rey “para que nos gobierne, como lo tienen todas las naciones”, provocando el disgusto de Samuel. Dios le hace saber que el rechazo no es contra él, sino contra su Señor “para que no reine más sobre ellos”.
Reflexiona el papa al respecto, que similarmente muchos cristianos de hoy “quieren ser normales” como los otros pueblos, conduciendo esto a olvidar la Palabra de Dios y a vivir como si Dios no existiera.
La tentación de querer ser normales –como los otros pueblos- implica ignorar la Palabra de Dios para seguir cada uno su propia voluntad, eligiendo, en cierto modo, vender el don de la predilección para sumergirse cada uno en una uniformidad mundana.
Al querer un “rey Juez”, dice el papa, “rechazan al Señor del amor, rechazan la elección y buscan el camino de la mundanidad”, como muchos cristianos hacen hoy.
Prosigue Francisco diciendo “La normalidad de la vida exige del cristiano la fidelidad a su elección y no venderla para ir hacia una uniformidad mundana. Esta es la tentación del pueblo, y también la nuestra. Muchas veces, olvidamos la Palabra de Dios, lo que el Señor nos dice, y tomamos la palabra de moda. También la de la telenovela está de moda, tomemos esa ¡es más divertida! La apostasía es el pecado de la ruptura con el Señor, pero es clara: la apostasía se ve claramente. Esto es más peligroso: la mundanidad, porque es más sutil”. 
Es verdad que el cristiano debe ser normal, reconoce el Papa Francisco, “pero hay valores que el cristiano no puede tomar para sí. El cristiano debe retener sobre sí la Palabra de Dios que le dice: ‘Tú eres mi hijo, tú eres elegido, yo estoy contigo, yo camino contigo’”, no sentirnos víctimas de “un cierto complejo de inferioridad”, por no ser “un pueblo normal” ya que “La tentación llega y endurece el corazón y cuando el corazón es duro, cuando el corazón no está abierto, la Palabra de Dios no puede entrar”. “Y la mundanidad reblandece el corazón, pero mal: ¡nunca es bueno tener el corazón blando! Lo bueno es el corazón abierto a la Palabra de Dios que la recibe. Como la Virgen, que meditaba todas estas cosas en su corazón, dice el Evangelio. Recibir la Palabra de Dios para no alejarse de la elección”. 
En definitiva, el cristiano debe buscar la verdad en la escucha de Jesús y no en las modas de todo tipo que nos invaden, ya que no pocas veces nos acomodamos a los modos de vida de la sociedad y a sus criterios, y no a los del evangelio, que nos llevan a pensar y obrar contrariamente a nuestro ser de bautizados.
Nuestra tarea ha de ser ir al encuentro de Cristo, escuchar su Palabra e imitar su vida en la adhesión a su Persona sin ceder a los atractivos de una cultura mundana que nos resulta a veces atrayente pero nos deja totalmente vacíos y transitando una vida sin sentido sobrenatural.
El encuentro con Cristo repercute ciertamente en la vida comunitaria de la que formamos parte como Iglesia, ya que como lo señala san Pablo (I Cor. 1, 1-3) hemos “sido santificados en Cristo y llamados a ser santos junto con todos aquellos que en cualquier parte invocan el nombre de Jesucristo, nuestro Señor”. Ser santos que implica vivir en este mundo pero no siguiendo sus costumbres y principios, sino siendo levadura por la vivencia del evangelio.
Por eso hermanos, pidamos como enseña el papa Francisco, “la gracia de superar nuestros egoísmos: el egoísmo de querer hacer mi voluntad, como yo quiero”. “Pidamos la gracia de superarlos y pidamos la gracia de la docilidad espiritual, es decir abrir el corazón a la Palabra de Dios y no hacer como hicieron nuestros hermanos, que han cerrado el corazón porque se habían alejado de Dios y desde hace tiempo no escuchaban y no entendían la Palabra de Dios. Que el Señor nos dé la gracia de un corazón abierto para recibir la Palabra de Dios y para meditarla siempre. Y desde allí tomar el verdadero camino”.

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el II° domingo durante el año. Ciclo “A”. 19 de enero   de 2014.-http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.- 


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